Los secretos del toreo
Del 26 de abril a esta parte la leyenda del toreo ha ido agigantándose en la persona del maestro Morante de la Puebla. En cuestión de leyendas y mitos es lógico que uno tienda a preguntarse acerca del secreto o los secretos de la consabida leyenda y que, si el protagonista ha podido revelar parte del secreto, necesariamente tenga que acudirse a la fuente, en mayor o menor medida interpretable. Pues bien, el comienzo en la revelación de los secretos fue expresado por el de la Puebla en estos términos: -«¡Quién me iba a decir a mí, cuando buscaba la explicación de los secretos del toreo, que esta me llegaría de la mano de un poeta! Aunque quién mejor que un poeta para explicar lo inexplicable».
El desvelador de los secretos y aquel que, de algún modo, puede explicar lo inexplicable es el vate José Bergamín y en su fuente de inspiración - «El fantasma luminoso de Joselito (antes que Nietzsche y que Pascal) relampagueo de clara inteligencia juvenil mi adolescencia oscura» – radica también la del tan admirado como denostado Maestro de la Puebla.
Para el poeta, inspirado a su vez en un Joselito el Gallo que tendría su antítesis en Juan Belmonte, esta inspiración conduce inexorablemente a poder percibir en la ligereza, la agilidad, la destreza, la rapidez, la facilidad, la flexibilidad y la gracia las «virtudes clásicas» del toreo frente a unos vicios como la pesadez, la torpeza, el esfuerzo, la lentitud, la dificultad, la rigidez y el desgarbo – «Vicios castizos[…] hasta el esperpentismo más atroz y fenomenal» -.
Lo difícilmente explicable radicaría en «el predominio de la línea curva y la rapidez» como «valores vivos de todo arte (Joselito)»; frente a «la lentitud (morosidad) y la línea recta», que serían «valores muertos invertidos (Belmonte)». Bergamín filosofa para fundamentar su opción: «La línea curva compromete al dibujante, obligándole a ser expresivo; es decir, a pensar, a ser dibujante, a tener estilo. Y es o no es: no hay trampa posible. El mal dibujante, por el contrario (mal pensador, mal artista, mal torero), se defiende con líneas rectas tangenciales: se sale por ellas engañosamente, no se atreve a comprometerse, y hace trampas morales, trampas con rectitud; la trampa siempre tiene mérito».
Continuando por esta senda, Bergamín, a través de la figura del Rey de los Toreros, llega a formular una teoría sobre cómo llegar a distinguir entre «públicos y públicos» por medio de una crítica desgarrada y de claro propósito lacerante: «Lo que entusiasma a los públicos, en un arte cualquiera, es tener la impresión de un esfuerzo en quien lo ejecuta, la sensación constante de su visible dificultad: esto les garantiza la seguridad de que pueden aplaudir justamente, premiando el mérito. Pero al espectador inteligente lo que le importa es lo contrario: las dotes naturales extraordinarias, la facilidad, que es estética y no moral; ver realizar lo más difícil como si no lo fuera, diestramente, con gracia, sin esfuerzo, con naturalidad. Es esta, en todo arte, la supremacía verdadera: vital. Hay que invertir todos los valores para poder afirmar lo contrario. (Es el caso de Belmonte en el toreo; de Zuloaga en la pintura; de Valle-Inclán o Pérez de Ayala en la novela; de Ortega y Gasset en la oratoria, etc…: casticismo característico español)».
Hasta aquí sólo subrayar lo presuntuoso del más mínimo intento de descripción de la mente del artista; desde aquí sólo anhelar una lluvia de inspiración que descienda sobre el albero del Coso de los Califas.
¡Feliz y artística Feria Taurina de Ntra. Sra. de la Salud!