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Retrato de Nicolás I de RusiaFranz Krüger - Portrait of Emperor Nicholas I

Un antecedente histórico: cuando Occidente detuvo a Rusia

La expedición anglo francesa de 1854 en Crimea frenó el expansionismo ruso y asestó a las tropas zaristas su primera derrota en un siglo

Todo empezó en 1850 con motivo de una crisis entre el Imperio Ruso, en plena expansión, y el Otomano, cuyo lento declive continuaba inexorablemente: San Petersburgo pedía a Constantinopla que revocase el derecho que había concedido a la Iglesia católica para custodiar, junto con los ortodoxos, los Lugares Santos de Jerusalén.

Como escribe Hélène Carrère d’Encausse en Les Romanov, une dynastie sous le règne du sang, «Nicolas I está imbuido de la misión de Rusia, potencia ortodoxa, en ese Oriente tan poblado de ortodoxos, alrededor de diez millones en los confines del Imperio otomano. También sabe», prosigue la ilustre historiadora, autoridad planetaria en asuntos relacionados con Rusia, «que va a suscitar una doble reacción, francesa e inglesa, pero piensa que el tiempo juega a su favor y que basta con actuar rápidamente para neutralizar a París y Londres», dos capitales que buscan frenar el expansionismo ruso en su flanco sur; pues amenaza, además de los otomanos y Lugares Santos, a sus intereses comerciales.

El cálculo del zar fue erróneo: Constantinopla rechazó definitivamente el ultimátum ruso y otro ultimátum, esta vez británico, provocó la ruptura de relaciones diplomáticas de San Petersburgo con Londres y París. El 9 de febrero de 1854 Nicolás I hacía público un manifiesto manipulador que rezaba lo siguiente: «Inglaterra y Francia se alían al enemigo de la Cristiandad contra la Rusia ortodoxa».

La guerra era inevitable. Las dos potencias occidentales montaron rápidamente un cuerpo expedicionario que iba a surtir una gran eficacia. Subraya Philip Longworth en Russia’s Empires que la osadía de los anglo franceses consistió en no ceñir sus acciones a la península de Crimea, epicentro del conflicto por su posición estratégica. También atacaron la zona ártica de Kola, Petropavlovsk y Kamtchatka, en el Extremo Oriente ruso, donde fueron repelidos.

Pero la apuesta fue, en líneas generales, correcta: otra maniobra de diversión, llevada a cabo por la Armada británica -con la ayuda de voluntarios circasianos- en el puerto de Novogrossisk en el Mar Negro, logró plenamente sus objetivos: el asalto a Crimea se tornaba más cómodo. Franceses e ingleses estaban decididos a asestar un golpe decisivo en Sebastopol, la fortaleza rusa en Crimea, con fama de inexpugnable, edificada en tiempos de Catalina II. Desde entonces, Rusia potenció constantemente sus defensas. «Sin embargo», señala Carrère d’Encausse, «este esfuerzo exhibe una gran debilidad: siempre ha sido desequilibrado», pues «la defensa de su vertiente marítima ha sido privilegiada en detrimento de la terrestre». Y los occidentales lo sabían.

De ahí decisión de lanzar un ataque terrestre. Con todo, en el verano de 1854 imperaba la tranquilidad en el bando ruso: su comandante en jefe, el príncipe Aleksandr Ménshikov, estaba seguro de que la llegada del otoño y su consiguiente bajada de temperaturas retrasaría la ofensiva occidental y permitiría consolidar posiciones en toda Crimea gracias a la aplastante superioridad numérica. Más las comunicaciones con el resto del Imperio son insuficientes y la flota del Mar Negro no ha sido modernizada, pese a su indiscutible y reciente victoria sobre la flota otomana en Sinope, episodio que precipitó la declaración de guerra por parte de Londres y París. Los occidentales también lo sabían.

El ataque terrestre, liderado por los generales Canrobert y lord Raglan, se saldó con las victorias de Alma e Inkerman. Quedaba Sebastopol. Tras un asedio de once meses con demostraciones de heroicidad por ambas partes, magníficamente relatadas por Tolstoi, la ciudad se rindió el 11 de septiembre de 1855, no sin que antes las flota de Ménshikov se hubiera zabordado y sus tropas hubieran explosionado las fortificaciones.

La derrota rusa era sin paliativos. Conclusión de Longworth: «Por primera vez en un siglo, Rusia había sido derrotada militarmente, pagando el precio en el acuerdo subsiguiente. Su frontera se alejó del Danubio y se le prohibió el acceso al Mar Negro, al igual que a los buques de guerra turcos. El avance de Rusia en Occidente se había detenido, su primacía como potencia terrestre europea había terminado y su prestigio había sufrido un duro golpe». Más claro, el agua.