Paisaje después de la batalla
El cainismo, el resentimiento, el adanismo, la envidia, el sectarismo, la arrogancia, la mendacidad, la codicia y el egocentrismo no resultan los mimbres idóneos para gobernar un país
El Frente Popular le acaba de ganar su guerra a la España nacional. Y lo ha hecho democráticamente, por 179 frente a 171 votos. Ello inaugura una nueva fase que dará la vuelta al país como si fuera un calcetín. El relato oficial será el que determine esa pírrica mayoría, que fijará judicialmente y por decreto lo que considere verdad y lo que declare mentira, según le convenga en cada momento al líder supremo, al cual servirán todas las instituciones públicas y al que estarán en buena medida sometidas, por la fuerza de la ley, las privadas.
La transformación de la realidad que hemos venido experimentando en el País Vasco, Cataluña y otras regiones, en el sentido de deconstruir una identidad española vigente durante siglos para sustituirla por una serie de fábulas de acuñación reciente rabiosamente incompatibles con el paradigma anterior, se ha impuesto. A partir de ahora, los vencedores podrán revertir tanto la derrota de 1939 como la reconciliación nacional de 1978, fulminándolas de un plumazo, al objeto de establecer un régimen alternativo, dueño de una amplia gama de resortes, e instruir a las generaciones venideras en los dogmas revolucionarios que la autoridad alumbre.
La amalgama de socialistas, comunistas, separatistas y etnicistas, unidos en su odio feroz a la España tradicional, no cuenta solo con 179 escaños. También reúne a esa mitad de ciudadanos españoles que están dispuestos a desventrar nuestra patria, si con ello satisfacen su inquina y su rencor contra la otra mitad. La aparición de Vox hace unos pocos años, como escisión de un PP que hasta entonces era objeto de toda suerte de descalificaciones y «cordones sanitarios» por parte de los agentes del Frente Popular, entonces aún no fusionados en una única vocación de destino, ciertamente ha disminuido la presión sobre el partido de Feijóo y Cuca Gamarra. Aunque se repita por activa y por pasiva que Vox es una banda de fascistas, violadores, machistas, racistas y fanáticos religiosos, los calumniadores saben de sobra que esta es una falsedad para consumo de indigentes mentales. Lo que verdaderamente irrita, subleva y alarma de Vox es su patriotismo, su españolidad, el peligro potencial que supondría, para estos enemigos de España, la posibilidad de que un número relevante de españoles se viera reflejado en su mensaje.
Que no cunda la inquietud entre los frentepopulistas ante la perspectiva de que, llegado el día, se invirtiesen las tornas, y se diera una pírrica mayoría del centroderecha en un próximo escenario. Aparte de que parece improbable que el PP logre superar su aversión a Vox y llegue a respetar algunos de sus postulados ideológicos, tampoco se ganaría demasiado gobernando contra los millones de españoles que han escogido el Frente Popular. La izquierda y los nacionalismos antiespañoles llevan décadas sembrando discordia con una eficacia digna de mejor empeño, y diseñando un modelo de sociedad en el que sobran liberales, conservadores y católicos, salvo que estén relegados socialmente y aparezcan sometidos a una humillación simbólica de carácter ejemplarizante, mediante la televisión, los medios, la cultura y el sistema educativo.
El cainismo, el resentimiento, el adanismo, la envidia, el sectarismo, la arrogancia, la mendacidad, la codicia y el egocentrismo no resultan los mimbres idóneos para gobernar un país. Pero constituyen las pulsiones hoy más en boga en esta piel de toro. Con la beligerancia, la división y el aplastamiento del prójimo, ¿adónde vamos? Si nada hemos aprendido de los cuarenta años de franquismo, y después hemos dedicado los cuarenta años de democracia y libertad a reavivar los horrores de hace ochenta años para volver al 36, mal remedio tenemos.