El portalón de San Lorenzo
Origen del nombre de Fuensanta
Encima tuvo que ver cómo surgieron impostoras queriendo aparecer como las modelos de los cuadros
Próximo a cumplirse el 150 aniversario del nacimiento del pintor cordobés Julio Romero de Torres, del que tanto se ha escrito y loado, queremos sacar a colación la historia de uno de sus cuadros más famosos, el denominado «Fuensanta», nombre con tanta significación en nuestra ciudad.
Fuensanta es un nombre propio español muy extendido por Andalucía y Murcia, e incluso Hispanoamérica, de sonido armonioso, con un significado profundo y rico, siempre asociado a una «fuente santa». El magistral González Francés (1842-1901), lúcido erudito de la Córdoba del XIX, publicó 'La Fuensanta de Córdoba', libro fundamental de consulta sobre el tema, donde se relata la historia del santuario cordobés desde su origen medieval. Y aunque este sabio magistral no lo supiera, estudios recientes sobre la construcción de la zona porticada del Patio de los Naranjos de la Mezquita Catedral inducen a sospechar que su arquitecto fuese el mismo que realizó el patio del santuario de nuestra patrona, tal era su importancia para Córdoba.
El origen de la tradición de la Fuensanta en Córdoba se sitúa en torno a 1420. Cuenta la leyenda que Gonzalo García, cardador de lanas, paseaba preocupado por la enfermedad de su esposa e hija cuando se encontró a dos mujeres y un joven mancebo (se dice que la Virgen y los patrones San Acisclo y Santa Victoria) los cuales le advirtieron de las propiedades curativas de un agua que brotaba al pie de una higuera junto a un arroyo cercano en las afueras de la población. Les hizo caso, su esposa e hija bebieron de esa agua... y sanaron. La fama se extendió rápidamente entre la población, acudiendo muchos enfermos de todas las dolencias a beber del agua milagrosa.
Poco tiempo después, en 1442, un ermitaño tuvo la visión de que en el interior de la higuera había una imagen de la Virgen. Comunicándole tal hecho al obispo de entonces, Sancho de Rojas, se abrió la corteza en presencia del mismo apareciendo una Virgen de barro con corona y, en el brazo izquierdo, el Niño Jesús. La devoción popular llevó a la construcción primero de un humilladero y después de un santuario, a finales de ese mismo siglo XV.
Al templo acudían los fieles para pedir curaciones, entregando a cambio sus exvotos. Unos pocos de ellos siguen todavía expuestos en la galería del patio de la iglesia formando una curiosa colección. Sobresale, indudablemente, el conocido caimán de la Fuensanta, sobre el que circulan multitud de leyendas piadosas sobre su origen.
La Feria de la Fuensanta
Para festejar la fecha de aparición de la Virgen se instituyó una feria con autorización real. A ella concurría la mayoría de los hortelanos de aquel fértil ruedo que circundaba la ciudad y que, por aquellos tiempos, constituía su principal despensa de productos frescos cultivados. Aprovechando la concurrencia también se intercambiaban ganados, y en épocas de esplendor llegaron a establecerse cerca de 400 puestos. Tanta gente se congregaba, no toda con buenas intenciones, que un Memorial del Alcalde Mayor de Córdoba, don José Sinto Cebrián, pidió en 1798 al Real y Supremo Consejo de Castilla la supresión de la feria por los escándalos que en ella se cometían.
Afortunadamente, no se le hizo caso, y en documentación de la década de 1860 que se encuentra en el Archivo del Ayuntamiento de Córdoba podemos consultar algunos de los primeros carteles que anunciaban la Feria de Nuestra Señora de la Fuensanta, como el de su celebración durante los días 8, 9 y 10 de septiembre de 1863. Curiosamente, en los documentos anejos a dicho cartel el Ayuntamiento viene a decir: «Tiempo ha que el Ayuntamiento de esta Ciudad, lamentando la decadencia que por efecto de una serie de insuperables obstáculos ha sufrido la Feria de Nuestra Señora de la Fuensanta, tan célebre como concurrida en otro tiempo, se ocupa con perseverante celo en promover las mejoras que pueden naturalmente restituirla a su antigua animación e importancia comercial». Vamos, que las autoridades municipales pasaron de quejarse del bullicio a rogar que volviese la animación perdida de décadas pasadas.
El billete de 100 pesetas
El cuadro de «Fuensanta» adquirió mayor fama cuando la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre decidió en 1953 lanzar una serie de billetes de cien pesetas. (9.890 millones), la tirada más grande de la historia, en los que aparecía por el anverso la figura del pintor Julio Romero de Torres y por el reverso una reproducción de dicho cuadro. El billete apareció en los bancos al poco tiempo. No hace falta decir que se formaron grandes colas para adquirir al menos un billete en las entidades bancarias, especialmente en la calle Ambrosio de Morales en donde estaba la Central del Monte de Piedad y Caja de Ahorros del Sr. Medina (Hoy Cajasur), Por lo que podemos decir que para los cordobeses aquel billete significó un recuerdo muy importante. Estuvo en vigencia 25 años, hasta 1978. En el redondel al agua que aparece en el billete, la que aparece es María del Pilar Zamora alumna del pintor.
Hay que decir que el cuadro de «Fuensanta» fue comprado en 1994 por un coleccionista de Buenos Aires, pero el 9 de noviembre del 2007 fue subastado en la Galería de Londres Sotheby's y adjudicado a un coleccionista anónimo que ofreció de forma telefónica la cantidad de 1.173.400 euros por él.
La modelo del cuadro fue María Teresa López González (1913-2003), nacida, curiosamente, en Buenos Aires, al parecer en un rancho de dicha ciudad. Su padre, el cordobés Jerónimo López Sánchez, fue un hombre muy emprendedor que quiso probar suerte emigrando a Argentina, en aquellos tiempos un destino anhelado por las oportunidades que ofrecía. Al poco tiempo consiguió cierta prosperidad en un rancho que empezó a gestionar.
En 1920, cuando apenas tenía siete años María Teresa, los padres volvieron a Córdoba y se instalaron muy cerca del Potro, en una casa de su abuela paterna. En aquella Córdoba de principios de 1920, con una población de apenas 70.000 habitantes, y viviendo en esa calle, no era de extrañar que el padre de María Teresa entablara relación de trabajo con Enrique, hermano del pintor. Parece ser que quien hacía los «mandados» en la casa familiar de los Romero Torres, una tal Margarita Santos, llegó a conocer a María Teresa pocos años después y se la presentó al pintor, que quedó prendado de la belleza de aquella joven muchacha. Inmediatamente pidió permiso a sus padres para poder pintarla en algunos de sus cuadros. No se puso inconveniente alguno y su hija cobraría a razón de tres pesetas diarias por cada tarde que posase para el pintor. Así, fue modelo hasta la muerte del pintor en 1930, sobre todo durante las tardes de las vacaciones en las que Julio Romero de Torres retornaba a Córdoba desde Madrid. En el entierro del pintor, una auténtica demostración de duelo oficial y popular solamente superada por el de Manuel Rodríguez, 'Manolete', se hizo notar la presencia en una de las presidencias que se formaron de la modelos Amalia Fernández Heredia, Ana López García y María Teresa López González.
La entrevista de octubre de 1988
En 1986, la Diputación de Córdoba organizó en un nuevo museo que se inauguraba en Montoro una gran exposición de cuadros del pintor republicano, exiliado en México, Antonio Rodríguez Luna (1910-1985). Asistió el gran artista y crítico de arte Francisco Zueras Torrens (1918-1992), miembro de la Real Academia de Córdoba y profesor mío de Dibujo en la Laboral. Al acto fue también gran parte de la intelectualidad, de la cultura y el arte de la capital y de la provincia. Yo acudí a dicha exposición porque me pidió don Manuel Nieto Cumplido que les acompañara con mi coche a él y a Juan Palomino Herrera, amigo suyo y estrecho colaborador de su época de Delegado de Cultura. El museo estaba situado en la céntrica plaza del Charco, dentro de lo que fue la antigua capilla de San Jacinto.
Al final de aquél acto, y en el camino de vuelta para Córdoba, nos paramos en el Restaurante Carmona de Alcolea, y allí Francisco Zueras no paró de hablar animadamente con don Manuel Nieto sobre los pintores cordobeses, tan injustamente olvidados. Le adelantó que estaba recopilando material para un libro que pensaba publicar sobre la pintura de Julio Romero de Torres.
Dicha recopilación, nos dijo, le había llevado a la calle Alfaros, a casa de María Teresa López González, la modelo de «Fuensanta», «Bodegas Cruz Conde» y la «Chiquita Piconera». Esta mujer, ya mayor, con cerca de 75 años, pero que conservaba todavía un encanto especial en su forma de hablar, le mostró a Zueras bocetos, certificados y cuadros pintados por Julio Romero que no aparecían en los catálogos oficiales del pintor, además de narrarle en primera persona muchas vicisitudes que ella tuvo que pasar en la vida.
Todo esto que nos contó el profesor Francisco Zueras lo confirmaría después ella misma en una espléndida entrevista grabada en 1988. Así, efectivamente, aparte de los ya citados el pintor la usó como modelo en obras suyas como «Bendición», «Ángeles», «Carmen», «Mujer de Córdoba» o «La Niña de la Jarra», todos ellos de 1928. De 1929 sería «La Mantilla».
La niña de San Lorenzo
Pero, de alguna forma, el cuadro que más le gustaba a ella era el de la «Niña de San Lorenzo», por desgracia poco conocido. Citó otros cuadros que se quedaron sin terminar por la prematura muerte del pintor, como el de «La Monja», lleno de expresión y espiritualidad. Al final estuvo posando para él desde los 10 hasta los 16 años, que cumplió en septiembre del año de su muerte. También aclaró que el famoso cuadro de «La Chiquita Piconera» ya lo hizo prácticamente recostado en el sofá, e incluso en la cama, por el estado avanzado de su enfermedad.
Por otra parte, al igual que le dijo al profesor Francisco Zueras, esta mujer se quejaba de que, en general, la sociedad cordobesa no se había portado bien con ella. La amistad con el pintor, con fama de gran seductor, y que posase tanto para él, generaron un runrún de chismorreos y falsedades que amargarían su vida, incluso la familiar.
Encima tuvo que ver cómo surgieron impostoras queriendo aparecer como las modelos de los cuadros. No obstante, ella consiguió de Rafael, el hermano del pintor, los certificados correspondientes que la acreditaban como la modelo real. Habló en la entrevista del curioso detalle de que cada vez que desgraciadamente tuvo que ingresar en el Hospital Reina Sofía, no sabía cómo, se cundía la voz de su presencia, y eran numerosas las personas, incluidos médicos y enfermeras, que se presentaban con el famoso billete de cien pesetas para que se lo firmase como autógrafo. No sabía de dónde los sacaban, porque la gran mayoría parecían nuevos.
Con el paso del tiempo, María Teresa desistió de acudir a los homenajes que le querían dar, porque algunos, en realidad, eran para levantar el nombre de la peña que los organizaba o de los artistas que intervenían, mientras que ella nunca recibía nada a cambio. Para rematar, la estafaron con un piso que tenía en la avenida de Fleming, cuando la persona a la que se lo vendió nunca le llegó de terminar de pagar. Piso que según ella, había sido el producto de toda su vida con el taller de modista que puso como autónoma. Y lo peor es que, con más de 75 años, la casa que habitaba en la calle Alfaros había sido adquirida por una constructora para obrarla, por lo que le habían dado un plazo para abandonarla.
Su último cuadro
La suerte no acompañó a María Teresa López González. Anciana y sola, pues Paquita, su única hija de un corto matrimonio, murió muy joven, decidió vivir acompañada únicamente de sus recuerdos, muchos de ellos demasiado dolorosos. Los últimos años de su vida los pasó de residencia en residencia y finalmente en la Residencia San Sebastián de Palma del Río. En abril de 2003 fue ingresada en el Sanatorio de los Morales en donde fallecería el 26 de mayo, a los 89 años. Por expreso deseo suyo está enterrada en el cementerio de El Carpio (Córdoba) junto a su padre Jerónimo López Sánchez, y curiosamente debajo de la bovedilla de su madre, Teresa González Castillejo. Allí, por fin, descansó en paz.