El reloj de la torre de San Lorenzo

El reloj de la torre de San LorenzoAlberto Estévez

El portalón de San Lorenzo

La fiesta de Fin de Año en Córdoba

Antes de inaugurarse el reloj de la plaza de Cánovas (hoy Tendillas), ellos fueron los pioneros en esto tomar las uvas a la plaza del caballo como se decía

A principios del siglo XX en España comenzó a celebrarse el Fin de Año con las doce uvas. Las campanadas se escuchaban inicialmente en los escasos relojes que tuvieran las torres o edificios cercanos, y posteriormente por las emisoras de radio. Aún así, la fiesta de la Nochevieja se desarrollaba fundamentalmente en la intimidad del hogar y era muy distinta a la Nochebuena porque, entre otras cosas, en las casas de vecinos no se encendían las celebradas candelas en el patio que, con su fuego y esplendor, solían unir a todos los vecinos alrededor.

Como testigos más veteranos en San Lorenzo de aquellas primeras celebraciones de principios del siglo XX podemos citar a los vecinos recogidos en el padrón parroquial de 1913, en el que aparecen con nombres y apellidos las siguientes personas mayores de ochenta años:

En la Calle Álvar Rodríguez: Antonio Martínez Ávila, 96 años; Rafael Muñoz Jurado, 97; Gregorio Muñoz Jurado, 90 y María Lucena Jurad 82.

Calle el Cristo: Carlos Velasco Cuéllar, 93; Eustaquio Pulgar Rodríguez, 80; María Pino Espada, 89; Jesús Martín Díaz, 82, y María Tejero Mejías, 87.

Calle Frailes: Rafael Estévez Panadero, 80.

Calle Humosa: María Ojeda Serrano, 82; Josefa Ortega Calixto, 81, y María García Sánchez, 90.

Hospital Jesús Nazareno: Ana Linares Gavilán, 103; Paula Gamboa Córdoba, 82; Aurora Morales Giménez, 84, Rafaela Tejada Pavón, 85; Nicolasa Delgado Jiménez, 91; Ana Millán Muñoz, 88; Josefa Mohedano Osuna, 89; Ana Torres Méndez, 85; Antonia Moreno Calabria, 82; Josefa Bligni Valada, 83; Victoria Pérez Orca, 82; Antonio Jurado Muñoz, 85; Carmen Mato Rodríguez, 81, y Josefa Gordillo Nieto, 87.

Calle Juan Palo: Teresa Álvarez Garrido, 81.

Calle Mayor de San Lorenzo: Manuela García Tous, 89; Zacarías de la Vega Gómez, 81; Ana Mestansa García, 81, y José Higueras Secilio, 95.

Calle Mellados: María Crespín Llamas, 83.

Calle Montero: Rafael García Perea, 81.

Plaza de San Rafael: Rafaela Martínez Lozano, 84; Josefa García Labiane, 83, y Concepción Caravaca Notario, 81.

En resumen, el padrón registra estas 35 personas mayores de 80 años, además de 72 entre 70 y 79 años, 680 entre 46 y 69 años, 3.200 entre 16 y 45 años, y 1.843 entre un día y 15 años. Un total de cinco mil seiscientas treinta personas, de las que la de mayor edad era Ana Linares Gavilán, que pasaba de los cien, y aún viviría un año más (1810-1914) y la más joven Enrique Morales Ortiz (1913-1991) que tenía sólo un día de vida cuando se hizo el padrón. Ambas vivían en la calle del Hospital de Jesús Nazareno, que destacaba por el alto número de personas longevas. En todo el barrio el número de personas del sexo femenino era ligeramente superior al de los hombres, si bien entre las personas de mayor edad las mujeres llegaban a ser casi el 75%.

Las primeras celebraciones organizadas

A raíz de que se pusiera de moda tomar las doce uvas en la medianoche del 31 de diciembre al 1 de enero, poco a poco cobraron protagonismo determinados salones o establecimientos como El Bolero, La Perla, San Lorenzo y, lógicamente, el Gran Teatro y el Duque de Rivas, en donde Dora la Cordobesita, Dolores Castro Ruiz (1902-1965), fue muchas veces la figura estelar de estas fiestas. Para cuando llegaban las doce de la noche la empresa de los citados establecimientos entregaba a los clientes unas bolsitas de uvas que garantizaban buenos augurios para el año que entraba, entre los alborotos, ruidos y los bailes de una concurrencia que en muchos casos portaba ridículos gorritos y hasta matasuegras. En muchos de estos establecimientos se tocaba la Marcha Real como colofón.

En otros y mientras se proyectaba cualquier película al llegar las doce de la noche, se cortaba la película y de alguna forma se daban las doces campanadas para que le público participara de esa alegría y disfrute de la entrada del nuevo año.

Los que se quedaban en sus casas, la gran mayoría, trataba también de tomar doce uvas, pero ésta era entonces una fruta muy cara y además escasa en las fechas del invierno, por lo que no estaban generalizadas. Así que mucha gente, por salir del paso, comía doce aceitunas, almendras, guisantes o algo de tamaño similar, y los más avispados, de cara a la taberna y a los amigos, tomaban doce chupitos de coñac.

Como, igual que ahora, corría el alcohol en grandes cantidades durante estas celebraciones, la prensa local incluía numerosos anuncios relacionados. Por ejemplo, Bodegas Diéguez, en el Realejo número 66, (donde hoy está el estanco y un pasaje interior) anunciaba para esos días sus vinos «de 20» a 5 reales el litro y el «de 24» a 7 reales.

Las uvas de fin de año en las Tendillas

El citado Realejo fue durante muchos años la frontera entre una Córdoba muy modesta, hacia abajo, y otra, hacia arriba, que se podía permitir de vez en cuando ciertos dispendios.

En Casa Lucas, del Realejo (donde hoy hay una farmacia), se formó una peña informal de amigos formada, entre otros, por Adalberto López, Juan León, Miguel García, Rafael López, Manuel Pérez y Ramón 'El Llaverito'. La mayoría pertenecían a los estratos sociales algo más pudientes del Realejo para abajo, y fueron ellos, antes de que fuera inaugurado el reloj de la plaza de Cánovas (hoy Tendillas), los auténticos pioneros en esto de desplazarse para tomar las uvas a la plaza del caballo como se decía, adonde portaban sus damajuanas llenas de coñac y otras bebidas espirituosas propias de la medianoche, aprovechando para ello unas conexiones de radio que se hacían desde las ventanas del Restaurante Bruzo (por encima del entresuelo de la Farmacia Marín) con emisoras como Radio Madrid.

El edificio de la Farmacia Marín y la ventana del Restaurante Bruzo que se accedía por Gondomar nº 2

El edificio de la Farmacia Marín y la ventana del Restaurante Bruzo que se accedía por Gondomar nº 2

Luego, ya más posteriormente, todo ello se hacía en torno a las campanadas que daba un reloj del que aún quedan sus restos, ubicado en la parte superior del edificio donde está la actual heladería de David Rico, propiedad de un señor que, entre sus caprichos, estaba el de coleccionar «cosas raras» y llegaron a decir que tenía incluso momias. No obstante, hay que agradecerle que fuera quien decidió colocar el reloj de campanas, de la relojería Tienda, como remate de su edificio. Se inauguró en la Nochevieja de 1929 y repartieron para disfrutar de sus campanadas cuatro mil bolsas de doce uvas.

El edificio de David Rico con el reloj

El edificio de David Rico con el reloj

El reloj de la torre de San Lorenzo

Unas pocas décadas antes, a principios del XX, el barrio de San Lorenzo era pobre de solemnidad. Gracias a la labor del párroco, don Mariano Amaya, se logró traer un poco de riqueza cultural con la llegada e inauguración del colegio salesiano (1903). Poco después, el siguiente párroco, Faustino Mateo Naz (que lo era desde 1910), aparte de impulsar el padrón con el que hemos comenzado este artículo, tuvo una ocurrencia singular: alegando que en su humilde feligresía casi nadie tenía un reloj escribió en 1911 varias cartas al alcalde, don Salvador Muñoz Pérez (1876-1947), para pedirle que instalaran uno en la torre que al menos les sirviera como referencia horaria y guiara su día a día mientras miraban la bella silueta de su parroquia.

Por increíble que parezca, el Ayuntamiento se tomó en serio aquella petición y en un pleno del 12 de agosto del mismo año aprobó una reserva de presupuesto para ello. No sólo se quedaron ahí, sino que, con una rapidez que haría palidecer a nuestros actuales gobernantes municipales, al año siguiente sacó a concurso público la colocación de un reloj para la torre por un importe mínimo de 2.000 pesetas. La esfera del reloj debía de ser de un metro de diámetro para que se pudiese ver bien desde lejos, con cuerda al menos para ocho días, teniendo que dar las horas, las medias y los cuartos, para lo cual debía contar con tres campanas.

El reloj fue adjudicado al relojero don Rafael Toner y Sunar por el importe de 3.000 pesetas el 18 de noviembre de 1912. Era de contrapesos, típico de finales del siglo XIX, y de fabricación francesa.

Siguiendo la información que me ha facilitado Juan Galán, fue inaugurado el martes día 4 de marzo de 1913. A dicha inauguración asistió todo el vecindario y el párroco supo agradecer el bien que se les hacía a las autoridades municipales que acudieron al acto (el alcalde no estuvo).

El caso es que el susodicho reloj revolucionó la vida de barrio, pues además de marcar las horas de celebraciones religiosas (Ángelus, Vísperas, Oración, Ánimas, etcétera), ayudaba a las mujeres para ver cómo llevaban las faenas de la casa. Muchas solían decir: «¡Ay, las doce y la olla sin hervir!». Y también, lógicamente, sirvió para tomarse las uvas en Nochevieja.

A partir de esa fecha de 1913 el reloj fue testigo de cómo iba creciendo el número de vecinos en el barrio, llegando a su máximo en el año 1950, cuando prácticamente duplicó la población, eso sí, sin contar con esas áreas flotantes como San Agustín o las Costanillas que, según los años, pertenecían a San Lorenzo o a Santa Marina.

Durante muchos años fue Luis Castillejo, vecino de la Ribera, el relojero que le daba cuerda junto a los relojes de pared marca Morell que hay en la cercana iglesia de San Rafael. A principio de los años cincuenta este simpático relojero, que tenía el taller en San Pablo por debajo de los esparteros Estévez, se llevó un susto tremendo cuando el autobús (azul) de la línea Cañero-Plaza de José Antonio se empotró en la Confitería San Pablo, propiedad de Pablo Herrera, que era el local justo por encima del suyo. No sabemos si fue a raíz de esto, pero el bueno de Luis dejó de darle personalmente cuerda al reloj y en su lugar lo haría Rafael, el hijo de Rosa, del Arroyo de San Lorenzo.

A partir de las reformas que se llevaron a cabo en la iglesia de San Lorenzo entre 1956 y 1966, en donde las campanas de bronce, el órgano de fuelle y otros elementos más de alto valor histórico dejaron de tener actualidad, el reloj quedó roto y abandonado. Y así estuvo muchos años, parado y sin uso, hasta que en la primera década del XXI, con una nueva reforma de la parroquia, por fin volvieron a ponerlo en marcha. Eso sí, ya sin contrapesos, sino con maquinaria eléctrica, seguramente china.

Las campanadas de las doce uvas en la actualidad

Hoy día, en la fiesta de Fin de Año se echa la gente a la calle, chicos, jóvenes y mayores, con bares, tabernas y calles repletas. Quizás sea porque cada vez la edad media de la población es mayor, pero parece que se están dejando atrás los típicos cotillones y las fiestas de toda la madrugada tras las uvas, adelantando toda la diversión al mismo día 31 ya desde el mediodía.

Siempre es bienvenida la alegría y la diversión, pero para muchos ese día da la impresión de que no existen ni los urinarios ni los cubos de la basura por el aspecto que dejan tras su paso. La fiesta sigue con el ruido y la bebida hasta poco antes de las doce de la noche, cuando suelen retirarse exhaustos para ver un rato los espectáculos que las distintas emisoras de televisión nos ofrecen con sus principales 'iconos' televisivos, entre ellos las campanadas donde, salvo honrosas excepciones, este año ha reinado la chabacanería y el mal gusto.

Así, en RTVE hemos podido ver a un payaso (mejor, bufón de la corte) de nombre Broncano y a una señora excesivamente entrada en carnes, ensalzados por los medios afines como exponentes culturales del gobierno de Pedro Sánchez. Entre sus gracietas tenían una muy fácil a mano en la que, mala suerte, no cayeron: que al dar los cuartos desde la Puerta del Sol comentaran los dineros que se han llevado los Koldo, Aldama, Ábalos y demás que vienen detrás de forma descarada e impune.

Ni tampoco han dicho nada sobre que Pedro Sánchez, después de repartir alegremente miles de millones de euros a diestro y siniestro, entregar una serie de trenes de cercanías, y no se sabe cuántas cosas más del acervo de los españoles, comportándose como si el Ministerio de Hacienda fuese suyo o de Begoña, ahora resulta que la Agencia Tributaria sale diciendo que "va a demorar hasta el 2028” el pago al que tienen derecho unos pensionistas en sus liquidaciones de la renta de 2019, 2020, 2021 y 2022, por haber cotizado a las Mutualidades entre los años de 1960 al 1978, según la sentencias de Tribunal Supremo nº 255/2023 de fecha 28/02/2023 y nº 552/2023 de fecha 05/05/2023.

Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados

Gabriel Rufián Romero, el de los 120.000 euros, en plena actuación en el teatro de la política

No hay dinero para los pensionistas

Posiblemente muchos de estos pensionistas trabajaron en aquellos años 1960-1978 en jornadas a relevos y de 12 horas diarias, contribuyendo de esta forma al levantamiento del país al que todo el mundo aportó con su trabajo y sacrificio, para que ahora pueda haber políticos como el tal Gabriel Rufián Romero de Esquerra Republicana de Cataluña que cobre al año 120.000 euros (el sueldo de 6 trabajadores), siguiendo los postulados de su partido que lo único que pretende es la descomposición de España como país. Esto sí que es de risa.

Por el contrario, la señora entrada en carnes hizo mofa de una estampa del Sagrado Corazón de Jesús. Curiosamente, el presidente de RTVE, un alfeñique un tanto hipócrita llamado José Pablo López, ha puesto por las nubes su actuación, calificándola como «éxito» y ejemplo de una España «joven y diversa». Y digo lo de «curiosamente» porque el tal López fue director de 13 TV, el canal de los obispos. Lo que no pase en España no pasa en ningún sitio.

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