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Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, por Antonio Moro

Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, por Antonio Moro

Estas son las razones por las que España tiene que reivindicar al Gran Duque de Alba

Si Alba hubiera nacido en Inglaterra o Francia, no dudo de que el personaje sería conocido en todo el orbe, pero, sin embargo, tuvo la 'mala suerte' de nacer en la Castilla del siglo XVI, ser católico hasta el tuétano, y servir al César Carlos y a su hijo, Felipe II

En España hemos permitido que los hispanistas fueran los que confiriesen las etiquetas de héroe o villano a nuestros personajes históricos (en definitiva, si podíamos estar orgullosos o no de ellos). Esto ha llevado a que determinadas figuras se hayan visto relegadas a un segundo plano, sin llegar a plantearnos las verdaderas razones por las que pasaban a ese «olvido». Una de ellas es la del III Duque de Alba, uno de los mejores generales de la Monarquía Hispánica durante el siglo XVI.

Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel se dedicó desde muy joven a aprender los arcanos del arte de la guerra de manos de su abuelo, Fadrique Álvarez de Toledo –II Duque de Alba–, veterano de la Guerra de Sucesión Castellana (1474-1479), la Guerra de Granada (1482-1492) y la campaña del Rosellón (1503); además de ser el general que llevó a cabo la anexión de Navarra (1512). Una hoja de servicios de primera clase en un mundo cambiante, ya que Fadrique vivió la evolución de las formas de la guerra de la Edad Media a la Moderna.

De su abuelo, Fernando aprendió que las guerras se podían ganar sin librar batallas. Lo mejor era cansar al enemigo con marchas, contramarchas y fintas, provocando que se desintegrara

De las huestes reales que eran apoyadas por las nobiliarias y de las órdenes militares –levantadas todas para servir durante un corto periodo de tiempo o una campaña concreta–, se pasó al sistema de los ejércitos reales, en los que la financiación de las tropas –fieles únicamente a la Corona– recaía en exclusiva sobre los hombros de la Hacienda Real, y en los que las unidades levantadas a base de voluntarios fueron adquiriendo un carácter más permanente, lo que permitió que los militares se profesionalizaran después de servir durante periodos dilatados en el tiempo.

De su abuelo, Fernando aprendió que las guerras se podían ganar sin librar batallas, ya que estas ponían en peligro a todo el ejército pues no se podía asegurar cual iba a ser el resultado final. Lo mejor era cansar al enemigo con marchas, contramarchas y fintas, provocando que se desintegrara sin más, tal y como había dejado escrito Vegecio en el siglo IV d. C., cuyo Compendio de técnica militar aprendió de memoria.

Lo importante era mantener a las tropas propias en buenas condiciones y con el ánimo alto, a la espera de que llegara el momento oportuno para golpear al contrario con tal potencia que la victoria fuese segura, sin que las fuerzas propias sufrieran un menoscabo significativo. Siempre buscó el ahorro de la sangre de sus soldados. Así obtuvo brillantes victorias en Alemania, junto al Emperador Carlos V, en la Guerra contra la Liga de Esmalcalda (1546-1547); en Italia, contra el Papa Paulo IV y sus aliados franceses (1556-1557); en Flandes, donde, a pesar de no poder apaciguar la revuelta, siempre venció en campo abierto a los ejércitos al mando de Guillermo de Orange o de sus hermanos y aliados (1568-1573); y, por último, en la conquista de Portugal (1580), en la que puso en manos de Felipe II todo un reino sin haber derramado apenas sangre. Y únicamente cito las campañas más relevantes.

La victoria de San Quintín

La victoria de San QuintínAugusto Ferrer-Dalmau

Si Alba hubiera nacido en Inglaterra o Francia, no dudo de que el personaje sería conocido en todo el orbe, pero, sin embargo, tuvo la 'mala suerte' de nacer en la Castilla del siglo XVI, ser católico hasta el tuétano, y servir al César Carlos y a su hijo, Felipe II. Aunque, para su desgracia, no solo le han denigrado extranjeros –a excepción de William S. Maltby, cuya biografía invito a leer a quien quiera conocer la vertiente política del personaje–, sino también autores españoles.

Recientemente se ha publicado un estudio de sus campañas en Flandes en el que la introducción deja bien claro cuál es la posición del autor, un periodista, respecto al general español. Sobre las espaldas de Alba carga la culpa de la imposibilidad de acabar con la rebelión, sin citar ni una sola vez las dificultades económicas del segundo Felipe, en un momento en el que se tuvo que enfrentar a los revoltosos flamencos y valones en el Septentrión, pero también a los moriscos de Granada, a los corsarios berberiscos y a la Puerta Otomana en el Mediterráneo –Lepanto se disputó en 1571–.

Tampoco se refiere a que las ciudades costeras de los Países Bajos –tras quejarse de lo oneroso que era para ellas el mantenimiento de las guarniciones españolas y prometer que se harían cargo de su propia defensa– lograron que el Duque ordenase la retirada de las guarniciones españolas poco antes del ataque sobre Brielle por «los mendigos del mar» en 1572, lo que facilitó que la revuelta tomase una fuerza inusitada hasta el momento, ya que una y otra vez, las invasiones terrestres de Orange habían sido repelidas. Si aquellas pidieron el repliegue español sabedoras, o no, de lo que ocurriría posteriormente lo dejo a elección del lector.

Por último, es curioso que no se citen la obra de Leon van der Essen, El Ejército Español en Flandes, 1567-1584. Introducción crítica al estudio del Ejército español y su conducción de la guerra en los Países Bajos en el siglo XVI; la última monografía de Raymond Fagel, Protagonists of War: Spanish Army Commanders and the Revolt in the Low Countries; y las obras de Olaf van Nimwegen, The Dutch Army and the Military Revolutions, 1588-1688; y The Eighty Years War: From Revolt to Regular War, 1568-1648, editada por Petra Groen. Todos ellos rompen con los clichés decimonónicos antiespañoles que el autor se empeña en perpetuar. Sigo sin entender cómo se abrieron las puertas del Palacio de Liria a la presentación de un libro con tal carga contra Alba.

Su orgullo le empujó a enfrentarse al propio Felipe II, pero no hay que olvidar que en aquella época un Grande de España se sentía sólo un poco por debajo del Rey

En otra obra, publicada en el 2008, se aseveró que Álvarez de Toledo llegó a Portugal con la coraza manchada de sangre por las órdenes de ejecución que le había presentado el Tribunal de los Tumultos y que él había refrendado. Parece que el redactor de tal aseveración no cayó en la cuenta de que el Duque había firmado lo que los fiscales y jueces de los Países Bajos le habían presentado como representante directo del Rey; que fueron ellos quienes incoaron los procedimientos contra los rebeldes, ya que el noble castellano desconocía a la mayoría de los revoltosos de las provincias del Septentrión.

En fin, y por no cansar al lector, nos encontramos ante una figura histórica que, como todas, tiene sus claros y sus oscuros. Su orgullo le empujó a enfrentarse al propio Felipe II, pero no hay que olvidar que en aquella época un Grande de España se sentía sólo un poco por debajo del Rey. En este hecho, como en tantos otros, nos tenemos que dar cuenta que el Gran Duque de Alba fue un hombre de su tiempo y, si hay que juzgarle, hay que hacerlo con las leyes y normas de aquel entonces. Mientras tanto, espero que en España se empiece a reivindicar el genio castrense de Fernando Álvarez de Toledo quien, junto con el Gran Capitán, creó el arte militar moderno.

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