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Florentino Portero
AnálisisFlorentino Portero

Biden, el fin de una carrera política y el principio de una opción demócrata para tratar de ganar a Trump

Falta mucho para noviembre y sería ingenuo pensar que los demócratas carecen de opciones. Las tienen. Tienen dónde elegir, aprovechando que el radicalismo, de estilo y de contenido, de Trump moviliza a muchos norteamericanos en su contra

Actualizada 08:17

Joe Biden, presidente de Estados Unidos

Joe Biden, presidente de Estados UnidosEFE

Todos sabíamos que Joseph Biden no estaba en condiciones de ejercer la presidencia de Estados Unidos y, mucho menos, de afrontar un nuevo mandato. Tras una larga carrera como senador y vicepresidente fue la baza de la que se valió el partido demócrata para derrotar a Trump.

La pandemia del COVID-19 alteró el ritmo normal de nuestras vidas, lo que permitió a los líderes demócratas situar en cabeza a quien difícilmente hubiera ganado unas elecciones primarias convencionales. La sociedad norteamericana había iniciado ya un proceso de radicalización en beneficio de los candidatos situados a los extremos. Biden era un resto arqueológico de otro tiempo, de los días del pragmático y moderado Clinton. Un anciano distinguido…, pero ajeno a los sentimientos y preocupaciones de las nuevas generaciones.

Obama lo había elegido compañero de «ticket» para equilibrar su falta de experiencia, pero ya entonces representaba una forma de hacer política caduca. Sin embargo, la maniobra salió bien. Era el candidato apropiado para disputar a Trump el voto de centro, con la garantía de no perder apoyos por su izquierda, movilizada por la amenaza republicana. Biden ganó.

Nadie mejor que los líderes del Congreso, en contacto habitual con él, sabían de su deterioro

Tras superar el ecuador de su mandato comenzó a resultar evidente para todos que su capacidad disminuía de manera alarmante. Nadie mejor que los líderes del Congreso, en contacto habitual con él, sabían de su deterioro. Lo lógico hubiera sido que le convencieran, de una u otra manera, para no presentarse a la reelección. No lo hicieron. Jugaron a aprendices de brujo. Concluyeron que, de nuevo, unas auténticas primarias llevarían a un político situado mucho más a la izquierda a ser proclamado candidato oficial en la convención de Chicago, poniendo en peligro la conquista del voto de centro en las elecciones de noviembre.

Las primarias resultaron un paseo, pero Biden fue dejando muestras, en acciones de gobierno y de campaña, alarmantes. El momento culmen fue el cara a cara con Trump, donde toda la ciudadanía pudo constatar que ya no estaba en condiciones de ejercer la máxima responsabilidad política. Su tiempo ya había pasado.

En pocas semanas los delegados se reunirán en Chicago para elegir al candidato oficial

Las primarias demócratas no han podido cumplir su misión, porque no se presentaron a la competición los pesos pesados del partido. En pocas semanas los delegados se reunirán en Chicago para elegir al candidato oficial. Obvio es decir que no hay reglamentos ordinarios para situaciones extraordinarias. Por defecto el primer nombre que se colocará sobre la mesa es el de la vicepresidenta Harris, puesto que fue la elegida por Biden para sucederle.

La sucesión

Es de todos sabido que su figura política ha defraudado desde el primer momento. Es mujer, hija de inmigrantes jamaicano e india, casada con un abogado judío… todo un cocktail de minorías que suena bien pero que puede no ser suficiente. Hay más alternativas. Lo lógico sería elegir a un gobernador o senador de prestigio, con capacidad de arrastrar el voto de centro y, si es posible, con influencia en alguno de los estados críticos. Se ha hablado mucho de Whitmer, la gobernadora de Michigan. Karl Rove, un clásico de la sociología electoral americana, citaba a Kelly, astronauta y senador por Arizona, como alguien con el atractivo y conocimiento suficiente para sorprender y dar la vuelta a las elecciones presidenciales.

Los demócratas se han quedado sin tiempo y la culpa es sólo suya. Asumieron riesgos y perdieron. Ahora tienen que actuar con rapidez e inteligencia logrando la cuadratura del círculo. Tienen que dar la impresión de unidad, cuando lo más probable es que los candidatos se acuchillen por los pasillos. Tienen que evitar que la batalla se prolongue. Y, sobre todo, tienen que elegir una pareja capaz de derrotar a Trump, en un momento en que el viento sopla a su favor.

Sería ingenuo pensar que los demócratas carecen de opciones. Las tienen.

Falta mucho para noviembre y sería ingenuo pensar que los demócratas carecen de opciones. Las tienen. Tienen dónde elegir, aprovechando que el radicalismo, de estilo y de contenido, de Trump moviliza a muchos norteamericanos en su contra. Necesitan un discurso renovado que ilusione y que sea capaz de amalgamar las corrientes más radicales con los votantes de centro. Lo único seguro es que no será fácil.

Tras la convención republicana el tándem Trump – Vance juega con todo a su favor. El partido está unido y no falta dinero para lubricar la campaña. Lo que ocurra dependerá de sus aciertos y de sus errores en los estados críticos.

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