Escenas animales y mitológicas en los capiteles del Monasterio de Santes Creus

Escenas animales y mitológicas en los capiteles del Monasterio de Santes CreusPol Mayer / Wikimedia

Leyendas de Cataluña

La mano muerta: la leyenda del monje catalán que bendecía a su amigo incluso desde la tumba

El Monasterio de Santes Creus guarda una leyenda de amistad más allá de la última frontera

Cuenta la leyenda que en el Monasterio de Santes Creus había dos monjes. Eran dos viejos amigos y se querían, como se quieren los antiguos religiosos en los conventos. Haciéndose viejos el uno y el otro, hicieron un pacto amistoso y cristiano de que el primero que muriera ofrecería oraciones y sufragios por el otro, y rezaría un responso diaria encima de su tumba.

La muerte, que no se olvida nunca ni llega tarde para ninguno, en el día y la hora dispuesta por la Divina Providencia fue a Santes Creus, entró en una celda y se llevó a uno de los dos entre sus negras alas hacia su cementerio, que está en medio de los claustros para que los hermanos vivos, cuando bajaran a rezar o a pasear, piensen en los hermanos difuntos.

El monje que sobrevivió cumplió con lágrimas en los ojos las promesas hechas. Desde el primer día, después del entierro, fue a rezar un responso sobre la tumba de su añorado compañero. Al finalizar el responso, vio salir de la tumba la mano del difunto, que en muestra de agradecimiento lo bendecía.

La mano muerta

Al día siguiente el monje volvió al claustro a rezar el responso aún con más fervor, y aún no había acabado que ya salió la mano bendecidora a hacer la señal de la cruz. Y cada día el monje vivo fue a orar por el fraile difunto, y el monje difunto sacando la mano de la sepultura bendecía al amigo que seguía vivo, hasta que este se lo explicó al padre abad.

El padre abad, después de encomendarse a Dios uno y otro día, bajó una noche al claustro, junto con el amigo del difunto y seguidos de toda la comunidad. Rodearon la tumba y cantaron el responsorio devota y solemnemente. Al decir «Requiescat in pace», salió la mano misteriosa y los bendijo como de costumbre. El abad se acercó, la cogió, como para encajarla, y, sin estirarla ni nada, se le quedó entre las manos.

Esta mano fue guardada muchos y muchos años en el relicario del monasterio de Santas Creus. Los que la vieron y tocaron antes del año 1835 decían que era seca y como si fuera una piedra, entera y aun con toda la piel. Después de la exclaustración de 1835, la reliquia fue a parar al convento de monjas de Vallbona, donde se empezó a conocer como la «santa mano».

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