Grandes gestas de la Historia
La gesta de las escuadrillas de la División Azul volando sobre el cielo más rojo
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22 de junio de 1941. La Operación Barbarroja iniciaba la primera fase de la mayor guerra terrestre de la historia de la humanidad. El ejército alemán, la Wehrmacht, invadía la comunista Unión Soviética. El hecho provocó una intensa emoción en España pues muchos consideraban al comunismo el culpable del terror fratricida de la Guerra Civil. La Falange lanzaba entonces la idea de crear una unidad de voluntarios que poco después sería aprobada por Franco y el Consejo de Ministros. Dos días más tarde, Serrano Suñer se dirigía en Madrid a las masas falangistas y pronunciaba su famoso discurso «Rusia es culpable». Esta primera exhortación caló en muchos que consideraban que «tenían deudas pendientes» con los soviéticos, en aquellos que no habían podido ir al frente por ser demasiado jóvenes y sobre todo en miles de falangistas que sintieron que su honor e ideales anticomunistas les exigían estar allí en primera línea.
Casi 50.000 voluntarios se alistaban el primer día cuando se habían solicitado 18.000, lo que desbordó cualquier expectativa y que socava la indocumentada o torticera afirmación de que «fueron obligados». La que sería la 250ª División de Infantería la Wehrmacht se convertiría popularmente en la División Azul por el color de la camisa falangista que la mayoría de sus combatientes lucían bajo el uniforme. Una denominación que cristalizaría para la eternidad cuando su jefe, Muñoz Grandes, también la exhibió con orgullo.
Una intensa motivación… Y los más «azules»
A los pilotos españoles les movían las mismas razones que al resto de los voluntarios para luchar contra la Unión Soviética, pero el Ministerio del Aire tenía un interés añadido: un plan de expansión para llegar a las 5.000 aeronaves. Luchar en la Luftwaffe, la mejor aviación del mundo, era una excelente oportunidad. Los aviadores y demás personal de tierra obtendrían valiosos conocimientos y estrecharían alianzas para la futura adquisición de aparatos. Por ello, se decidió enviar una serie de escuadrillas, que se irían relevando para que así la formación alcanzara al mayor número de pilotos posible. Debían representar con honor al Ejército del Aire español y demostrar a los alemanes su calidad como pilotos.
Ángel Salas Larrazábal, mano derecha del legendario García Morato, máximo as de la aviación nacional, fue el elegido para liderar la Primera Escuadrilla. Seleccionó entre los voluntarios a aquellos con mayores méritos profesionales: pilotos con mayor número de naves derribadas. Y en el caso de técnicos, la excelencia en su cometido. Pero también tuvo un filtro ideológico. Y es que durante la Segunda República, la marinería y las Fuerzas Aéreas habían sido las esferas del ejército con mayor peso comunista. Por ello, eligió a aquellos que habían sido «camisa azul», preferentemente los «camisas viejas», los más cercanos a José Antonio. No pudo contar con el más azul de los aviadores Ruiz de Alda, héroe del Plus Ultra, asesinado en la matanza de la cárcel modelo. Se ha llegado a decir por ello que las escuadrillas azules fueron «lo más azul de la División Azul».
En muchas instantáneas se percibe que en lugar de la camisa de la Luftwaffe lucen la camisa azul de la Falange. El color se añadió a su denominación popular, Escuadrillas Azules.
Altamente preparados y los más «azules»
Junto a los oficiales, suboficiales y tropa, iba un cualificado personal de tierra: armeros, intendencia, mecánicos, conductores y el contingente sanitario –estudiado por Poyato Galán en la magna obra de referencia Bajo el fuego y sobre el hielo–. Los rasgos que los distinguieron fue una estrecha camaradería, una gran pasión por la aviación y un férreo compromiso con sus ideales que demostraron en el enorme espíritu de sacrificio que demostraron en el frente ruso.
Su preparación era muy elevada. Muchos habían pilotado ya los aviones que les entregarían e incluso volado junto a sus colegas alemanes de la Legión Cóndor. Con ellos compartían algo extraordinario y muy profundo para los germanos, la Waffenbrüderschaft, una hermandad de armas que establecieron en la Guerra Civil y ahora continuarían en el periplo soviético.
Partida y periodo de perfeccionamiento
Una multitud despidió un caluroso día de Santiago de 1941 a la 1ª Escuadrilla Azul. Cuando llegaron a Berlín se les obligó a un período de perfeccionamiento que aceptaron con cierta rebeldía. Diecisiete eran oficiales de vuelo, más de la mitad con victorias aéreas y entre todos totalizaban 79 derribos en la guerra civil española. Pero la administración alemana, corta de miras, los consideraba novatos.
Entre las primeras anécdotas la ostentosa ceremonia de bienvenida la banda militar alemana que interpretó el himno de Riego. O la chulería del teniente mecánico Urtasun, al que los germanos le pidieron encontrar tres defectos en un motor. Enumeró al instructor alemán, no tres, sino cinco, con una apostilla final: «Los tres primeros eran los defectos que yo tenía que ver, y los otros dos los que ustedes no sabían ni que existían». Esos meses sirvieron a los españoles para adaptarse a la forma de combatir de los alemanes, tan distinta a la de los españoles.
Pronto fueron destinados al Frente Central. La Luftwaffe los agregaría inicialmente a una unidad de élite, al mando de Wolfram von Richtofen, primo del legendario Barón Rojo. Había sido el jefe de la Legión Cóndor en la guerra civil española, era viejo camarada de muchos de los aviadores de esta primera unidad. Le constaba de primera mano su pericia y valor en el combate. Se les asignaron los cazas Messerschmitt, los Focke-Wulf y algún que otro Henshel 123. Con ellos combatirían en algunas de las batallas míticas como el fallido asalto a Moscú (1941) o la épica batalla de Kursk (1943).
¿Y qué eligieron como emblema? Un españolísimo Vista, suerte y al toro que García Morato había usado para sus cazas: un círculo blanco bordeado en azul y tres aves: halcón, mirlo y avutarda. Los Messerschmitt Bf-109 fueron engalanados con el vistoso emblema ahora acompañado de un «II», al ser la segunda cruzada que emprendían los españoles contra el comunismo. Posteriormente incorporarían la Cruz de Santiago, patrón de España, símbolo de la tradición hispánica, los valores caballerescos y la cruzada contra el infiel.
Las escuadrillas en el frente
Las escuadrillas, una vez incorporadas al frente, apoyaron a las fuerzas de vanguardia y sobre todo, asociados a divisiones Panzer, el avance de los carros de combate alemanes. El Comandante Muñoz fue uno de los artífices de la espectacular y eficaz «cadena», hoy usada por todas las fuerzas aéreas del mundo en ataques al suelo. Muñoz mostró su valiosa pericia en incontables ocasiones, acompañado por sus camaradas, que debieron aprender o mejorar sobre la marcha esta arriesgada técnica. Una innovación española, no suficientemente reconocida de apoyo táctico a los carros de combate.
A los españoles se les asigna una zona de ingente extensión y gran peligrosidad. En ocasiones llegaron a derribar tres bombarderos en un mismo día. Pronto, el «general Invierno» hacía acto de presencia. El frío se acentuaba, las alas de los aviones amanecían cubiertas de hielo y debían picarse con punzones para que puedan entrar en servicio.
Con el paso de las semanas fue empeorando, 30 y 40 grados bajo cero. Esto imposibilitará arrancar los motores de los aparatos que, indefensos en tierra, debían soportar el ataque de los rusos. Especialmente emotivo fue la celebración del día de su patrona, la Virgen de Loreto, con las tropas españolas combatiendo pie a tierra el contraataque ruso con todos sus efectivos. En la misa de celebración el vino se helaba en el cáliz y debieron licuarlo al fuego de las velas…
El aeródromo de Kalinin, el más avanzado desde el que operaron, estaba situado en plena vanguardia del avance sobre Moscú; el rápido movimiento germano había provocado su distanciamiento del grueso de su ejército. Tenía que ser suplido por apoyo aéreo constante, bajo el continuo acoso y hostigamiento de los cazas y de las defensas antiaéreas rusas. Ello obligó a los españoles a permanecer en constante alerta. Aunque los rusos tenían aviones de dispar calidad y numerosos pilotos inexpertos, la comparativa era aplastantemente desigual: cuatro a uno a favor de los soviéticos.
Las misiones fueron cumplidas con éxito desde el primer día. Algunas misiones de ataque al suelo contra el fuego de batería ruso sobre Kalinin son encomendadas «expresamente» a los «veteranos españoles» por Richthofen.
En una de las posiciones más próximas a Moscú, sufrieron un potente contraataque de la infantería soviética que llegó a tomar uno de los campos donde estaban destinados, apoyada por manadas de blindados. Esto obligaría a los miembros de la escuadrilla a bajarse de los aviones o dejar las herramientas y tomar los fusiles, incluido el capellán y los sanitarios, porque los soviéticos se les echaban encima con sus potentes tanques Estuvieron a punto de barrerlos, y se escaparon milagrosamente. Pero tuvieron la sangre fría de destruir antes sus propios aparatos para que no cayeran en manos enemigas, una costumbre heredada, cuando podían, de la guerra civil española.
Las condecoraciones irían siendo continuas: Cruces de Hierro (EK) de 1ª y 2ª clase, y en todas las graduaciones, como la del cabo Robustiano, que gana la EK de 2ª clase. La Cruz de Oro la ganó Salas Larrazábal. Aunque fue a Rusia siendo comandante, es el que hizo más servicios de la Primera Escuadrilla: 70 ocasiones, una cifra espectacular. A los alemanes les deslumbró, porque en la Luftwaffe un aviador con su rango mandaba a sus pilotos… desde un despacho. Es decir, sin subirse a un caza. Sin embargo, como recuerda Daniel Ortega en su trepidante novela Cielo Rojo, Águilas Azules: «Ángel Salas inculcaría siempre la idea de ejemplaridad, de ir en primer lugar y del sacrificio constante».
Aviadores españoles en la URSS
Los pilotos de las Escuadrillas Azules no fueron los únicos pilotos españoles en Rusia. Desde el año 1936 hasta 1940, ochocientos pilotos y observadores aeronáuticos se formaron en sus escuelas soviéticas. En concreto cuando estalló la guerra, había 175. Pero más de cien no quisieron volar en la Fuerza Aérea del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial y fueron confinados junto con otros españoles en el terrible gulag como el aviador V Montejano.
Los que sí lo hicieron combatieron con gran valor, como relata Madariaga. Algunos llegaron a ser ases, es decir, que sumaron más de cinco derribos en el cielo rojo.
Balance de la actuación
De las cinco escuadrillas enviadas a Rusia, el balance presenta pocas pérdidas: 23 bajas de un total de 659 hombres. Algunos acabarían confinados en un gulag en el que pasaron diez años de cautiverio. Tras el fin de la guerra fueron repatriando a todos los extranjeros, incluido alemanes, pero no a los españoles. ¿La razón? El odio de Stalin por haber sido derrotado en la guerra civil española y la presión de los comunistas españoles como Dolores Ibarruri, la Pasionaria, para que no fueran liberados. Al fin, el contingente de divisionarios regresó tras arduas gestiones en el barco Semiramis en 1953, como relata magistralmente Francisco Torres en Cautivos en Rusia.
El régimen franquista ofreció también la posibilidad a los aviadores republicanos de poder regresar con ellos y así lo hicieron.
El balance y el promedio de derribo de las escuadrillas españolas se posiciona entre los más altos de la historia de la aviación: 5.086 misiones de vuelo, 4.944 servicios de guerra y 611 combates. Intensas refriegas aéreas y 163 derribos de aviones soviéticos. Los pilotos ascenderían por méritos de guerra, 26 llegarían al generalato y obtendrían 16 Medallas Militares Individuales, el segundo galardón de las fuerzas armadas, tras la Cruz Laureada de San Fernando. Uno de ellos, el comandante Demetrio Zorita, más tarde, haría historia siendo el primer español que superó la barrera del sonido en 1954.
Valoración militar y moral
En la valoración de su desempeño militar y moral debería dejarse claro que los combatientes de la División Azul, juraron lealtad al führer exclusivamente en «su lucha contra el comunismo». Solo combatirían en la Unión Soviética y en ningún otro frente. Combatieron del lado de Alemania, pero su propósito era muy claro: el anticomunismo, íntimamente ligado a la defensa del cristianismo. De hecho. en los famosos juicios de Núremberg no se encontró ni una sola actuación española de ser juzgada por crímenes de guerra. Al revés, se destacaron en su empatía y ayuda a la población rusa y judía.
También debería matizarse que cuando se les estigmatiza por haber luchado junto a Hitler, no se desvela que pero entonces el mundo occidental ignoraba la magnitud de sus actuaciones, y sin embargo, sí conocía fehacientemente las decenas de millones de muertos del comunismo contra el que combatían los divisionarios.
Los españoles se batieron con fiereza en el frente de Moscú, contra la fuerza aérea más numerosa hasta entonces conocida. Una cruzada en el aire contra el comunismo en el teatro de operaciones más salvaje que ha conocido la humanidad, donde la extensión de las trincheras y los campos de batalla alcanzaba millares de kilómetros castigados por una meteorología implacable.
Las Escuadrillas Azules, volando en los mejores aviones de su tiempo, escribían una gloriosa página de nuestra historia militar. Y, aunque cuestionados ideológicamente por parte de la historiografía, fueron probablemente como el resto de sus camaradas divisionarios: los últimos héroes de nuestra historia bélica. Unos valientes del aire, como reza su himno, espoleados para combatir por una mística misión en Rusia: «al cielo vacío llevar a Dios».