No puede ser tan complicado
Hoy os invito a vivir la vida de Pedro, de catorce años, está en la ESO y su vida no dista mucho de la vida de cualquier persona de su edad. Pedro no es un chaval extraordinario, no destaca especialmente por nada: tiene su grupo de amigos, va pasando de curso como puede, tiene su perfil de Instagram con un número aceptable de seguidores, viste a la moda… Un chico cualquiera que ustedes pueden cruzarse por la calle con su pandilla.
Pedro tiene inquietudes propias de la edad, ¿qué va a estudiar cuando acabe la ESO? ¿Bachillerato, de ciencias o de sociales? -el de humanidades ya no es una opción viable- ¿Mejor una FP? Últimamente están muy en boga y su primo mayor estudió una carrera para acabar de cajero, a decir verdad nunca se ha imaginado haciendo algo tan complicado como eso, mejor no arriesgar, que luego se planta en los treinta con una mano detrás y otra delante. Tal vez después de estudiar se saque unas oposiciones, como su hermano, que estudia de sol a sol para sacar una plaza en la Administración de Papanatas y Cuchufletas… Su madre siempre se lo ha dicho «Hijo, tú funcionario; que viven muy bien y trabajan poco». Lo que es seguro es que no se quiere ver de electricista como su padre, que sí, que ha hecho su vida con su empresita y ha sacado todo adelante siendo de esa deseable y menguante clase media española, pero que es muy peligroso: ¿Y si ahora no va bien? Que hay que pagar más de lo que ganas; que abrir un negocio es perder dinero seguro.
Pero ahí estamos, tirando como se puede. Porque al final de cuentas, todo para qué. Si el pobre Pedrito no ha tenido tiempo entre salidas, botellones y TikTok de leerse a Séneca, ha visto algún vídeo de esa corriente pseudoestóica que circula por Youtube. ¡Qué más quieres! Si el referente intelectual del Pedro es otro chaval que hace un podcast. Si en internet se aprende más que en la escuela. ¿No es suficiente para Pedro con las clases de ciudadanía que imparte la pijaprogre de su profesora Charo? ¿O las clases de Historia de España? Esas en las que ya ni siquiera importa la Revolución Francesa, la Revolución Industrial o el marxismo. Pedro tiene bastante ya, ¡que dejéis en paz a Pedro! Si a él le toca un pie todo eso, si el mundo ya es lo suficientemente complicado como para meterle en la cabeza el conocimiento. ¿Y la Iglesia? No es del gusto de Pedro, su benemérita abuela Amparo va todos los días allí a pasar el rato y le da cierta ternura «cosas de viejas», se dice. Si con la de escándalos que tiene la Iglesia ¿ qué me va a enseñar? Con todo el oro del Vaticano acabaría el hambre del mundo —le ha oído decir a su madre—. Yo no tengo tiempo para eso. El bien y el mal, me han dicho que eso es relativo, igual que ser hombre o mujer. Dice mi profesor de Lengua que hay un auge de la extrema derecha y lo he entreoído en el telediario. O lo mismo no, no lo sé, porque en Instagram sigo a uno que habla de la Escuela Austríaca y el liberalismo o algo así, pero no lo termino de entender. Creo que lo suyo es que los ricos paguen más, ¡Si tienen más dinero!
A Pedro se le presenta un futuro complicado que no entiende, ni quiere entender. Ha aprendido que todo es subjetivo y depende de su interpretación. Pedro no ha llegado a conocer eso del principio de autoridad, dicen por ahí que es una cosa de fascistas. Todos valemos y todos podemos, incluso aunque no podamos ni sirvamos. No le cuentes rollos de aprender, poner al servicio de la comunidad, hacerse cargo de la realidad ni encargarse de ella. Tal vez, Pedro o uno de sus amigos, como Gabriel Syme, un día decidan revelarse; han crecido entre revolucionarios, como Syme. Han crecido entre unos que defienden el veganismo hasta el punto de no comer otra cosa que hojas cultivadas por mujeres oprimidas en granjas ecosostenibles, mientras que otros defienden que se debe ser carnívoro hasta el canibalismo. Otros defienden igualdad de género hasta la castración química, mientras que unos dicen que la igualdad no entiende de géneros. Unos, que si hay que comer la tortilla con cebolla, mientras que otros por no comerla con cebolla, la comerían con embriones de perdíz por tal de llevar la contra. Syme, como el pobre Pedro, decidirá un día revelarse por lo único que queda: revelarse por el sentido común.
Porque como usted, lector, y yo, sabemos que el mundo no puede ser tan complicado como se lo pintan a Pedro, que todo debe ser más sencillo. Ambos sabemos que la hierba es verde y no depende de interpretaciones que el macho no es una hembra por la misma razón que una mesa es una mesa y no un paraguas. Aunque bajo la mesa puedas refugiarte de la lluvia, sabes que no es su naturaleza. Aunque el sentido común se ha diluido en una masa informe y líquida —como explicaría Bauman— no se ha perdido y quedan islas sólidas de él en las que ampararse y aferrarse a ellas como a un clavo ardiendo, aunque todos naveguen a la deriva en la sociedad líquida buscando a tientas la isla del sentido común, que dejaron atrás hace mucho tiempo y que un día volverán a encontrar entre las turbias aguas del progresismo y dirán «¡Eureka, ahí estaba todo el tiempo!» inamovible, permanente, tranquila y conciliadora.
Tal vez Pedro descubra que la vida que le ha tocado vivir no es ni de lejos más difíil ni más sencilla que la de sus padres, sus abuelos o sus bisabuelos. Que la naturaleza permanece inalterable, como las montañas, como las rocas, como las encinas centenarias. Que la hierba sigue y seguirá creciendo en verdes y espigadas briznas por mucho que la pisen y la sieguen, el agua seguirá encontrando el curso más corto para su tránsito y arrasará con todo lo que alguna vez se ha puesto por delante, que las nubes seguirán flotando y el cielo seguirá de un precioso azul, aunque ese azul se encuentre solamente contenido en una tiza azul y Pedro sólo pueda tomar un pedacito de él. Y si usted conoce a Pedro, no desespere, porque como dije: todo permanece como nos lo han dejado.
Y así lo encontraremos por los restos. En las dulces líneas de Chesterton: Nadie puede decir qué sorprendentes modas nos traerá el paso del tiempo […] Pero sea como fuere, el fundamento esencial de este hábito, como el fundamento esencial de todas las religiones, permanecerá idéntico: que sólo podemos tomar una muestra del universo, y esa muestra, aun cuando sea un puñado de polvo […], siempre expresará su propia magia, y una insinuación de la magia de todas las cosas.
Y aún queda una semilla de esperanza en el joven corazón de Pedro