Agosto en familia
Es reencontrarte con quienes no has visto desde bastante tiempo atrás, con amigos de la infancia o con los que la distancia separó
No entiendo el mes de agosto sin pasar unos días en familia. Quizá suene al típico tema recurrente cuando uno no tiene otra inspiración mejor que alcance a dar el resultado de unas líneas escritas, pero es algo que no me importaría repetir una y mil veces si tengo la oportunidad de recrear tantas circunstancias acontecidas y vividas en el medio rural. Y es que pasar el verano en un pueblo se rige por normas no escritas que son aceptadas gustosamente.
El verano en el pueblo es recorrer rutas en las que no faltan charcas, fuentes y arroyos, cortijos y senderos. No hay mejor granja escuela que la de observar a los animales en su medio ni mejor lección que la de contemplar el campo florido, las huertas con sus verduras de temporada o los frutos que traerá el otoño y que ya empiezan a intuirse en los árboles.
El verano en el pueblo son visitas inesperadas, estar en todo momento dispuesto a que el imprevisto detenga tus tareas cuando alguien se asoma a tu puerta. Es reencontrarte con quienes no has visto desde bastante tiempo atrás, con amigos de la infancia o con los que la distancia separó. Son días en los que llega aquel que recuerda vagamente a sus antepasados y esos otros que ya no identifican la casa en la que se criaron. Es tiempo en el que tratar de conocer un poco más a los que dieron origen a nuestra historia, a los que ocuparon ese mismo espacio y protagonizaron las anécdotas que hoy se relatan.
El verano en el pueblo se resume en una larga mesa en la que los comensales estiran el tiempo de manera extraordinaria tras haber degustado una contundente comida.
El verano en el pueblo es trasnochar contando historias de familia, de tradiciones y costumbres. Es volver a reunirse con el sentimiento de que el tiempo se detuvo cuando el año anterior se compartieron risas y chanzas que continuaron como algo imperecedero.
El verano en el pueblo es festejar a la patrona que es realmente quien convoca a los vecinos y forasteros en su día. Es el pretexto para volver aunque no sea necesario tenerlo para planear unos días de descanso auténtico.
El verano en el pueblo es una recarga gratuita de pilas, no me cabe duda; es una experiencia que no hay que desechar, sino más bien acogerla y repetirla porque la energía que aporta se prolonga in aeternum.
Feliz verano, vivido en familia, en el pueblo.