Un estudio revela que las devastadoras epidemias de la época romana fueron causadas por olas de frío
La investigación muestra una conexión directa entre condiciones extremas y la propagación de brotes letales en la antigua Roma
Un nuevo estudio publicado en la revista Science Advances sugiere que las olas de frío podrían haber desencadenado pandemias devastadoras para los antiguos romanos. La investigación muestra la conexión de tres grandes plagas que coincidieron con un periodo de cambio climático.
Para llegar a esta conclusión analizaron en un largo núcleo de sedimentos perforado en e Golfo de Taranto, en Italia. Dicha área recibe los sedimentos arrastrados por el río Po y otros afluentes, en lo que esencialmente habría sido el corazón del Imperio romano.
La conexión entre clima y epidemia
Los sedimentos analizados abarcan desde el 200 a.C. hasta el 600 d.C., cubriendo la República romana tardía hasta los últimos días del Imperio romano. Entre el 200 y el 100 a.C., se observó un clima estable al que le siguió breves pulsos fríos. Asimismo en los años 160-180 d.C., un fuerte período frío coincidió con la Peste Antonina, causada por un patógeno desconocido, posiblemente viruela o sarampión, que provocó fiebre, diarrea y pústulas en la piel.
Por otro lado, entre los años 245 y 275 d.C, el frío coincidió con la plaga de Ciprina, cuyos síntomas eran vómitos y diarrea. A pesar de que la causa exacta sigue siendo desconocida, se piensa que podría tratarse de un sarampión, una viruela o una fiebre hemorrágica.
Después del año 500 d.C, el registro ambiental desvela otra ola de frío durante la Pequeña Edad del Hielo de la Antigüedad tardía. Años más tarde, en el 541 d.C., tendría lugar la Plaga de Justiniano, precursora de la Peste Negra que azotó Eurasia occidental.
Esta reconstrucción ha permitido documentar diversas fases de inestabilidad climática que se solapan significativamente con periodos de crisis social y política. De igual forma, el registro del núcleo marino también muestra que los momentos de cambios climáticos rápidos solían ir acompañados de enfermedades infecciosas.
Los expertos indican que la importancia de un estudio conjunto del medio ambiente y las enfermedades en las civilizaciones del pasado puede ayudar a comprender la compleja relación entre clima y salud. Por lo que subrayan la necesidad de investigar la resiliencia de las sociedades antiguas proporcionaría una mejor comprensión de estas relaciones y de los desafíos actuales inducidos por el cambio climático.
El equipo utilizó dinoflagelados, pequeños organismos en el sedimento, para reconstruir temperatura y precipitaciones. Estos organismos, sensibles a la temperatura y las precipitaciones, forman quistes en otoño. Diferentes especies tienen preferencias distintas, lo que permite a los científicos contar los tipos de dinoflagelados en un año específico. En los años más fríos, predominan las especies amantes del frío. Mientras que en épocas de alta precipitación, las especies que prefieren nutrientes abundan debido al agua de los ríos que lleva nutrientes al mar.
Los periodos fríos podrían haber dificultado la producción de cultivos, provocando desnutrición y dejando a las personas más susceptibles a enfermedades
Kyle Harper señaló que hay diversas razones que vinculan los brotes de enfermedades y el clima: «Cuando se sacude el sistema climático, realmente se impactan los patógenos, los ecosistemas y, sobre todo, las sociedades humanas», indicó el historiador de la Universidad de Oklahoma y el Instituto Santa Fe.
Una de ellas serían los cambios ecológicos que provocan un aumento en la probabilidad de transmisión de enfermedades de animales a humanos, así como alteraciones en la resiliencia humana. En sociedades agrícolas, como la antigua Roma, los periodos fríos podrían haber dificultado la producción de cultivos, provocando desnutrición y dejando a las personas más susceptibles a enfermedades.
«El clima es hoy, como lo fue en la época romana, un factor de primer orden que afecta a aspectos básicos que influyen en nuestro bienestar como la agricultura, la accesibilidad al agua potable, la biodiversidad, la distribución geográfica y la migración de especies, etc.», afirma Karin Zonneveld, paleoceanógrafa de la Universidad de Bremen quien ha participado en el estudio.