José Marvá y Mayer, el general que ganó batallas para los obreros
El general Marvá fue mucho más que un militar que desease estar en la vanguardia científica y tecnológica. En su faceta de reformador social, Marvá consiguió que en 1906 se creara el Cuerpo de Inspección Técnica de Trabajo, que sigue existiendo
Los generales pasan a la historia por destacar en campañas bélicas, o en la política. El perfil humano de este general está, sin embargo, muy alejado del tópico. José Marvá y Mayer nació en Alicante, en 1846, en el seno de una familia de tradición castrense. Ingresó en el Ejército en 1861, encuadrándose en el Arma de Ingenieros.
En todos los ejércitos del mundo existe el afán por estar en vanguardia de la ciencia y la tecnología para imponerse en los campos de batalla. Pero el caso de Marvá es excepcional. Su pasión por las Ciencias Exactas era total, y no menor que la que sentía por sus aplicaciones tecnológicas. De nada hubiera servido esa pasión si a Marvá no le hubieran acompañado inteligencia, gran cultura y vocación de servicio. Y todo ello sazonado por su fe católica y un patriotismo sin fisuras.
No había ningún Arma del Ejército que hiciera un uso tan extenso de variadas tecnologías
Su carrera en lo puramente militar no es demasiado llamativa. Ascendió hasta general de División, pasando a la reserva en 1916, a la edad de 70 años. No iba a acabar ahí su vida activa, como se verá.
El Arma de Ingenieros tenía su origen en la poliorcética, el «arte de atacar y defender las plazas fuertes», pero sus misiones se ampliaron conforme avanzaba la modernidad científico-tecnológica. No había ningún Arma del Ejército que hiciera un uso tan extenso de variadas tecnologías. Y fue en su desarrollo donde destacó Marvá. Cuando en 1897 se creó el Laboratorio de Ensayo de Material de Ingenieros se puso bajo su dirección, no por casualidad. La institución sigue existiendo, llevando el nombre de «General Marvá».
Pero Marvá fue mucho más que un militar que desease estar en la vanguardia científica y tecnológica. Habiendo visitado muchas fábricas, construcciones y minas, tenía una clara comprensión de que la industrialización generaba instalaciones insalubres, y máquinas de alta peligrosidad, que acababan con la vida de numerosos trabajadores y dejaban legiones de enfermos y mutilados.
En 1883 había nacido en España la llamada «Comisión de Reformas Sociales». En 1903, el conservador Silvela dio un paso más y creó el Instituto de Reformas Sociales (IRS). Para entonces Marvá ya era una autoridad en el ámbito de las reformas sociales y en 1902 el Ministerio de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas había requerido su concurso. Se convirtió en miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas en 1904. Y en 1906, realizó una gira europea para estudiar las instituciones consagradas a la higiene y seguridad en el trabajo.
En su faceta de reformador social, Marvá ocupó un puesto destacado en el IRS, donde se estudiaban los problemas sociales, y formulaban propuestas legislativas. De sus secciones, Marvá dirigió la de Inspección. Comprendió que daba lo mismo redactar las mejores leyes si estas no se cumplían. En un país tan dado a la picaresca como es España, ese era un grave peligro.
Muchos patronos pensaban que los problemas del bienestar de sus trabajadores les eran ajenos. Y muchos trabajadores preferían que el dinero que fuera a fines asistenciales o preventivos llegara a sus manos. Hacer leyes sociales era fácil. Hacer que se cumplieran era lo complicado. Pero Marvá consiguió que en 1906 se creara el Cuerpo de Inspección Técnica de Trabajo, que –no por casualidad– sigue existiendo.
En 1908 otro Gobierno conservador, el de Maura, creó el Instituto Nacional de Previsión (INP). Algún lector se preguntará qué era. Señalaré cuatro organismos que son sus sucesores: el Instituto Nacional de la Salud (INSALUD), el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), el Instituto Nacional de Servicios Sociales (INSERSO) y la Tesorería General de la Seguridad Social. El INP, en definitiva, fue la base del sistema de Seguridad Social con que los españoles nos hemos dotado.
En 1911, Marvá fue puesto al frente del INP y lo dirigió hasta 1934 (cuando ya tenía 88 años). Quizás el periodo donde más a gusto se sintió fue con la Dictadura. Empeñado en su afán regeneracionista, Miguel Primo de Rivera creó en 1925 el Ministerio de Trabajo, y el primer titular, Aunós, nombró a Marvá como Director General de Trabajo y Jefe de la Inspección de Trabajo.
Tras su retiro, su vida no tardó en apagarse y murió en agosto de 1937, en Madrid, en mitad de una Guerra Civil cuyo significado no captó, porque su clarividencia había mermado en los meses anteriores.
Resulta difícil resumir la labor social de este general. El actual sistema de Seguridad Social se ha ido construyendo durante generaciones, con variadas aportaciones. Pero no podemos olvidar quiénes fueron sus enemigos. Desde lo que se conoce como «movimiento obrero», anarquistas y marxistas rechazaron, ya a fines del XIX, la creación de la Comisión de Reformas Sociales, a la que catalogaron como un instrumento de la burguesía para acabar con el ímpetu revolucionario mediante un aparato estatal mercenario. La misma valoración dieron a todas y cada una de las organizaciones donde Marvá desarrolló su tarea. Todo lo que no fuera fomentar la lucha de clases era «reaccionario», y «opresivo» para las clases trabajadoras. No podían aprobar nunca la labor de un Marvá consagrado a la tarea de armonizar los intereses de todos los grupos sociales que concurrían en la actividad económica, sujetando a todos al logro del bien común.
Pero, en definitiva, ¿quién ha hecho más por los trabajadores? ¿El demagogo que llama al exterminio de las «clases explotadoras», a «asaltar los cielos», o Marvá con sus numerosas ideas reformistas? Subrayé su papel decisivo en la creación de la Inspección de Trabajo. Estando él al frente del Instituto Nacional de Previsión se produjeron grandísimos avances legales. Las «batallas» que libró el general Marvá no aparecen en los libros de historia militar, pero hicieron más digna y segura la vida de millones de trabajadores y de sus familias. En esa «guerra» su papel fue muy superior al de los incendiarios y profetas del Apocalipsis que, sin embargo, llenan páginas y páginas en los libros de Historia.