En España, el agua se ha convertido en un recurso que genera incertidumbre en el sector agrario, no solo por su escasez, sino también por su gestión. La reciente situación en la cuenca del Guadalquivir es un ejemplo paradigmático de cómo la falta de planificación estructural convierte en problema lo que debería ser una bendición. Si la sequía amenaza los cultivos y las explotaciones ganaderas, las lluvias tampoco parecen ofrecer un respiro.
Los agricultores y regantes andaluces se enfrentan a una paradoja recurrente: tras un periodo de fuertes precipitaciones, la dotación hídrica sigue en entredicho y las restricciones persisten. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ha anunciado que, a pesar de las lluvias, los regantes de la Regulación General se podrían enfrentar a reducciones del 60% en el suministro. Mientras tanto, algunos embalses continúan liberando agua, generando un desconcierto lógico entre los afectados. Esta situación, según Feragua, es el reflejo de una «pésima gestión hidráulica» que se ha arrastrado durante décadas y que, en la práctica, condena al campo a la inestabilidad permanente.
El problema no es solo la falta de agua, sino la ausencia de infraestructuras y una política hidráulica errática. El Plan Hidrológico del Guadalquivir, que debería haber dado soluciones a largo plazo, sigue sin materializarse. No se han ejecutado las obras previstas, como tampoco se han resuelto problemas como el del bombeo de la Breña II, que opera al 10% de su capacidad. Como resultado, los agricultores ven cómo sus decisiones de siembra quedan en suspenso, sin saber a qué atenerse, lo que está dificultando la presentación de las solicitudes de la PAC dentro del plazo fijado. Según ha denunciado Asaja, la incertidumbre en torno a la dotación hídrica impide a miles de agricultores concretar sus planes de cultivo, lo que podría llevar a una prórroga del plazo de solicitud.
La situación exige respuestas urgentes. No se puede seguir trasladando la incertidumbre al sector primario, motor económico fundamental en Andalucía. La lluvia no debería ser una preocupación, sino una garantía de producción. Pero mientras la gestión del agua continúe siendo un problema de voluntad política y no de eficiencia técnica, la paradoja se mantendrá: si no llueve, problema; si llueve, también.