Boris Johnson y Jeremy Hunt: una detestación mutua que viene de lejos
El impulsor de la reciente moción de confianza contra el primer ministro es su adversario más enconado y constante en el seno del Partido Conservador
Ambos proceden de buenas familias –aunque ninguna pertenece al núcleo de la élite británica– y ambos coincidieron, junto con David Cameron, en la sección conservadora de la Universidad de Oxford y ambos son políticos de raza, cada uno a su manera. Son los tres únicos puntos que tienen en común Boris Johnson y Jeremy Hunt. En el resto, no pueden ser más opuestos.
Por un lado, el actual primer ministro, carismático, desordenado, metepatas, pero con un instinto de supervivencia innato y principal impulsor del Brexit. Por el otro, Jeremy Hunt, ministro de forma ininterrumpida desde 2010 hasta 2019, firme Remainer (partidario de la permanencia en la Unión Europea), cabeza bien amueblada, espíritu organizativo y con dificultades para conectar con el votante conservador básico, pese a que lleva 18 años en la Cámara de los Comunes, como diputado por el distrito de South West Surrey, un safe seat para los conservadores.
Inevitable que las hostilidades estallasen en cuanto compartieron mesa en el primer Gobierno de Theresa May, allá por 2016. Johnson al frente de la diplomacia, Hunt, en Sanidad.
La primera escaramuza se produjo a raíz de un comentario imprudente del ministro de Asuntos Exteriores, para quién la ciudad libia de Sirte, destrozada por la guerra civil, se podía convertir en un «nuevo Dubái» una vez fuese «limpiada de los cadáveres» que había en sus calles. Hunt no se paró en barras y públicamente declaró que «Boris es Boris y sus palabras han sido desafortunadas». May no le desautorizó.
La segunda, en enero de 2018 y con el Reino Unido, aún miembro de la UE, estuvo motivada por la sugerencia de Johnson de destinar inmediatamente 5.000 millones de libras al Sistema Nacional de Salud para demostrar ante la opinión pública que el dinero del erario ya no iba a las arcas de Bruselas.
Medio Gobierno se abalanzó sobre Johnson por su nueva exhibición de imprudencia y demagogia; pero la crítica que más afectó al interesado procedió del titular de Sanidad, supuesto beneficiario de la idea: «Es inoportuna». Apunta Tom Bower en su biografía de Johnson que éste no perdonó la reprimenda de Hunt.
Harta del comportamiento desestabilizador de su ministro parlanchín –ahí está su desprecio sexista– hacia la diputada laborista Emily Thornberry, May forzó la dimisión de Johnson a principios de julio de 2018 y le sustituyó, a modo de justicia poética, por Hunt.
El nuevo mandamás del Foreign Office fue magnánimo con su antecesor, dejándole el disfrute de la residencia ministerial, pues Johnson no tenía donde vivir: tras una de sus innumerables crisis conyugales, su entonces mujer, Marina Wheeler, le había expulsado del domicilio familiar.
La revancha de Johnson
La tregua entre los dos enconados rivales fue fugaz, debido a que Johnson estaba decidido a utilizar los Comunes para seguir dando guerra sobre el Brexit. Y tiempo le faltó para pedir un voto parlamentario sobre una hipotética salida de la UE sin acuerdo. «Suicidio político», sentenció Hunt.
Pero las circunstancias favorecieron a Johnson, que forzó la caída de May en junio de 2019, incapaz de salir del atolladero del Brexit. El hombre del pelo rubio platino aplastó a Hunt, por partida doble, en las primarias: en la votación del grupo parlamentario y en la de la militancia. Eso sí, se negó a debatir públicamente con él. Daba igual: había ganado y, en lo que ha sido, hasta la fecha, el cénit de su carrera política, el nuevo primer ministro frustró el deseo de Hunt de permanecer en Exteriores.
También daba igual que la cortesía política británica impusiera reservar un buen puesto en el Gobierno al candidato derrotado. Pero a la animosidad personal se sumaba el empeño de Johnson de no dejar a un remainer al frente de la diplomacia en un momento crítico de las negociaciones; no fuera a ser que desoyera la promesa estrella de Johnson de hacer realidad el Brexit, como así ocurrió, antes del 31 de enero de 2020.
La culminación de la marcha triunfal de «Boris» fue la aplastante victoria en las elecciones anticipadas, en la que los conservadores ganaron en muchos feudos históricos laboristas. Bower señala, siempre en su biografía –nada hagiográfica, por otra parte– que Hunt no era la persona adecuada «para persuadir a los votantes de Sedgefield, el histórico feudo de [Tony] Blair de cambiar el sentido de su voto», pero «Boris es distinto».
Un ambiente propicio para que el inextinguible rencor de Johnson hacia Hunt se siguiera proyectando; incluso a través de terceras personas: permitió a su entonces asesor áulico, Dominic Cummings, cuestionar, en los inicios de la pandemia, cuestionar el balance de Hunt en Sanidad, pese a que ya llevaba año y medio fuera de aquel ministerio.
El destinatario de las críticas no se arredró y durante la pandemia cuestionó –a cada uno le toca su turno– la estrategia gubernamental. Sin mucho éxito. Hasta que estalló el escándalo de las fiestas ilegales celebradas en Downing Street mientras Johnson imponía un duro confinamiento a los británicos.
La revancha de Hunt
Hunt, político hábil, ha sabido esperar que los daños políticos del escándalo se convirtieran en irreversibles para preparar metódicamente su revancha a través de una cuestión de confianza.
Primero fueron las reuniones con otros diputados críticos en el bar londinense The Surprise, después de algunas entrevistas en las que dejaba entrever sus intenciones sin confirmarlas del todo. El tercer movimiento quedó plasmado en un tuit que ya es famoso: «Los conservadores sabemos de corazón que no estamos ofreciendo a los británicos el liderazgo que se merecen».
Por fin llegó la votación del pasado día 6. Hunt solo congregó al 41 % de los diputados, pero socavó el liderazgo de Johnson. En teoría, ha de transcurrir un año hasta que se pueda plantear una nueva moción de confianza, a menos que el grupo parlamentario conservador opte por modificar el reglamento.
Si los tories pierden las elecciones parciales del próximo 23 de junio, esa hipótesis podría hacerse realidad. Y Hunt podría suceder a Johnson. Podría, pero no las tiene todas consigo. Primero, por la falta de apoyos de un sector importante del grupo parlamentario. Más sobre todo por los antecedentes: en 1990, Michael Heseltine, el impulsor de la moción de confianza contra Margaret Thatcher se quedó a las puertas de Downing Street. Las traspasó el «tapado» John Major.