La verónicaAdolfo Ariza

Fast food Eucarístico

Actualizada 05:10

Lo propio de un establecimiento fast food – sin entrar en cuñas publicitarias – es, sin lugar a dudas, la rapidez, una «hipotética relación calidad-sabor-precio», y la ubicuidad de estos «garitos». Amén de un desapego e independencia con respecto a las cuitas y temperamento del personal y de los «supuestos comensales». Esta visión y experiencia - entre semanal y diaria – puede suscitar la visión de ciertos paralelismos entre estos establecimientos y nuestra «parroquia de guardia». La inquietud del paralelismo puede venir, fundamentalmente, por la vía de la «rapidez» -¡Por favor, no más de 30 minutos (a lo sumo 40) – o por la vía de la relación «calidad-precio»: ¿No comulgamos demasiado sin la debida preparación? ¿Banalizamos, en virtud del mal comprendido democraticismo, el hecho de poder comulgar como si se tratara de un establecimiento fast food X de la cadena Y?

Estos días he repasado un documento de la Comisión Teológica Internacional, con fecha del 19 de diciembre de 2019 y que lleva por título La reciprocidad entre fe y sacramentos en la economía sacramental, que me ha sugerido algún que otro interrogante. Si bien, antes de lanzar las preguntas, ya quisiera un servidor notar lo que considero un dato importante en el trasunto: «No defender suficientemente lo que el sacramento es y significa, por temor a unas exigencias mínimas, supone un daño mayor a la sacramentalidad de la fe y de la Iglesia» (90). Es obvia a todas luces la «distancia» que se da «entre lo que la Iglesia profesa que se celebra en la Eucaristía, los requisitos para participar plenamente en la misma, las consecuencias que comporta en la vida ordinaria y lo que muchos creyentes buscan en celebraciones ocasionales o esporádicas de la eucaristía» (118). Y ahora, a los interrogantes:

El primero, necesariamente, es de índole más teológica. «¿Qué fe piden por su propia naturaleza los sacramentos de la fe?» (46). En este caso, la fe requerida para participar en el sacramento de la Eucaristía. Según el parecer de santo Tomás de Aquino, ni el Bautismo ni el Matrimonio requieren en la misma medida la fe impregnada de amor que la Eucaristía. Comulgar «no solo presupone la fe en la presencia real de Cristo en las especies sacramentales, sino también la voluntad de mantener el vínculo de unión con Cristo y con sus miembros» (63).

Segundo interrogante. Si «la comunión, como su nombre indica, expresa una intima unión con Cristo», ¿es «posible comulgar íntimamente con alguien ignorándolo o en contra de la propia voluntad»?

Tercer interrogante. ¿Se «puede recibir adecuadamente el don que implica el sacrificio existencial de Cristo si no se está dispuesto a dejarse configurar existencialmente por este don desde la fe» (122)?

Cuarto interrogante. Si «la fe personal no se puede separar de la fe de la comunidad que celebra el sacramento», ¿hay «unidad y continuidad entre lo que se celebra (lex orandi), lo que se cree (lex credendi) y lo que vive (lex vivendi), en cuyo marco fluye la vida cristiana, la oración personal y la celebración sacramental» (127)?

Quinto interrogante. Si «la fe que responde con la palabra ‘amén’ a los dones eucarísticos está relacionada con la disposición no solamente a recibir el sacramento, sino a representarlo», ¿esto va unido a un de deseo de «comunión de vida con Cristo» y el consecuente «envío» (111)?

A vueltas con esta «comida rápida eucarística», tal vez sea útil recordar, con el Papa Francisco, la necesidad de «una ‘disciplina’ […] que, si se observa con autenticidad, nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos». En esto de la Eucaristía conviene no tener prisas ni vivir en el prurito de unos hipotéticos derechos adquiridos. Ya lo dijo en su momento un teólogo como Romano Guardini: «Debemos darnos cuenta de lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa. Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella. Pero el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso».

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