El portalón de San Lorenzo
El Valle de los Caídos
Las obsesiones personales de nuestros dirigentes como guía de nuestra convivencia nos llevan a un callejón sin salida.
La prensa de los Estados Unidos dio relieve al acontecimiento internacional del acto del Valle de los Caídos. «El monumento impresiona por su sobriedad, dignidad y belleza», dijo el Daily Telegraph de Londres.
Titulares que aparecía en la prensa Española el 3 de abril de 1959:
«Ante una muchedumbre de entusiastas escribe hoy el corresponsal del New York Times. El General Franco ofreció el ramo de olivo de la paz a los millones de españoles que entre 1936 y 1939 lucharon al lado del Gobierno republicano vencido».
Franco concibió el proyecto de levantar un gran monumento a los caídos aún estando en plena guerra civil, y buscó su emplazamiento nada más acabar la contienda. Eligió finalmente un lugar que había sido propiedad del marqués de Muñiz, perteneciente a la familia de los condes de Villapadierna.
La finca donde se levantaría su idea de monumento abarcaba 1.400 hectáreas, y fue elegida por su peculiar disposición: un valle central en forma de herradura vigilado por un alto cerro, muy apropiado para erigir una gran cruz que presidiera el conjunto. La expropiación de la finca costó 600.000 pesetas de entonces.
Nadie supo realmente las motivaciones más profundas de Franco para querer levantar este monumento, pero por sus palabras en público siempre transmitió el mensaje de que estaría dedicado a todos los caídos durante la guerra. Habrá quien dude de que esta fuese en realidad la intención última, es comprensible. Pero el famoso cardenal Tarancón, poco afecto al régimen (en sus últimos tiempos), y que dio bastantes quebraderos de cabeza al mismo, pronunció en la homilía por el entierro de Carrero Blanco lo siguiente:
«...Hay un lugar en la sierra de Guadarrama, que se llama el Valle de los Caídos, cuya solemne majestad queda rematada por una cúpula. Fue voluntad del Jefe del Estado que allí reposaran las cenizas de quienes combatieron un día como enemigos».
Las obras
Las obras empezaron en 1940 y finalizaron en 1957. Las dirigieron dos arquitectos: primero, don Pedro Muguruza Otaño (1893-1952) y después su socio de estudio, Diego Méndez González (1906-1987). El coste total supuso unos mil millones de pesetas, cantidad escalofriante para la época. Sólo con esta cifra se da cuenta de la importancia que se le dio al proyecto.
Las empresas constructoras participantes desde un principio fueron: Rodríguez Empresa Constructora, Construcciones Molan, Construcciones San Román y Construcciones José Banús. Luego se fueron uniendo otras como Construcciones Huarte de Navarra, que fue la que construyó la monumental Cruz, Construcciones Masdeu, Marmolina Bilbaína, Empresa Casas Sagarra, Piedras y Mármoles Hoyos, Alfredo Buelta y Mosaicos Nolla.
Aquellas obras no tuvieron que ser distintas a otras de calado que pudieran realizarse en la España destrozada de esos años tan difíciles, por lo que decir que en sus inicios muchos trabajadores estaban con alpargatas y llevaban ropa no adecuada para un lugar tan complicado como la sierra de Guadarrama, con sus bajas temperaturas, es contar, por desgracia, la triste realidad. Hay que aceptarlo, por mucho que duela, como una «normalidad» de lo que se daba en aquella España de la posguerra. Afortunadamente, con el paso de los años los trabajadores se fueron acogiendo a aquellas primeras legislaciones que en materia de Seguridad Social y Seguridad e Higiene iba poco a poco promulgando el gobierno, y que superarían por mucho la legislación laboral de la II República.
Los trabajadores y presos políticos
Uno de los primeros que emitió su opinión sobre el polémico tema de los trabajadores en las obras fue don Indalecio Prieto Tuero, una de las principales figuras y ministro de la República. En 1959, desde su exilio, al comentar la política de Franco de trasladar cadáveres al Valle de los Caídos, publicó en el «Órgano del Partido Socialista en el exilio», un artículo titulado «El osario vacío. Cuelgamuros Hilton», donde escribía lo siguiente:
«Seguramente los faraones no se valieron de esclavitud mayor para levantar las pirámides egipcias. Estos esclavos del siglo XX sabían que su trabajo -un trabajo bestial, consistente en quebrar la piedra y librarla en el exterior- era para glorificar a sus vencedores... En 1940 (el régimen) llevó a muertos-vivos sacándolos de presidio por la fuerza. ¿Llevará en 1959 muertos-vivos, sacándolos, también por la fuerza, de los cementerios? Los necesita para llenar la cripta?»
Y tras este inicio epistolar por parte de un personaje que tenía mucho que callar, siguieron más artículos o comentarios sobre el tema de los «esclavos» trabajando en las obras. Empezando hace años por políticos del bando derrotado como el citado y terminando hoy día con las opiniones de «periodistas» e «historiadores» de diverso pelaje.
Así, se llegan a dar por ciertas aseveraciones como que hubo «20.000 muertos» en ese «campo de concentración y de exterminio». En fin, todo lo que se les ha ocurrido decir sin rigor ninguno. A lo que se ve, no han tenido la molestia de acudir a los archivos del Palacio Real de Madrid para consultar las 69 carpetas que, con más de cien mil documentos, tratan sobre la obra del Valle. Ahí se guardan nóminas, papeles de cotización a la Seguridad Social y mutuas, presupuestos, facturas, correos internos de las empresas, relación de trabajadores, partes de baja, partes de alta...
Los datos
En fin, multitud de documentos administrativos, que si sólo la piedras o la cerámica ya les aclaran a los arqueólogos e historiadores datos que les hablan de la historia y el ambiente de cualquier lugar, ¿qué decir de lo que supone para su labor este tesoro documental? Pero, claro, hay que trabajar buscando y leyendo, y es más fácil repetir consignas sin comprobar su veracidad.
Si se hubiesen dignado a realizar su trabajo, de allí podrían sacar la cifra máxima de personas que trabajaron: mano de obra directa, indirecta, oficina técnica, transportes, guardas y vigilantes, etcétera. Verían que se empezó el primer año con una cifra cercana al centenar de trabajadores, en labores de replanteo, soporte eléctrico y levantamiento de infraestructura de casetones, comedor, hospital, almacén de materiales, economato, ficheros… Que entre los primeros trabajos que se realizaron fueron los accesos al valle, encomendados a la empresa José Banús. Y que ya en años sucesivos la plantilla de trabajadores fue aumentando progresivamente a partir del año 1943: 720, 816, 1.023… siendo la cantidad de 1.100 trabajadores el número más elevado alcanzado en un año. ¿De dónde sacarán lo de 20.000 «esclavos»?
Porque, además, verían en esos documentos que la mayoría de estos trabajadores eran meros contratados por las empresas referidas. Los «penados» o trabajadores que era «presos políticos», que los hubo entre 1943 y 1950, eran una minoría en el total, y acudían a trabajar para la redención de sus penas, lo que puede ser moralmente discutible, sin duda, pero era voluntario. La idea de la redención de penas a través del trabajo había sido desarrollada años antes por el padre jesuita José Agustín Pérez del Pulgar (1875-1939), que había establecido una serie de criterios o baremos para ello.
La amnistía de 1950
En 1950 hubo una amnistía general, que favoreció a la inmensa mayoría de los penados y pudieron así abandonar el trabajo. Antes, muchos de ellos se habían beneficiado del sistema de redención de penas, y entre ellos citaremos a Nicolás Sánchez de Albornoz, hijo de don Claudio Sánchez de Albornoz, el historiador (de los de verdad) que fuera presidente de la República en el exilio. Nicolás, en su libro «Cuelgamuros: presos para un mausoleo», escribió:
«Mi experiencia, además de corta y limitada, fue relativamente benigna [...] el trabajo que me tocó hacer resultó, además privilegiado. Al llegar al destacamento, Manuel Lamana y yo nos encontramos con que había dos vacantes en la oficina. Como éramos estudiantes y sin filiación política, el jefe nos puso a manejar la pluma y los números, en vez de cargar ladrillos o andar por los andamios, para lo que habíamos sido enviados desde la prisión de Carabanchel».
Por otro lado, el archivo recoge minuciosamente los datos médicos de los trabajadores. A lo largo del periodo de obras se registran 17 muertes, la mayoría por accidentes al perforar la roca. ¿De qué exterminio están hablando?
Por último, habría que recordar aquí aquel programa La Clave del ya lejano 18 de noviembre de 1983. Se eligió como tema de debate qué hacer con el Valle de los Caídos. Entre los tertulianos estuvo don Gregorio Peces-Barba del Brio, que estuvo trabajando como preso en el Valle de los Caídos, en donde vivió con su esposa y su hijo, el que fuera luego presidente del Congreso y uno de los padres de la Constitución de 1978. Dijo lo siguiente:
«Ya con Franco enterrado y en una vida normalizada en la democracia, pese a la inequívoca finalidad original del mismo como monumento de los vencedores sobre los vencidos, mi propuesta es la de transformar el mensaje que transmite el Monumento. De hecho, lo considero indestructible en tanto que es un testimonio de la historia, y que nos sirve a los vencidos que no tenemos un espíritu revanchista para educar a las generaciones futuras para decirles que aquello sirva para que los españoles no vuelvan a entrar jamás en una nueva guerra civil. […] Nos escuchan muchos millones de españoles que no conocieron la guerra civil. El Monumento debería ser para ellos un ejemplo de comprensión, de generosidad, de amor al prójimo. Para poder decirles: ahí tenéis ese ejemplo, que no tengamos que volver a levantar un monumento como este».
El testamento
Aunque salía a escena la disparidad sobre el fin último del monumento (insisto, nadie puede meterse en la mente del propio Franco), su actitud ante el mismo es elocuente: el respeto, la comprensión, que la historia no puede cambiarse... La Clave, nunca mejor dicho por el programa en cuestión, era lo que remarcaba: «para los vencidos que no somos revanchistas».
Por desgracia, la idea de aparcar los rencores parece que no va con nuestros políticos de izquierda. En especial con Pedro Sánchez y Rodríguez Zapatero, este último a pesar de que su abuelo dijese en su testamento: «Muero y perdono. Pido a mi esposa e hijos que perdonen también». Al contrario, fue el primero en colocar como un pilar de su nefasta política el lema «no perdonar», quizás por la incapacidad para justificar el comportamiento de su propio abuelo contra los «demócratas» mineros de UGT en la revolución de Asturias de 1934. Las obsesiones personales de nuestros dirigentes como guía de nuestra convivencia nos llevan a un callejón sin salida.