Picotazos de historia
El decreto 770 de Nicolás Ceaucescu o el horror de los niños huérfanos de Rumania
El objetivo final de esta medida era aumentar la población de Rumania en un 50% en el transcurso de una década, algo que traería consecuencias nefastas
En Rumanía, durante la década de 1950, debido a una combinación de circunstancias –alta participación de la mujeres en el mercado laboral, bajos estándares de vida, imposibilidad de obtención de medios anticonceptivos y una de las políticas abortistas más liberales del mundo (consecuencia del punto anterior)– dio como resultado un fuerte y constante descenso de los nacimientos, lo que afectó a la tasa de crecimiento vegetativo (diferencia entre el numero de nacimientos menos el número de defunciones).
En octubre de 1966, Nicolás Ceaucescu firmó el llamado Decreto 770, que tendría un efecto trágico para los rumanos. El mencionado decreto declaraba el aborto y las medidas anticonceptivas ilegales, siendo merecedores –los infractores– de penas de multa, prisión y muerte, en función del grado de su delito y de su participación en el mismo. Para hacer cumplir el decreto, la sociedad fue sometida a un estricto control. Desaparecieron de los hospitales y farmacias los escasos medios anticonceptivos de los que se disponía; todas las mujeres rumanas –desde los quince años de edad hasta los 45– tenían la obligación de someterse a controles ginecológicos mensuales. Cualquier embarazo debía ser notificado a las autoridades, que llevarían un seguimiento y control del mismo. Se esperaba que cada rumana diera a luz, al menos, cinco veces. Caso que alcanzara la cifra de doce partos sería distinguida con la categoría de «Gloria de la Maternidad», que dar de comer no lo hacía pero vestía mucho en el régimen de Ceaucescu.
Al presidente rumano consiguió lo que quería, pero no se le ocurrió que había que dar asistencia a todas esas madres y niños
Un ascenso en la mortalidad infantil
Las consecuencias del decreto se hicieron poco a poco evidentes hasta que alcanzaron las dimensiones de desastre. En un año se duplicó el número de nacimientos. El índice de hijos por madre pasó de 1,9 al 3,7. Esto era lo que quería Ceaucescu, pero ni a él, ni a su mujer, ni a nadie se le ocurrió que había que dar asistencia a todas esas madres y niños. Y aquí se armó.
Los hospitales y orfanatos se llenaron de niños rechazados, abandonados por sus madres
La mortalidad infantil, que ya era alta, ascendió un 146, 6% del año 1966 al 1967, debido a la falta de ginecólogos, pediatras, obstetras, camas y medios en las maternidades, leche materna, antibióticos, etc. La solución del sistema fue maquillar los resultados: se decretó que no se inscribiera al neonato hasta que no hubiera cumplido un mes de vida (todos los que se murieron antes no existieron). Otra espantosa consecuencia fue que los hospitales y orfanatos se llenaron de niños rechazados, abandonados por sus madres. Muchos de estos niños padecían taras físicas o mentales por lo que quedaron arrinconados, viviendo en condiciones infrahumanas, en centros estatales donde a nadie les importaban y la mortalidad era espeluznante.
Ceaucescu y su mujer, igual que otros tiranos a quienes el destino ha llevado al poder, tomaron una decisión para solucionar un problema sin pararse a pensar en sus complejidades y consecuencias; cuando estas se hicieron presentes, las taparon, culparon a sus enemigos ( reales o ficticios); o, sencillamente, las ignoraron: de lo que no se habla no existe. Eso si, el sufrimiento de las personas, de los individuos de su pueblo, eso les importó un rábano. Es curioso como cambian los tiempos y los métodos pero no las personas.