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El triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa. Obra de Marcelino Santa María Sedano

El triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa. Obra de Marcelino Santa María SedanoMuseo del Prado

Estas fueron las fronteras en las que se forjó la España medieval

El desplazamiento de las fronteras interiores entre el 711 y 1492 en la península Ibérica han marcado la historia del país

Cuando Alfonso VI ocupó Toledo en 1086, aún quedaban bastantes núcleos musulmanes al norte del Guadarrama. Pero su suerte estaba echada. A partir de ese momento los valles del Tajo y el Guadiana fueron la nueva franja fronteriza que se iba a mantener por casi 150 años.

Fue una época especialmente convulsa, en la que grandes ejércitos y pequeñas expediciones atravesaron arriba y abajo tan extenso territorio y en el que muchas localidades cambiaron de manos cinco y seis veces. Además el conflicto se internacionalizó, con la intervención de fuerzas extrapeninsulares, tanto norteafricanas como europeas.

La reconquista de Toledo causó un profundo impacto. Era la primera capital que se recuperaba de las muchas que se habían perdido durante la gran invasión árabe. Su pérdida supuso también un revulsivo para el islam magrebí, que atravesaba una de sus recurrentes oleadas de rigorismo: la protagonizada por los almorávides. Ellos y sus sucesores almohades consiguieron unificar el Magreb y al Ándalus, poniendo las cosas muy difíciles a sus contrincantes hispánicos. Les derrotaron en tres de las mayores batallas campales de la edad media: Sagrajas, Uclés y Alarcos, además de recuperar territorios y ciudades que el islam ya daba por perdidas.

Recuperación cristiana del siglo XII

Recuperación cristiana del siglo XII

Se produjo también una reacción cristiana. Ya desde la cruzada de Barbastro en 1063 había comenzado la participación de guerreros europeos en apoyo de los cristianos españoles. Esta participación se fue incrementando con hitos como la toma portuguesa de Lisboa en la que intervinieron decisivamente cruzados flamencos, y la campaña de las Navas de Tolosa, con importante participación de «ultramontanos». En definitiva: el valle del Tajo y la Mancha se convirtieron en una de las más estratégicas fronteras entre el conjunto de la cristiandad y el islam.

Esta frontera sirvió también de revulsivo para la evolución de la sociedad hispana. Surgieron nuevas formas sociales, culturales y militares. Son los siglos del románico y el gótico, de los monasterios y las universidades. Pero también de las órdenes militares y de las milicias concejiles, protagonistas destacadas a partir de entonces de combates, sitios y cabalgadas.

Península Ibérica en el siglo XIII

Península Ibérica en el siglo XIII

La frontera volvió a moverse hacia el sur tras la decadencia del poderío almohade. A partir de 1230 las campañas de Fernando III el Santo se extendieron por todo el valle del Guadalquivir. Andalucía y el sur de Portugal se convirtieron en el nuevo lugar de la inseguridad, el combate y la convivencia forzada. Un reducido número de cristianos se intercalaron entre grandes masas de musulmanes que no aceptaban fácilmente sus derrotas.

Durante más de un centenar de años fueron cayendo las grandes ciudades antaño romanas y ahora arabizadas, mientras nuevas oleadas de musulmanes intervenían desde África. La coexistencia entre religiones, aunque difícil, hizo florecer nuevas formas de vida y de cultura que presagiaban otros tiempos. Por fin la peste de 1348 trajo un receso obligado y se llevó por delante parte de la ingenua confianza cristiana en un destino victorioso e inevitable.

La coexistencia entre religiones, aunque difícil, hizo florecer nuevas formas de vida y de cultura que presagiaban otros tiempos

En este momento la frontera se estrechó y por primera vez en muchos siglos se fue aproximando al carácter lineal que reconocemos. Al islam político solo le quedaba Granada, pero aún esperaba apoyo de sus correligionarios norteafricanos, que aguardaban amenazantes al otro lado del estrecho. Una docena de ciudades y pueblos alteraron sus nombres con el genitivo «de la Frontera» que conservan hasta ahora como testimonio orgulloso de la arriesgada existencia que tuvieron que arrostrar durante otro siglo y medio. El que transcurrió entre 1348 y la toma de Granada en 1492.

781 años habían pasado. Durante todos ellos una parte importante de los hispano-portugueses habían vivido, padecido y luchado en las fronteras o en sus proximidades. Ello había creado una poderosa mentalidad que había conformado su forma de ser. Y que es decisiva para entender lo que hicieron ambas naciones en el siglo XVI.

Pero la historia de la frontera no había finalizado. Se había desplazado a un nuevo ámbito: el de los límites marinos. Los habitantes de las costas del sur de España eran dramáticamente conscientes de que al otro lado del Estrecho esperaban enemigos que no habían renunciado a la revancha y que auguraban una inestabilidad permanente. Seguían formando una sociedad fronteriza que percibía que en la frontera estaba su destino. Y la costa norteafricana constituyó su penúltima frontera.

La historia de la frontera no había finalizado. Se había desplazado a un nuevo ámbito: el de los límites marinos

En 1415 Portugal tomó Ceuta, que ha sido cristiana desde entonces. España y Portugal emplearon sus energías en un territorio que había formado parte de la Hispania histórica. Durante un siglo se fueron conquistando ciudades e instalando bases costeras desde Casablanca hasta Trípoli en la actual Libia. Más de veinte ciudades que se convirtieron en centros comerciales y focos de irradiación. Incluso llegó a existir un Algarve africano. Unos territorios que estaban llamados a seguir expandiéndose hacia el sur sino se hubiese cruzado otra nueva vocación fronteriza. La que arrastró a nuestros antepasados ibéricos hacia destinos grandes y lejanos.

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