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La gesta de la Guardia Civil y el maquis: las víctimas olvidadas

Grandes gestas de la Historia

La gesta de la Guardia Civil y el maquis: las víctimas olvidadas (Parte IV)

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En artículos anteriores sobre la Guardia Civil y el Maquis narrábamos el origen, el desarrollo, y cómo el tesón y una hábil estrategia acabaría con la violencia de las bandas armadas.

Junto a ello, fue crucial la confluencia de factores como la reducción de condena para los enlaces, los ofrecimientos de conmutar penas de muerte, y el impacto emocional para los guerrilleros de no solo constatar que muchos de los suyos los habían traicionado, sino que habían sido abandonados por sus propios dirigentes.

Además, aunque sea incómodo el recordarlo, pero lo cierto es que el franquismo llegó a contar con una gran base social. Por provenir de tiempos convulsos, valoraba la paz y seguridad del régimen aún renunciando a la libertad política. Todo ello, junto a la crueldad de los delitos del maquis, acabaría socavando la escasa colaboración de una sociedad, que ya no temió denunciarlos.

Las cifras

Entre 1940 y 1950 el maquis llegó a tener un máximo de 60.000 efectivos. Cometieron más de 8.000 acciones delictivas. Ernesto Pflüger estima en 5.000 los que fueron condenados a muerte, hechos prisioneros o cayeron en casi dos mil refriegas.

Y sin contar a los 300 compañeros que ellos mismos ejecutaron; entre 1939 y 1952 las partidas asesinaron a 1.260 personas: 953 civiles, 257 guardias civiles, 27 militares, y 23 policías. De los 834 secuestros más de la mitad acabaron con la tortura y ejecución de sus víctimas. Sus 6.000 atracos, muchos conllevaron muertos y realizaron 538 sabotajes, alguno especialmente sanguinario.

Entre el armamento intervenido, nada menos que 25 ametralladoras, 3.525 armas largas (fusiles, rifles y escopetas), 516 subfusiles, 3.075 armas cortas (pistolas y revólveres) y 7.804 artefactos explosivos.

Guardia Civiles de Jubia (Ferrol) en 1942

Guardia Civiles de Jubia (Ferrol) en 1942

Más de 8.000 delitos

Todas las fuentes coinciden en que para no quebrar la atmósfera de paz y seguridad de la posguerra, el régimen de Franco impuso un muro de silencio informativo a las actividades violentas del maquis. Muy pocas tenían eco en prensa, y si lo hacían, eran suavizadas. Tampoco entonces había cauces de difusión entre las distintas provincias. Y, aunque los responsables fueron buscados con ahínco por los guardias —y castigados con eficacia—, mediáticamente apenas existieron. Las víctimas quedaron circunscritas a la memoria de familiares y vecinos y hoy son solo nombres en viejos archivos.

Desde hace unos años, las políticas culturales autonómicas han impulsado el recuperar la memoria de las bandas armadas, patrocinando estudios, jornadas e incluso hasta monumentos o rutas turísticas, convirtiendo en mitos a guerrilleros y bandoleros. Documentales, tesis doctorales, exitosas novelas, ensayos y hasta películas que suelen minimizar o justificar sus actos violentos. Además, hasta se usa sin recato un doble lenguaje. Cuando robaban, resulta que recaudaban por la república, aunque fuera a paupérrimos campesinos. Cuando extorsionaban a comerciantes eran multas o sanciones económicas antifascistas, aunque fueran sencillos ultramarinos de aldea y cuando asesinaban, ajusticiaban aunque fueran niños, ancianos o personas ajenas al régimen. En estos estudios los maquis son siempre asesinados por el orden público, pero a los que ellos mataban simplemente «caían».

La gesta de la Guardia Civil y el maquis

Se arenga a recuperar su memoria, pero ojo, solo la circunscrita a su glorificación, en absoluto a la memoria de los que extorsionaron o masacraron. Porque entre las centenas de estudios ni uno solo aborda específicamente estas acciones delictivas. Las víctimas del maquis como colectivo no interesan a la historiografía. Pero no son las únicas, tampoco las centenas de guerrilleros españoles que ellos mismos asesinaron en Francia y España. Según Ángel M. González, incluso haciéndolas pasar por víctimas de la Guardia Civil como a 'El Brasileño', líder gallego asesinado junto a su lugarteniente Teófilo Fernández. O el caso de los maquis 'llamados' a Francia por la dirección del PCE que misteriosamente nunca llegaron a su destino.

Actos terroristas y de extorsión

Lo que ellos llamaban «justicia guerrillera» no casa en absoluto con el odio contumaz, y la saña con la que cometieron miles de actos de terrorismo y extorsión contra la población civil.

Desde el asesinato de párrocos, como los catorce sacerdotes de la diócesis de Astorga y León en la primerísima fase del maquis, a la especial crueldad del crimen de la parroquia gallega donde decapitaron al cura mientras celebraba misa.

Padres a los que asesinaban delante de hijos pequeños, a los que paseaban por todo el pueblo o golpeaban durante horas como el médico César Álvarez, alumno aventajado de Ramón y Cajal por el maquis Girón. O el juez de paz de Domeño (Valencia) asesinado él y sus tres hijos mientras trabajaban en el campo en labores agrícolas. O en Varea de la Dehesa (Cuenca), donde Francisco Lucio y su hijo de 17 años fueron atados a un árbol e hicieron prácticas de tiro con ellos y entre los dos cuerpos se encontraron 31 impactos de bala.

La gesta de la Guardia Civil y los Maquis

Decenas de secuestrados a los que torturaban y una vez cobrado el rescate, los mataban, como el ingeniero Emilio Zapico o el Coronel Milans del Bosch, cuyo hijo cuando bajaba de la sierra de haber pagado el rescate, se encontró en la cuneta de la carretera el cadáver de su padre. Y así podríamos seguir hasta 900.

La extorsión

La extorsión era uno de los delitos más crueles, ya que no solo era una entrega forzosa de dinero. Si no se acataban sus requerimientos, eran castigados con la muerte. En Arás de los Olmos (Valencia), asesinaron a tres vecinos que se negaron a entregar la cosecha de la que comían y el poco el dinero que tenían. Si denunciaban, tampoco se libraban como el alcalde de El Cuervo y de su mujer asesinados por haber denunciado la falta de reses de su ganado. Y solo son meros ejemplos.

El modus operandi, era entrar con violencia en una casa, saquearla y pedir una cantidad tan alta que era de muy difícil entrega. Entonces informaban de que volverían por el resto y que si no la tenían, los matarían a todos. Esto hacía que angustiada la familia tuviera que pedir a parientes, amigos y vecinos dinero prestado cuya devolución les empobrecía durante años. Otras veces tomaban rehenes que no soltaban hasta que lo consiguieran. Lo habitual era que pidieran entre diez mil y cien mil pesetas. Cifras exorbitantes para una España de posguerra en la que un sueldo normal era de 300. Cuando eran ricos propietarios como a Salvador Sánchez de Ibargüen Corbacho le pidieron, 375.000 pesetas y tomaron como rehén al hijo. Era una cifra estratosférica, unos tres millones de euros de hoy. El banco de su localidad, Montellano, no disponía ni de lejos la cantidad por lo que las oficinas de Villamartín, El Coronil y Utrera, y hasta la de Ronda, tuvieron que vaciar sus cajas hasta completar la suma exigida. Esta vez, soltaron al joven… pero era para dos meses volver a exigirles doscientas mil pesetas y entonces fueron capturados.

La gesta de la Guardia Civil y el maquis

También solían amenazar de que si en el tiempo dado para conseguir dinero se alertaba a la Guardia Civil, la represalia sería sangrienta. Así en Manilva a Antonio González le asesinaron a su hija Marianita de ocho años e hirieron y desfiguraron a su mujer, Ana Jiménez.

Ocupaciones de pueblos, entre otros Sarrión, Foz Calanda o La Cerollera, bombas y asaltos en camiones como los dos que se dirigían desde Tragacete a Teruel y ocasionaron doce muertos. Sus golpes estrella eran los asaltos a trenes como al tren de Caudé donde robaron las pagas de los obreros ferroviarios. Casi siempre producían víctimas mortales de guardias, pero también civiles como la voladura y descarrilamiento del ferrocarril Central de Aragón. Pero el más grave fue el expreso Barcelona-Madrid de 1949, que dejó 40 cadáveres y 100 heridos y mutilados.

Fue el segundo más sangriento de la historia de España, sólo por detrás del 11-M. Sabían que el tren venía lleno porque los pasajeros volvían de un día de mercado. De difícil explicación su justificación antifascista ya que hicieron descarrilar los dos últimos vagones en los que iban precisamente los viajeros de tercera, que eran los más más pobres que no podían pagar un billete mejor.

Maquis

MaquisFerrer-Dalmau

Losa y Gúdar

¿ A qué nunca habían oído hablar ni de Losa ni de Gúdar? Simplemente dos ejemplos de lo que podían hacer en pueblos y aldeas.

En 1946 la mujer del sanguinario 'el Pinchol' en Gúdar asesinó a seis personas con una bomba y acabaría muerta en su detención. En represalia, el maquis asesinó a un ex alcalde, a un labrador y a su hijo de quince años, a seis guardias civiles, a la esposa e hija de uno de ellos y a ocho civiles: dos matrimonios y tres hijos de ambos, de siete, nueve y doce años de edad. Y ya de paso, a una anciana. Según Aguado, a todos los condujeron a las eras, y con piedras, patadas y pisotones, les machacaron los cráneos, derrochando más ensañamiento precisamente con las mujeres y los niños.

La gesta de la Guardia Civil y el maquis

Y en Losa del Obispo, tras cuatro horas de ocupación del pueblo por el grupo de «El Grande» ametrallaron en un bar a nueve civiles, mataron a un guardia civil e hirieron a 17 personas más. Entre los heridos graves, el cabo comandante y su hijo de catorce años que tuvo que contemplar el terrible asesinato de su hermano de 11 años y su madre. Y como esto podríamos seguir. Simplemente son algunos nombres, apellidos y lugares a sus acciones delictivas.

Los estertores

Comenzando los 50 solo quedaban algunas partidas y rozando los años 60, algunos miembros aislados que irían siendo capturados. Foucellas y Gómez Gayoso en Galicia, Manuel Girón en León, Baldomero Ferla en Asturias, Francisco Sabaté, Quico y Vila Capdevila Caracremada en Cataluña, Bernabé López Comandante Abril en Cádiz, Caraquemá en Córdoba, José Méndez Jaramago y Manco Agudo en Ciudad Real o Pedro Díaz Monje en Extremadura. Todos con graves delitos de sangre y hoy, la mayoría, homenajeados.

El último fue José Castro Veiga, «Piloto». El guerrillero más buscado con veintena de muertes a sus espaldas caía abatido después de su gran acción antifascista: robar 15.000 pesetas a un paisaniño por la venta de la vaca que había llevado al mercado. Según dijo Piloto era una multa que imponía al labriego el Gobierno legítimo de la República.

La gesta de la Guardia Civil y el maquis

¿La guerrilla hizo daño a Franco?

Hoy algunos investigadores elucubran que la Guerra Civil no terminó hasta 1952 con el fin de la guerrilla. Significa magnificar una resistencia que jamás constituyó la mínima amenaza política para el régimen de Franco. Últimamente se les atribuye un atentado contra el llamado caudillo en el 49 en Ponferrada con motivo de la inauguración de una central térmica, pero el blindado coche de Franco ni acusó los impactos.

De hecho, tras el abandono soviético, el maquis fue un problema exclusivamente de seguridad, y la acción de la Guardia Civil se circunscribió al orden público, permaneciendo ajeno y al margen de cualquier directriz ideológica, por cierto, sello del Cuerpo desde su fundación.

Guerrilla versus banda armada comunista

Alguien escribió que «todo español lleva un guerrillero dentro». Se ha proyectado sobre ellos una perspectiva romántica del hombre que une su destino a una Naturaleza con mayúsculas.

De hecho, la palabra guerrilla es genuinamente española y así, en español, se denomina en todos los idiomas y la rodea un aura mítica.

Y es que mantuvimos en jaque a los romanos en las guerras lusitanas y a los franceses en la Guerra de la Independencia, las partidas carlistas arremetían contra los liberales, y durante un tiempo, estos guerrilleros del maquis se dejaron la piel en los montes, y se escribe que lo hicieron por ser los «defensores de la democracia».

La caballería y la Guardia Civil

La caballería y la Guardia CivilFerrer-Dalmau

Pero deben apuntarse dos salvedades. Una vez constatado el que los aliados no intervendrían, y el abandono de Stalin, sabían que esta lucha armada no tenía alcance político y aún así, continuaron con violencia por lo que en ningún caso sus víctimas y delitos estuvieron justificados.

El segundo parámetro que se obvia es el modelo de Estado que estos guerrilleros propugnaban. Resulta francamente ofensivo para la inteligencia decir, como hace poco en un medio, que «eran portadores de valores ejemplares que defendieron la democracia»… Parece que cualquier acción contra el tirano Franco es digna de elogio, pero no se aclara que lo que pretendían era la implantación de una tiranía aún más sórdida, objetivamente a la luz de los millones de muertos que provocó la ideología que les movía. Y si Franco recortó con fiereza las libertades, en las repúblicas de la órbita soviética eran inexistentes. Vamos, que «luchaban contra Guatemala, pero para querer imponer a Guatapeor»

Guardia Civil, héroes anónimos silenciados en el franquismo

En 1955, Camilo Alonso Vega, hacía balance de su largo mandato y definió la guerrilla/ bandolerismo como un problema trascendente que se solventó gracias al sacrificio y abnegación de los guardias civiles.

Es que para ellos fue una guerra silenciosa y silenciada en la que les impusieron medidas excepcionales con una política muy dura de premios y castigos que conllevó hasta expulsiones y bajas voluntarias. En el colegio de Guardias Jóvenes había un azulejo que decía «Quien no le guste esta vida, que cambie de oficio. La vida del guardia civil, es una vida de sacrificio».

Guadalupe Martínez afirma que los guardias civiles fueron uno de los principales objetivos de las partidas porque suponía un golpe de efecto cara a los propios guardias: infundirles el miedo de poder ser ellos los siguientes en engrosar la nómina de cadáveres. La encarnación máxima de guardia civil volcado en cuerpo y alma y el que más tiempo dedicaría a la lucha antiguerrillera fue el orensano, Eulogio Limia del que ya hablamos.

Eulogio Limia

Eulogio Limia

Aplicó su inteligencia y severidad, tanto con mandos como con subordinados. Dejó por escrito cómo desempeñó sus labores y afirmó que la mejor baza había sido contar «con una fuerza preparada, entusiasta y decidida». Pese a que hay escritos que lo denostan, raramente se cuenta que Limia evitaba los enfrentamientos armados impulsando la colaboración, impidió la exposición de los cadáveres de los maquis ante la población, vetó la incautación de objetos de los guerrilleros y ordenó el cese de las torturas sobre los detenidos.

Curiosamente el conjunto documental de Eulogio Limia se guardó en los fondos del archivo del PCE y los historiadores aún se preguntan la razón. Parece lógico pensar que les interesaba sobremanera estudiar la mente de quien con tan pocos medios anuló tantos efectivos en 20 años de tres fases de lucha: contra huidos, contra la guerrilla comunista y al fin contra las partidas delincuenciales.

Ingratitud estatal, gratitud eterna de la sociedad

Lejos de ser recompensados por el Estado, los guardias tuvieron aquellos años una vida muy dura. Sujetos a una inflexible disciplina, con horarios de servicio que superaban las doce horas diarias, vivían con gran austeridad y sueldos muy escasos. Todo ello, sin contar que no solo morían ellos, sino que muchas veces eran asesinados sus mujeres e hijos.

Tampoco tuvieron un gran reconocimiento militar, pese haber librado más de un millar de enfrentamientos armados, algunos auténticos combates encarnizados, en los que morirían más de seiscientos de los suyos y casi 400 resultaran con heridas y mutilaciones. Incluso a Eulogio Limia no lo ascendieron de teniente coronel.

Hoy, han pasado 181 años desde su fundación, y la Guardia Civil sigue siendo la institución más valorada por los españoles. Y lo que no les reconoció el régimen entonces, ni la historiografía, paradójicamente lo lograría la paz que consiguieron. La sociedad española valoró su férreo sentido del deber, y el que no tuvieran más ideología que protegerlos de la violencia jugándose la vida.

Como escribe Aguado: «Aquellas décadas en los montes, aumentaron el prestigio de la Benemérita y la sensación de seguridad que proporcionaba la silueta inconfundible de cualquier pareja de guardias civiles, recortada en la lejanía del horizonte».

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