La deshumorización galopante
Al terminar el año se popularizó hace tiempo un recurso humorístico en el que participan de buena gana un sinfín de personas en las redes sociales. Se trata de las necroporras, una apuesta repleta de guasa y mala leche en la que se enumeran aquellos famosos que por edad, enfermedad, estilo de vida o realización de determinadas acciones (véase este año la pujanza en las listas de Jaime del Burgo) tienen altas probabilidades de morir. Realizando una parodia de todo ello, la conocida publicación satírica El Mundo Today, publicaba el pasado 31 de diciembre un vídeo titulado «famosos que no nos han dejado en el 2023». Aparecen rostros conocidos como Mario Vaquerizo, Ramón Tamames, Florentino Pérez, Miguel Bosé o Isabel Díaz Ayuso, entre otros. Una parte son conservadores, otros adscritos a un sector contrario a las ideas hegemónicas de izquierda y calificados por muchos con el socorrido y vacío adjetivo «fachas».
Esta era la enésima publicación politizada, y siempre en la misma línea, de El Mundo Today, medio que hasta hace unos años raramente entraba en determinados asuntos. Conforme lo ha hecho, curiosamente, ha ido perdiendo la gracia, y no sólo al tratar esos temas, sino en general, como si la ideología se convirtiera en una especie de impregnación que llegase a cada escrito cómico independientemente de su contenido o naturaleza. No es un caso único.
Un proceso de degradación rápido y muy llamativo se produce con humoristas de cierto talento y distinto tipo (monologuistas, radiofónicos, escritores). En un momento dado empiezan a politizarse con ideas siempre izquierdistas, bien por una decisión personal, bien porque comienzan a trabajar en programas predispuestos en ese aspecto. Como si fuera un contagio, la politización siempre va a más, y el talento a menos. No parece que sea para obtener prebendas, sino un verdadero proceso de corrosión.
Ahí tenemos desde hace años a Guillermo Fesser, el miembro de Gomaespuma que vive en USA, convertido en un servil, tendencioso y hosco corresponsal. O a su compañero Juan Luis Cano, cada vez más lleno de un resentimiento injustificado no se sabe muy bien hacia qué. También al antaño graciosísimo y original Ignatius, hoy domesticado, inestable y triste. Destino similar lo pudimos observar en Quequé, efectivo monologuista transformado en un ser iracundo que navega en el rencor como único contenido. Conocido es el caso de El Jueves, que en la década pasada se fue llenando de dibujantes y guionistas políticamente correctos y muy agresivos, enterrando el carácter de la revista bajo un aluvión de viñetas de vergüenza ajena cuyo propósito era el señalamiento o el insulto.
El epítome de todo esto quizá sea El Gran Wyoming, en el pasado ingenio puro y rapidez mental, completamente degradado desde hace mucho. Le acompaña en tan dudoso logro Willy Toledo, que decidió hacer exhibicionismo de su envilecimiento en una especie de «never ending tour», dejando en el olvido las indudables aptitudes que tuvo para la comedia.
Podríamos resaltar más casos. Es como si el progresismo fuera una enfermedad degenerativa que acaba con el talento y el humor, sumiendo al enfermo en una sucesión de estados de ánimo negativos y superficiales, incontinentes y constantes. Y de los que no puede escapar una vez entra en ese círculo vicioso.
Impelidos a combatir contra ogros ficticios -los consabidos fachas, los machistas, los negacionistas, los franquistas, los homófobos, los ricos- y creyendo que surfean la ola de la superioridad moral, terminan estrellados contra las rocas (el rocaje vivo, que diría un humorista que sí conserva su gracia). Ahí se desangran sus dotes. Cuando se levantan son un simulacro de comisarios políticos.
Celebremos las auténticas risas que un día nos provocaron, deseando que su agudeza muerta vuelva como en una necroporra inversa, una necro-resurrección que haga aflorar de nuevo las destrezas idas frente al dañino dogmatismo woke que produjo esa deshumorización galopante.