Una imagen de Santa Madrona, en un cartel de 1923

Una imagen de Santa Madrona, en un cartel de 1923Ajuntament de Barcelona

Leyendas de Barcelona

Santa Madrona, la patrona olvidada de Barcelona cuyo cadáver provocó una tormenta para no abandonar la ciudad

La leyenda de Santa Madrona, mártir cristiana del siglo III, se ha ido perdiendo con el tiempo

Estamos a finales del siglo III. Un barco estaba a punto de levar anclas del puerto de Barcelona cuando apareció un hombre acompañado de una doncella, y atravesando el puente que unía la embarcación con el puerto, subieron a bordo.

Su intención era ir a Italia. La joven, llamada Madrona, miró con dolor a la ciudad que iba a dejar. Sus ojos se fijaron en una marmórea villa, cerrada, que se elevaba en la Barcelona del siglo III, rodeada de árboles. Cubriéndose la cabeza con el manto oscuro que llevaba, lloró amargamente. El barco soltó la última amarra y el viento favorable hinchó las velas.

La joven se arrodilló y susurró: «Los dioses te guarden, bella Barcelona, Salud, dulce patria mía. Mi cuerpo va a Roma, pero mi corazón queda contigo. Tal vez vuelva y entonces besaré tu tierra. Y no me negarás un sepulcro donde puedan guardarse mis cenizas, pues sentiría que mis huesos reposaran en tierra ajena». Dicho esto, exclamó: «¡Volveré!».

Ya en Roma, la joven habitaba en la casa de su tío y, pese a ser un hombre rico, a Madrona siempre se la veía vestida con una túnica de lana blanca y envuelta con un manto amarillo, el color que usaban las esclavas. Una pequeña red de hilo de púrpura recogía sus cabellos de un rubio oscuro.

Madrona era una joven de esbelta figura. Su fisonomía era de correctas facciones, más bellas que expresivas, con preciosos ojos azules. Sin embargo, se encontraba en Roma tan extraña como el día que llegó, y cuando salía a pasear con su tío, nada le daba placer, pues siempre le venía a la mente su pequeña villa de Barcelona.

No era de este mundo

Un día, supo Madrona que en Roma había un pueblo extranjero como ella, y que, a pesar de ser romanos, eran raros en su propio país. Madrona quiso conocerlos y escuchó una doctrina nueva por ella, pues aquel pueblo olvidado y despreciado era el de los cristianos. Tiempo después, Madrona fue bautizada en las catacumbas de Roma.

Un cuadro de Santa Madrona y Santa Eulalia, del siglo XVI

Un cuadro de Santa Madrona y Santa Eulalia, del siglo XVIWikimedia

Adquirió una imagen de Jesús crucificado, y la llevaba como un tesoro y, mostrándola a su tío, le dijo que era esposa del Dios de los cristianos. Su tío enfureció, intentó disuadirla de su propósito y le ofreció un ventajoso matrimonio. Madrona se mantuvo firme y mientras se peleaba con su tío, éste murió.

Madrona se declaró cristiana. Acto seguido se le incautaron los bienes. Fue vendida a una judía llamada Plautila que la compró como esclava y se la llevó a Salónica. Plautila quiso convertirla al judaísmo, pero fueron inútiles sus esfuerzos, ya que nada consiguió, pues Madrona continuó con su fe cristiana.

Frecuentaba las catacumbas de Salónica como antes las de Roma. Avisada Plautila, un día la mató a palos. Acto seguido arrojó su cadáver a la calle. Unos cristianos lo recogieron y lo envolvieron en una sábana blanca, coronándola de rosas y poniéndole en sus manos una palma verde. Luego le dieron sepultura.

El cuerpo de Madrona

Cuentan que en el siglo IX el cuerpo de Madrona fue descubierto, y lo trasladaron a un templo de Salónica, siendo aclamada como patrona de la ciudad. Unos cristianos de Marsella adquirieron el cuerpo y lo cargaron en un barco para emprender la marcha hacia las costas francesas. No obstante, el viento y una fuerte tormenta les empujó hacia las costas de Barcelona.

Una bandada de golondrinas, que venían de Oriente, acompañó al barco con cánticos. Por miedo a que las reliquias se hundieran en el mar, las desembarcaron. Acto seguido la tormenta finalizó. Cada vez que intentaban volver a cargar el cuerpo en el barco la tormenta volvía. Les fue imposible embarcarla. Barcelona la aclamó como su patrona, siendo la segunda, pues la primera era Santa Eulalia. Hoy en día es la tercera, después de Nuestra Señora de la Merced y Eulalia.

Una capilla y un crimen

Al pie de la riera d’Avençó, en Aiguafreda (Barcelona) hay una humilde construcción, una pequeña capilla románica consagrada a Santa Madrona que, aunque hoy es poco frecuentada, años atrás fue un centro de oración y culto para los vecinos. En 1605, el lugar presenció un hecho criminal del que dan fe los escritos parroquiales.

Un famoso ladrón que merodeaba por aquellas tierras, llamado «el Cabrero» por ser familia de pastores y criador de estos animales, pretendía cobrar lo que hoy en día llamaríamos un impuesto revolucionario al Mas Brull, una rica hacienda de aquella zona. Como éste se negaba a sus pretensiones le esperó junto con una partida de bandoleros a la salida de misa el domingo de Cuaresma.

El Cabrero estaba con diez o doce hombres apostados en las inmediaciones de la capilla esperando la salida de los feligreses. Cuando salió el dueño de Mas Brull, le dispararon una bala con tanto acierto que acabó con su vida. Acto seguido feligreses y bandoleros se enfrascaron en una riña. De ésta salieron peor parados los indefensos feligreses. En la escaramuza quedó herido el hijo del Mas Brull, un mozo de la masía y otros dos hombres. Los bandidos huyeron después de cometer aquel crimen.

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