El amor de un hijo madrileño hacia su padre donándole su riñón: «Me ha dado vida y él puede hacer vida normal»
Los inmunosupresores que necesitaba para su corazón le provocaron que los riñones fallasen
Juan Fernández es un ejemplo vivo de cómo la ciencia y la solidaridad pueden prolongar y transformar una vida. En su 66 años de vida, marcados por dos trasplantes, primero de corazón y más tarde de riñón, ha conocido los extremos de la angustia y la gratitud. «Hace 25 años me hicieron un trasplante de corazón y, hace nueve meses, uno de riñón, donado por mi hijo», señala.
El primer trasplante llegó cuando Juan tenía 39 años. En aquella ocasión, recibió el corazón de un joven de 20 años que había fallecido en un accidente de tráfico en Parla. «Yo estaba ingresado en el 12 de Octubre, y cuando me dijeron que había un donante, no lo podía creer. Me trajeron su corazón, y aquí estoy, 25 años después, tan contento y agradecido por ese gesto», cuenta.
La espera, reconoce, fue difícil. «Cuando estás en diálisis o esperando un órgano, vives con angustia. Estás deseando que alguien te done, porque sabes que sin eso no puedes seguir adelante», afirma. Juan es consciente de la importancia del gesto del donante y su familia: «Donar es dar vida. Es lo mejor que se puede hacer».
El segundo trasplante llegó cuando Juan enfrentaba un nuevo reto: sus riñones habían comenzado a fallar, en parte como efecto de los inmunosupresores que necesitaba para su corazón. Estaba al borde de entrar en diálisis cuando su hijo, de 32 años, se ofreció como donante.
«Le hicieron pruebas a mi familia, y él resultó ser compatible. Todo fue muy rápido, en 15 días se preparó todo, y el trasplante se realizó», relata. Ambos se recuperaron rápidamente tras la cirugía: «Yo estuve ingresado siete días, y mi hijo, cinco o seis. Salió todo perfecto», asegura Juan, emocionado al hablar del sacrificio de su hijo. «Me ha dado vida, y él puede hacer vida normal con un solo riñón».
Una vida renovada
A pesar de los desafíos, Juan lleva una vida plena y agradecida. «El corazón tiene una caducidad de unos 15 o 20 años, y ya llevo 25. Es un regalo que no doy por sentado», reflexiona. Sin embargo, no ha estado exento de dificultades: «Ha habido ingresos por virus y otras complicaciones, pero hemos salido adelante. Incluso con la pandemia hemos seguimos luchando».
Para Juan, los trasplantes han sido mucho más que un tratamiento médico; han sido una segunda y tercera oportunidad de vida. Por eso, envía un mensaje contundente: «A las familias que dudan les diría que donen. Están salvando vidas, como la mía. Es lo mejor que pueden hacer».
«Estoy aquí gracias a un joven de Parla y a mi hijo. Les debo mi vida, y siempre estaré agradecido», concluye Juan.