
Ninguna vida puede ser un objeto destinado a solucionar las crisis matrimoniales.
¿Los hijos pueden ayudar a salvar un matrimonio en crisis?
Detrás del pensamiento de la paternidad y la maternidad como salvación del matrimonio, puede esconderse una concepción errónea de la persona
Cuando la relación conyugal empieza a resentirse por el paso del tiempo y la rutina, surge la tentación de pensar que alguna circunstancia externa puede salvar esa relación.
Muchos matrimonios y parejas que atraviesan una crisis o que piensan en separarse, piensan por eso que la llegada de un hijo resolverá los problemas de comunicación.
¿Un hijo es un objeto?
Pero un hijo, con su presencia, no puede restaurar el núcleo último de aquello que se ha resentido: el afecto y la razón pro el que se dio el paso de la convivencia y el matrimonio.
Con la pérdida de la ilusión y el cansancio propios de las crisis matrimoniales, se intenta en el mejor de los casos, tomar decisiones acertadas que son imágenes de lo que debería ser el día a día de la pareja.Quizá el error en este tipo de decisiones está en pensar que un nuevo hijo puede solucionar, como si de un salvador se tratara los problemas que esa pareja han ido acumulando.
El pensamiento de «tener un hijo para salvar la convivencia» es un mecanismo inconsciente del deseo de felicidad, a modo de reacción para afrontar el dolor o el aburrimiento que se va imponiendo en las crisis de pareja.
¿Cuál es el valor de cada vida?
Con el deseo de recuperar la ilusión perdida se planean viajes, escapadas, circunstancias nuevas que rompan la dinámica de la monotonía. Pero una persona nunca puede ser un objeto destinado a la solución de conflictos afectivos.
El bebé, la nueva vida que nace, tiene un valor intrínseco, que no puede ser reducido a la utilidad o a un fin determinado.
Pensar que un nuevo hijo puede ser capaz por sí mismo de solucionar una crisis matrimonial es poner sobre esa nueva vida un peso que no debe ni puede llevar. Por eso, frente a la vida que nace o a los hijos ya nacidos, se plantea la pregunta sobre su sentido real y profundo y sobre el sentido del amor en la pareja. Ninguna persona puede ser el sustituto de esas preguntas que brotan en las crisis y del camino que se abre en el intento de responderlas.