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Juan Rodríguez Garat
AnálisisJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Si Putin tuviera con qué hacerlo, atacaría Kiev

Hace año y medio, sus tropas se refugiaron tras la frontera para acortar los frentes, y ahora prefiere alargarlos incluso, si pudiera, hasta Kiev

Actualizada 04:30

Disparo de un lanzacohetes múltiple ucraniano hacia posiciones rusas, en la región de Jarkov

Disparo de un lanzacohetes múltiple ucraniano hacia posiciones rusas, en la región de JarkovRoman Polipey / AFP

El pasado 10 de mayo, el ejército de Putin volvió a cruzar la frontera de la región de Járkov, en el nordeste de Ucrania. Para ser rigurosos, hay que recordar que, al contrario que la primera vez, el regreso de las tropas rusas a un territorio del que habían sido expulsadas hace año y medio no fue una sorpresa para nadie. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, lo había anunciado previamente; y las autoridades de Kiev habían advertido reiteradamente de la acumulación de hasta 50.000 soldados en la región limítrofe de Bélgorod.

Desde los primeros días de la nueva ofensiva, Rusia ha ido poco a poco ganando metros en un espacio que, según dice Kiev, era una zona gris en la que no tenían desplegadas fuerzas militares. Para evitar los continuos bombardeos desde territorio ruso, las fortificaciones defensivas del ejército de Zelenski estaban situadas a más de diez kilómetros de la frontera, distancia que los invasores no han conseguido o, según su propia versión, no han querido alcanzar.

Si nos arriesgamos a creer al propio Putin, el ataque no tenía más objetivo que el de crear una zona de separación para proteger Bélgorod. En esta ocasión, las palabras del mendaz presidente parecen coincidir con lo que vemos que ocurre en el frente, donde los rusos han destruido algunos puentes que serían necesarios para el hipotético contraataque ucraniano… o para que su ejército siga progresando.

En lo que parece que todos los analistas están de acuerdo es en que 50.000 hombres no son suficientes para tomar una gran ciudad como es Járkov. El propósito del ataque es, pues, limitado. Sin embargo, ha despertado un inusitado interés en los medios occidentales. Después de meses de presión rusa en todos los frentes sin que apenas se notase su avance en los mapas, ahora aparece una mancha nueva, pequeña pero separada y claramente visible.

La opinión pública española, alarmada por unas noticias que casi siempre ponen la lupa en los árboles y no en el bosque, se pregunta si Ucrania está perdiendo la guerra. Al menos a mí me lo han preguntado más de una vez en los últimos días. Para tranquilizar a los lectores en la medida de lo posible –nadie tiene una bola de cristal que muestre con certeza el futuro– vamos a tratar de arrojar un poco de luz sobre lo que ocurre sobre el terreno y tratar de adelantar qué podemos esperar que venga después.

La explicación táctica

La relativa facilidad del avance ruso en Járkov no se explica porque haya colapsado el frente ucraniano, como a algunos les gustaría pensar, sino por las extrañas reglas del juego que Occidente impone sobre Kiev. Una de las más injustas es la consideración de las fronteras de la Federación como sagradas. Con armas occidentales no está permitido abatir a los aviones que lanzan sus bombas desde territorio ruso. Tampoco es posible responder al fuego de la artillería enemiga, aunque sea en defensa propia.

Mientras se mantenga esta línea roja, la defensa del terreno próximo a la frontera se hace imposible. Es una desventaja más en una guerra del fuerte contra el débil, pero que Kiev tiene que aceptar como precio por la ayuda que necesita.

Si no cambian estas condiciones, Ucrania tendrá que retirarse de la pequeña ciudad de Vovchansk, a cinco kilómetros de la frontera, donde en este momento continúan los combates. El frente solo podrá estabilizarse algunos kilómetros más al sur, y será necesario hacerlo para mantener a la sufrida ciudad de Járkov fuera del alcance de los cañones rusos.

Las consecuencias operacionales

¿Qué consecuencias tiene el ataque ruso en el nivel operacional? La respuesta obvia es que la amenaza sobre Járkov puede obligar a Ucrania a reforzar el frente norte en detrimento de su capacidad para contener a los invasores en lugares como Chasiv Yar. Esta pequeña ciudad sí tiene un alto valor estratégico por encontrarse en el camino entre Bajmut, ocupada por Rusia hace ahora un año, y el cinturón de ciudades libres de la región de Donetsk.

Si ese fuera el propósito –o, al menos, uno de los propósitos; quizá no el principal– de la nueva invasión habría que dar por probado que Putin tiene hoy más confianza en las posibilidades de su ejército. Al menos, en su capacidad para mantener a largo plazo la superioridad numérica. Hace año y medio, sus tropas se refugiaron tras la frontera para acortar los frentes, y ahora prefiere alargarlos. ¿Sale ganando? Si tiene 50.000 hombres disponibles y es incapaz de hacerlos maniobrar en el frente para romper las líneas ucranianas, quizá sí. Pero a cambio pierde la ventaja que le daba la peculiar situación de una frontera que, hasta hace unos días, Ucrania tenía que defender y Rusia no.

¿Es posible que Putin haga lo mismo con los otros tramos de la frontera internacional dónde mantiene la ventaja de que sólo sus fuerzas pueden disparar? ¿Puede ordenar a sus tropas que atraviesen la frontera ucraniana por Sumy o Chernígov? Si consigue efectivos adicionales, ¿por qué no? Pero no tiene demasiado sentido alargar el frente para los dos bandos a menos que exista un objetivo que compense la pérdida de la ventaja que hoy tiene en la frontera.

¿Cuál podría ser ese objetivo? ¿Kiev? ¡Pues claro! Es allí donde puede ganar la guerra. Y, entrando por Chernígov o Bielorrusia, con el ejército ucraniano concentrado en los frentes, no quedaría ningún obstáculo inexpugnable que se lo impidiera. Parece obvio que, si Putin tuviera con qué hacerlo, atacaría Kiev. Y –esto debería tranquilizar al lector– la recíproca también es cierta: si no lo hace es porque no puede.

Las razones estratégicas

En el Kremlin, estrategia y política es casi lo mismo. Por eso tiendo a creer a Putin cuando dice que lo que quiere conseguir con la nueva invasión de Járkov es impedir nuevos ataques de los disidentes rusos contra la región de Bélgorod.

La relevancia militar de tales ataques era nula, y todos lo sabían. Pero a Putin le debían de parecer humillantes. De hecho, es probable que no tuvieran otro objetivo que molestar al dictador. Sin embargo, tanto esos grupos de disidentes, de nombres sonoros —la Legión de la Libertad de Rusia y el Cuerpo de Voluntarios Rusos– y escasos efectivos, como quién en Kiev autorizaba sus correrías deberían haberse dado cuenta de que estaban matando la gallina de los huevos de oro.

Las esperanzas y miedos

¿Qué pasará en los próximos meses. Lo más probable es que a las fuerzas rusas que han entrado en la región de Járkov les ocurra lo mismo que a las demás. No tardarán mucho en quedar inmovilizadas entre líneas de trincheras, drones y, ahora que Ucrania vuelve a recibir munición norteamericana, duelos de artillería.

El forcejeo en el frente no tiene visos de terminar. Para derrotar a Polonia en la Segunda Guerra Mundial hicieron falta un millón y medio de soldados alemanes y casi otro millón adicional de soviéticos. Desde entonces, las nuevas tecnologías y el Derecho Internacional Humanitario –hay un límite en lo que puede hacer Putin que no afectaba a Hitler o Stalin– han venido a dificultar todavía más la tarea del invasor. No parece que, en este momento, haya nada que pueda modificar la situación de tablas. Ni Rusia puede conquistar Ucrania con lo que tiene ni, al contrario, puede Ucrania expulsar a Rusia de su territorio. Menos aún si, al llegar cerca de la frontera, ya no tiene autorización de los EE.UU. para enfrentarse a sus enemigos.

Sin embargo, el golpe que ha recibido Ucrania en estos días podría ser más sensible en el dominio de la información, donde no cuentan tanto los soldados como las esperanzas y los miedos. Es posible que el avance ruso en Járkov produzca un efecto desmoralizador en la sociedad ucraniana justo en el momento en que Zelenski empieza a pedirle un mayor esfuerzo. Es posible también que la resistencia del pueblo ruso a ponerse el uniforme disminuya si llega a convencerse de que la guerra puede ganarse en breve.

Son, pues, malas noticias para Ucrania. Y, en buena parte, culpa nuestra. La prohibición norteamericana –y de muchos países europeos– de emplear su armamento contra los enemigos que disparan desde el lado ruso de la frontera es tan absurda que da razones a Zelenski para preguntarse si de verdad queremos que gane la guerra o nos basta con que no la pierda. Yo, la verdad, no sabría qué responderle.

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