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Rostro

Rostros del TuruñueloALMUDENA VILLEGAS BECERRIL

Lo que esconden los rostros de Tarteso hallados en el Turuñuelo

Las personas, individuo a individuo, en cada una de las culturas, somos las que fabricamos los hilos de la historia

Esta semana he viajado a Extremadura a recibir a los rostros del Turuñuelo. Sí, esas esculturas de pequeño tamaño que representan las caras de nuestros antepasados tartesios. Piezas que por primera vez desvelan alguna fisionomía, unos hermosos rasgos idealizados, pero con características personales, y que son de una factura exquisita.

Observándoles en sus vitrinas, casi me han conmovido, protegidos y guarnecidos por el personal del Museo Arqueológico de Badajoz, como una auténtica guardia de Corps atenta a las piezas y a su seguridad en todo momento. Como si tuvieran a cargo algo propio que se vigila con cariño; en realidad a esos antepasados ilustres que forman parte de nuestra propia historia

Asomarme a la visión de sus caras a través del cristal me pareció como disfrutar de una cena a la que uno no ha sido verdaderamente invitado por el anfitrión, sino por otro invitado. Yo me había colado de rondón en su fiesta, admirado sus caras, observado detenidamente las bellas arracadas, posiblemente de pesado oro, en su origen. Prestando atención a las torsiones de piedra que expresan el oro que ayudaba a que las arracadas no rompieran el lóbulo de las orejas. Decoración personal que muestra el gusto por la belleza, una expresión más de la gran cultura que fueron.

Rostros

Rostros del Turuñuelo

En el museo había otras impresionantes piezas que no eran inferiores a ellas. El arqueológico de Badajoz posee una imponente colección de estelas, que son unas grandes piezas en piedra grabadas. En la mayoría de las piezas del museo, se representan guerreros íberos y sus ajuares.

Estas piezas nos proporcionan una auténtica ventana, una especie de foto fija que nos enseña la imagen de unas personas en su propio mundo. Muchos de ellos son guerreros rodeados de lanzas, arcos y flechas con sus respectivos carcaj; a veces un carro de dos ruedas con su tiro de caballos, casi siempre espejos, alguna lira incluso. Una fotografía de aquel mundo que nos ayuda a conocer mejor una sociedad, pero también aporta dudas por las posibles interpretaciones.

Los museos son algo más que esos edificios donde se conservan piezas de la historia y, gracias a ellos, podemos atisbar, los curiosos y los investigadores, que somos muy parecidos, piezas que formaron una vez parte de la vida cotidiana de un tiempo pasado.

Objetos prácticos y hermosos, como grandes ollas en las que una vez se estofaron cereales y legumbres con algún trozo de carne, recipientes para preparar quesos, como grandes coladores que permitían que se desaguara todo el líquido y permaneciera la parte sólida intacta. Incluso vasos rituales, bellísimos, como el de Nertóbriga, del s. IV a. C. Y los numerosos molinos de mano para triturar cereal y poder elaborar panes… podemos imaginar a la gente afanándose en la elaboración de estas piezas, y después usándolas para preparar comidas sencillas o grandes banquetes.

De la vida cotidiana, humilde y común en el mundo íbero y tartésico, damos un salto en el tiempo hasta los museos ¡o viceversa! en una elipse que nos conduce a conocerlos, a percibir que aún tenemos cosas en común con culturas del pasado. A descubrir como esas caras tartesias, esos grabados íberos sobre estelas o esas piezas de una milenaria cocina nos conducen a sentir visiblemente ese orgullo de lo propio. Del pasado de muchos.

Máquina del tiempo

Esos rostros son más que unas caras talladas, son la representación de unos ancestros que muchos tendrán en común. Los museos, con diferente perspectiva y acierto, son esa auténtica máquina del tiempo en la que poder revivir cómo vivían, comían y se vestían nuestros antepasados. En qué creían y cómo era la vida cotidiana.

Cómo pensaban, amaban, se lamentaban, o cómo reían. Sus representaciones, su lengua y sus escritos fueron una llamada de atención al futuro, a nosotros. Y sus inscripciones, no sólo son una forma de comunicarse entre ellos, sino un deseo de permanencia, casi como el espíritu del escritor del S. XXI. Asomados desde nuestra formidable posición, podemos ver mucho del pasado. Ellos, íberos, tartesios, son solamente una pequeña muestra.

Amaron su tierra, cultivaron, generaron y produjeron sus alimentos y buscaron la supervivencia. Sus culturas fueron herencia milenaria, y todavía es posible que, a lomos de la modernidad, el pasado nos inste ese momento para la reflexión que tanta falta nos hace. Las personas, individuo a individuo, en cada una de las culturas, somos las que fabricamos los hilos de la historia, afanarse en tejer bien es el éxito de un momento histórico.

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