Yo sí estuve en la 'rave' ilegal que sale por el telediario
Conforme salía aquella mañana de la fiesta rave escandalosamente ilegal de Ciudad Real de este año-todos los años sale alguna, porque toca, en el Telediario de La 1, viene a ser un clásico por Navidad- junto al maravilloso e inútil aeropuerto privado de Ciudad Real, me quedé a cuadros. ¿De qué diablos va esto si me acabo de levantar? Llevaba dos días sin dormir.
Tres días antes, había recibido una llamada de Rafa, mi redactor jefe de La Voz de Córdoba. Álvaro, tío, tú que eres molón. Y me entró el pánico. ¿A ti te importaría cubrir in situ lo de la fiesta rave ilegal de Ciudad Real que sale por todas las teles, tú que estás soltero? Dijo ¿Sigues teniendo aquel viejo Renault cinco puertas cutre? Sí, claro, Rafa. El periódico paga la gasolina. Trabajo de campo. Insistió. Espabila. Periodismo gonzo. Como si yo supiera lo que es eso.
Y, claro, dije que sí a todo porque no tenía nada mejor que hacer.
Según conseguí arrancar el viejo Renault 5 Turbo de la plaza estrecha de cochera de casa de mi madre, juré en arameo. Llevaba sin conducir quince años cuando por fin cogí la vieja carretera de Madrid -desdoblada ahora- y enfilé aquella tarde de enero hacia la fiesta, el guateque sideral, la bacanal posmoderna, el apocalipsis pamplinas de cien mil vatios sin fin. ¿Y cómo me visto para la ocasión? Me pregunté.
Va. Algo fácil. Improvisé. Así que cogí unos viejos pantalones de pana Lois, una camiseta de Metallica, la parte arriba de un chándal Adidas del año de la polca y unas zapatillas Yumas. Conduciendo el viejo Renault, solo, camino de la rave, con una cerveza sin alcohol sobre el salpicadero, me dio la impresión que la vida -en la pobreza- me sonreía.
Puse una cassette de Alcalá Norte de vuelta a vuelta, ya saben, mientras veía olivos y viñedos a través del parabrisas. Álvaro, definitivamente, molas. Me dije.
Y por fin llegué a la mediática rave de Ciudad Real, entre la expectación y la incredulidad. No fue fácil encontrar hueco: incordiaban los controles de los picoletos -hey, soy inocente, voy limpio- y las furgonetas tuneadas de una juventud tristemente desechada.
Monté una pequeña tienda de campaña dentro del Renault durante dos días, en el descampado de la rave, entre el motor y la desidia, con la almohada puesta sobre el asiento de atrás. Qué carajo, Álvaro, me dije, participa. Baila.
A modo de asustaviejas, recién levantado, con pantalón de pana, en pleno festival electrónico, le pedí un ducados a una de las tantas muchachas que bailaban allí de modo desenfadado. Y no supo qué responder. Perdona reina ¿Tienes un ducados? Le pregunté ¿Qué coño es eso? Me respondió. Y no me llames reina.
Joder, que salimos en el telediario.
Durante dos días estuve bailando con gente extraña de toda España y Europa en aquella rave de provincias que escandalosamente sale por todos los telediarios, sin parar, quizá echando de vez en cuando una cabezada de dos horas en el coche, para celebrar el fracaso de una civilización.
Ya de regreso a Córdoba, conduciendo el pequeño utilitario ochentero que dejaba atrás las gasolineras que comenzaban a encenderse a la caída de la tarde y que no pasaba de noventa, pensé en la decadencia de todo un mundo.
En la suya. En la nuestra.
Y lo sé porque yo estuve allí, en las entrañas de lo más parecido al apocalipsis . Y usted no.