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Simón Bolívar firmando el Decreto de Guerra a Muerte

Simón Bolívar firmando el Decreto de Guerra a Muerte

El Congreso de Panamá de 1826

Cuando Bolívar intentó apoderarse de Cuba y Puerto Rico para crear su propio imperio

No hay que negar al que es considerado como 'Libertador' una grandeza y fe ciega en su proyecto, pero nunca supo organizar las nuevas naciones, administrar con probidad y cuidar de las arcas públicas

En 1826 se reunió el Congreso de Panamá, al que acudieron representantes de los nuevos Estados americanos. Fue el último intento serio de Bolívar de crear una confederación, o mejor dicho un imperio, donde antes estuvieron los virreinatos. Un intento vano. Bolívar aun soñaba con su grandeza personal como dictador en una federación, pero nunca en una monarquía. Sabía bien que era una empresa difícil porque México les llevaba la delantera en tratar la paz con España y sus dirigentes no tenían intenciones de agruparse.

Por otra parte, los líderes locales que habían tocado el gusto al poder tampoco querían perder su dominio territorial. En Argentina estaban en luchas internas por alzarse con el mando y Rivadavia era el más fervoroso anti Bolívar, Chile era un caos, Perú se resistía a ser liberado… A fin de cuentas, la independencia fue un gran negocio para unos cuantos. Bolívar era una personalidad compleja, ambigua, cambiante. No hay que negarle una grandeza y fe ciega en su proyecto, pero nunca supo organizar las nuevas naciones, administrar con probidad y cuidar de las arcas públicas. Todo fue derroche, deuda, déficit y una entrega desigual a los intereses mercantiles británicos.

Bolívar pretendía un gobierno federal que controlara las relaciones exteriores y la defensa, compatible con la independencia limitada de las nuevas repúblicas. Por supuesto, con él al frente. Un contrapeso a Brasil y Estados Unidos y un freno a las aspiraciones europeas. Al menos una federación entre Colombia (todavía con Ecuador y Venezuela), Perú y Bolivia. En el Congreso de Panamá debía aprobarse una Constitución que refrendará las ideas confederales. El Congreso nació ya con el virus de la división y el localismo de los caciques de las diversas repúblicas. Y estuvo tutelado siempre por un enviado de los Estados Unidos que, con buenos modos y promesas diplomáticas, trató de evitar que naciera un rival potente.

Como ocurre en estos casos en que los padres de las patrias confunden libertad con independencia, enseguida surgieron ansias de expansión territorial. Los mandatarios impuestos en Perú querían la provincia de Guayaquil y México trataba de apoderarse de una parte de Guatemala, que previamente perdió. Y con respecto a España, también hubo aspiraciones.

Conservaba España todavía en América Cuba y Puerto Rico. Y sobre estas posesiones se volvieron los ojos ávidos de los nuevos americanos. Sabían los que en La Habana se estaban concentrando tropas peninsulares y una gran armada muy superior a la de Colombia, temían un ataque pero no por eso cejaron en sus pretensiones. Uno de los documentos preparativos del Congreso, titulado Objetos de deliberación exclusivamente para las potencia beligerantes, establecía en su punto 4º que se decidiría sobre «las islas de Cuba y Puerto Rica para libertarlas del yugo español». Y el punto 6º se redactó así: «Determinar si estas medidas se extenderán a las islas Canarias y Filipinas».

Bolívar, que había abandonado Panamá, escribió el 11 de agosto de 1826 una carta a los plenipotenciarios reunidos donde exponía un plan. Era un hombre bélico, no se acostumbraba a la paz. Quería formar un gran ejército con hombres de los estados confederados e imponer a España una paz o seguir la guerra contra los pocos españoles que quedaban. Y, aquí lo sorprendente: «expedicionar contra La Habana y Puerto Rico y marchar a España con mayores fuerzas después de la toma de Cuba y Puerto Rico, si para entonces no quieren la paz los españoles».

Esta carta no tuvo ningún efecto en un Congreso prorrogado y agónico. En todo caso, el reparto también estaba previsto: Cuba para México y Puerto Rico para Colombia. Una entelequia. México ya no era Nueva España y estaba a punto de perder casi la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos. Colombia se disolvería en Venezuela, Ecuador y Colombia. Y los propios americanos del norte evitaban estos sueños porque ya tenía sus ojos colocados en los restos españoles en América.

La guerra había empobrecido a América y diezmado su población. El libre comercio que tanto buscaban sin conocer sus defectos hizo que la fábricas de paños protegidas por las leyes coloniales cerraran al no poder competir con los productos ingleses. Algo parecido ocurrió con la agricultura ya que los malos caminos impedían el comercio y los productores no podían competir con lo que llegaba en barco, dedicándose solo a la provisión del interior.

Se suprimieron los censos para que los nuevos propietarios patriotas tuvieran la propiedad absoluta. Los impuestos directos produjeron un gran descontento en la población y los ingresos disminuyeron sin poder atender a los sueldos de tropas y empleados públicos cada vez más numerosos. Las instituciones decayeron y los caudillos se hicieron muy poderosos.

Retrato de Simón Bolívar

Retrato de Simón Bolívar

Se puede ejemplificar en el general Santander, crecido al lado de Bolívar pero que nunca dirigió una batalla y que -como señalaba O’Leary en El Congreso internacional de Panamá en 1826 (Madrid 1920)- en busca de una reputación ficticia, engañaba siempre al pueblo que gobernaba, a las naciones extranjeras, al Libertador mismo, cuando le convenía.

Evidentemente las pretensiones territoriales eran un puro gesto teatral de unos líderes henchidos de soberbia. Imposible que pensaran en atacar La Habana donde una flota española hubiera acabado con la colombiana en un abrir y cerrar de ojos. Y un piro delirio tratar de llegar a Canarias para liberarla también, cuando no lo consiguió ni el mismo Nelson. Palabras huecas y aspavientos de gobernantes fanfarrones.

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