El difícil equilibrio de Israel en su campaña contra Hamás
Sus dirigentes deben tomar difíciles decisiones, a sabiendas que una parte de la comunidad internacional está cegada, en parte, por el miedo y, en parte, por añoranzas «proges» y «setenteras» envueltas en pañuelo palestino
La guerra de Israel en Gaza difiere de muchos otros conflictos porque son difíciles los equilibrios. Aquí, no hay una fuerza invasora que expulsar, ni un territorio que conquistar ni un dictador que derrocar. Se trata de responder a un ataque, a una razia brutal contra población civil israelí para garantizar su seguridad. Sin embargo, dos meses después, están surgiendo dobles raseros en la política internacional.
El objetivo claro de Israel es destruir a Hamás, capturando o matando a sus dirigentes y neutralizando su capacidad militar, algo que pasa, necesariamente, por acabar con su poder en Gaza. Israel quiere liberar a los rehenes secuestrados que siguen con vida desde el 7 de octubre, así como los cuerpos de los asesinados. Quiere evitar, asimismo, otro ataque armado desde el norte por parte de Hezbolá, el apoderado directo de Irán en el Líbano.
También quiere mantener el apoyo internacional, principalmente de Estados Unidos y, no solo eso, quiere salvaguardar los logros diplomáticos que se han conseguido con los países árabes en los últimos años. A nivel interno, el nuevo Gobierno unido pretende recuperar la confianza en las instituciones de seguridad que en la opinión pública perdió tras los atentados.
La respuesta de Israel puede parecer confusa a los que la ven desde fuera, pero tiene más sentido cuando se consideran que estos objetivos contrapuestos responden a la necesidad y supervivencia de un pueblo y un Estado. El equilibrio es complicado y algunos objetivos están en conflicto directo entre sí.
Hamás ha sido el agresor y tampoco Egipto ha ofrecido una salida a estos civiles
Israel ha golpeado duramente a Hamás, pero el efecto colateral ha resultado devastador para la población civil (prisionera o no) de Gaza. En este punto, Hamás ha sido el agresor y tampoco Egipto ha ofrecido una salida a estos civiles.
Atacar a los líderes de Hamás, destruir sus fuerzas militares y la infraestructura del grupo dificulta reducir el número de víctimas civiles. Algunos analistas hablan de disuadir, más que de destruir, manteniendo un mayor número de fuerzas cerca de Gaza y Líbano incluso después de que finalicen las hostilidades. Pero es necesario previamente inhabilitar la capacidad de Hamás.
Los israelíes creen ahora y unánimemente, más allá de diferencias políticas, que no se puede volver al mundo anterior al 7 de octubre. A sus ojos, la brutalidad de la razia demostró que Hamás no tiene redención, que ya no se trata de disuadir y contener sino de una acción militar. Ahora es difícil para los dirigentes israelíes asegurar a la población que la próxima vez los servicios militares y de inteligencia los mantendrán a salvo.
El ala militar de Hamás contaba con entre 25.000 y 30.000 milicianos antes del 7 de octubre. Ahora funcionarios israelíes estiman que más de 7.000 combatientes ya han muerto en la guerra. El número de terroristas sigue disminuyendo y cada vez son más los que huyen o se rinden.
El ala militar de Hamás contaba con entre 25.000 y 30.000 milicianos antes del 7 de octubre
El problema para las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) es que su capacidad para mezclarse con la población dificulta su erradicación sin daños colaterales que afectan a un gran número de civiles palestinos. Asimismo, la guerra urbana es una pesadilla para los mejores Ejércitos, de hecho, las FDI ya han perdido más de 100 soldados en su actual campaña.
Hamás ha situado muchos de sus activos militares dentro de instalaciones civiles como hospitales, mezquitas y escuelas, parte de sus infraestructuras se ocultan bajo ellas. Además, Gaza tiene una vasta red de túneles, más extensa de lo que la Inteligencia israelí había calculado en un principio, por donde los combatientes pueden moverse sin ser detectados y sus líderes pueden esconderse. Hamás además de mezquitas, hospitales y escuelas, domina organizaciones benéficas y de ayuda internacional establecidas en el territorio. El grupo impregna la vida cotidiana en Gaza: el médico, el policía, el basurero y el profesor pueden tener vínculos con Hamás, lo que dificulta la erradicación del grupo terrorista.
Israel espera neutralizar a suficientes miembros, especialmente líderes y fuerzas veteranas, para destrozar su capacidad y para que ya no puedan luchar eficazmente y volver lanzar ataques contra Israel. Hamás cuenta con su red de túneles, sus cohetes, misiles, plataformas de lanzamiento, depósitos de municiones y sus activos están por todas partes. Hamás lleva más de una década preparándose para esta situación. Ellos la han provocado cuando se han sentido fuertes.
Eliminar a sus máximos dirigentes es difícil. Se cree que Mohamed Deif, Marwan Issa y o Yahya Sinwar están escondidos bajo tierra. Más difícil aún es aniquilar a la ideología que encarnan, porque la idea que subyace a la «muqawama» (resistencia) es la de aniquilar a Israel y a Estados Unidos a través de una fuerza militar persistente y asimétrica. Es el mismo credo de Hezbolá e Irán.
Muchos palestinos saben que está pagando el precio de la brutalidad de Hamás, pero hasta ahora, el apoyo a la organización terrorista ha crecido. Lo peor es que en Europa, progresistas y antisistema apoyan y justifican la agresión de Hamás, así como los políticos europeos más negligentes.
Israel sabe que debe aceptar una realidad donde, en muchos sentidos, está condenado tanto «si hace como si no hace». Sus dirigentes deben tomar difíciles decisiones sobre qué objetivos son primarios, a sabiendas que una parte de la comunidad internacional está cegada, en parte, por el miedo y, en parte, por añoranzas «proges» y «setenteras» envueltas en pañuelo palestino.