La verónicaAdolfo Ariza

El regreso de un don Quijote muy inglés

Actualizada 05:00

En realidad no se trata de un regreso – si bien nunca segundas partes fueron buenas – sino de un nuevo nacimiento – «ha llegado la hora de que renazca de nuevo»-. Claro que, por lo pronto, habría que resolver una primerísima objeción: «[…] si lo hiciera, si volviera nacer ¿lo haría como caballero errante?». Pero, ¿y por qué no? «¿Acaso no renació el griego en el hombre del Renacimiento?». En su momento, «Cervantes comprendió que era el romance caballeresco el que iba entrando en decadencia y que tocaba a la Razón ocupar su puesto. Pero en nuestra época lo que agoniza es la Razón y su ancianidad nos merece todavía más respeto que la vieja novela de caballerías». Tal vez sin saberlo estemos a la espera de «un modo de batallar frontal y directo». ¿Será que «necesitamos a alguien que se crea capaz de derribar gigantes»?

Luego, en su regreso, vuelve a aparecer ante nuestra vista «rígido sobre la montura de Rocinante, larguirucho en esa armadura que se cae a pedazos». «Desde hace trescientos años ese caballero enristra en vano su lanza para enseñarnos a reír del propio temblor de nuestra espada». Tras él, proverbialmente, vuelve a agigantarse «la enorme sombra del leviatán de la risa». Retorna de nuevo la eterna persecución al caballero «como la vasta sombra de una caricatura a la zaga del desesperado anhelo de dignidad y belleza» y lo que es peor, no solo sobre el caballero, sino «sobre todo espíritu humano, como una ola inmensa: ligera y leve, sin mala intención, aunque mirando displicente aquello que le es superior».

Alguien invita a cuestionarse: «¿Ha reflexionado alguna vez en lo estupendo que habría sido que Don Quijote echara por tierra los molinos?». Si bien ya el mismo demandante matiza su propia pregunta: «Por lo que yo sé de la historia medieval, el error de Don Quijote fue haber cargado contra los molinos cuando a quienes debería haber acometido era a los molineros». En este regreso, el molinero, y no el molino, es el «símbolo del moderno sistema de la intermediación»; los molinos, dirigidos por sus correspondientes molineros, «fueron el primer paso hacia todos los molinos y fábricas que degradan y ensombrecen la vida moderna». Pero una vez más tornan las preguntas: «¿No se da cuenta de que estamos hablando de un problema moral?». La pesadilla de Don Quijote ha encontrado justificación porque los molinos de hoy son verdaderos gigantes: «Nuestra sociedad ha llegado a desarrollar una burocracia tan inhumana que casi parece espontánea, natural. Se ha convertido en una segunda naturaleza: tan diferente, remota y cruel como ella».

En medio de toda esta vorágine «otra vez regresa el caballero errante a los bosques sólo que, ahora, no es entre los árboles donde se extravía, sino entre las ruedas del maquinismo». Medita un momento ante la enclenque figura: «Hemos fabricado un sistema mortal a tan gran escala que ya no podemos prever cuándo o dónde vendrá a golpearnos; esa es la gran paradoja. A fuerza de calcularlo todo este sistema se ha hecho incalculable. Hemos encadenado a los seres humanos a una maquinaria gigantesca y no podemos predecir en qué parte dejará notar sus fallos».

De repente alguien solícito pregunta con no poca ansiedad: -«¿Y hay algún modo de enfrentarse a esta pesadilla?». A lo que se le responde: -«Sí, lo hay. Usted ha sabido encontrarlo. Y bien poco le ha estorbado el sistema al ver que el doctor de los locos estaba más loco que el lunático. Por eso es usted, y no yo, el verdadero líder: yo sólo me contento con seguirle. No, usted no es Sancho Panza. Es el otro». En cierto modo se está cumpliendo una profecía: -«[…] Antes la gente se quejaba de que el romanticismo estaba echando a perder a la juventud. Pues bien, lo que está arruinándolos ahora es su sordidez, su afán de hablar de dinero y de máquinas, su manía de ser prosaicos, materialistas y rastreros. Quieren construir un mundo de ateos que no tardará en convertirse en el mundo de los simios».

Fin de la fábula (para más señas ver en G. K. Chesterton, El regreso de don Quijote).

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