Mundo sin abuelos
Los últimos abuelos de esa entidad llamada pomposamente Occidente permanecen ajenos a la decadencia de una civilización estéril
Cuando paseamos tranquilamente por la ciudad, es probable que nos encontremos a cualquier hora, salvo entrada la noche, con una bonita estampa que se une a ese fragor compuesto por una combinación de tráfico, gente en los bares de todos los barrios y el vaivén constante de los viandantes. A un ritmo distinto, como a una velocidad dentro de una dimensión propia, en su particular mundo, se encuentran los pequeños nietos y sus abuelos. De aquí para allá, buscando casi siempre la tranquilidad de los parques o las plazas, el nieto irá unos metros antes, y sus abuelos detrás con la lengua fuera conminándoles a que vuelva. Ni los años, ni los achaques, ni el cansancio ni las enfermedades impedirán que le den alcance. Todos sabemos que unos abuelos detrás de un nieto tienen un tipo de aceleración extra e imprevisible que no nace del cuerpo ni obedece a reglas de la dinámica.
Los abuelos de hoy son muy distintos a los de hace tan sólo unas décadas. Aquéllos lo eran muy jóvenes, y solían tener al primer nieto en torno a los 50 años. Hoy se están teniendo los primeros hijos a veces pasados los 40, generando unos tipos de padre que se pueden denominar padrebuelos. Los abuelos actualmente, en consecuencia, suelen serlo bastante mayores. Adoptan además, por las necesidades de los hogares, el papel de padres. Un padrebuelo necesita un abuelopadre.
Las edades tan tardías a las que los españoles tienen hijos, si los tienen, provocan muchas veces que al nacer los pequeños ya hayan muerto uno o varios abuelos. Si el niño tiene abuelos se genera una atrocidad: son ya tan mayores que verá la muerte de todos antes de llegar a la pubertad. La suerte de tener algún abuelo hoy está ligada a la desgracia de verlos partir muy pronto, un dolor indecible que antes afectaba a los hijos de manera mucho más repartida a lo largo del tiempo. De hecho se podía tener algún abuelo pasados los veinte, treinta o incluso cuarenta años. Y había quien llegaba a conocer a algún bisabuelo.
Lo descrito anteriormente sucede en caso de tener abuelos. El incremento de la edad media en el alumbramiento del primer, y seguramente único hijo, hará que pronto muchos padres hayan fallecido antes de ver nacer a sus nietos. Los escasos niños sabrán de la figura del abuelo como algo perteneciente a los recuerdos de otros.
La ciencia-ficción se está equivocando estrepitosamente. Imaginábamos un apocalipsis nuclear, con zombis o una invasión extraterrestre. Quizá monstruos que nacieran del interior de la Tierra. Nos vino un encierro domiciliario por un resfriado. Imaginábamos que los medios de comunicación allanarían el camino hacia la telepatía. Tenemos a gente que habla hora y media en youtube sobre banalidades desde su propia habitación con el tendedero detrás. O bailes de mujeres escotadas por doquier. Imaginábamos que los medios de transporte nos llevarían volando por las ciudades o que se conseguiría por fin la teletransportación. He ahí el patinete eléctrico. Se podría hacer casi una especie de ley: toda grandilocuente fantasía de futuro deviene en distopía costumbrista. Y nos encaminamos ahora hacia otra, cotidiana y triste: un mundo sin abuelos.
En los parques de Córdoba un abuelo juega a pillar a su nieta, una abuela da la mano en el tobogán a su nieto. Los últimos abuelos de esa entidad llamada pomposamente Occidente permanecen ajenos a la decadencia de una civilización estéril.
Ahora los más importante es que hay un churrete que limpiar.