El futuro de Europa: de la crisis de la UE, Francia y Alemania al esplendor de Italia
La Unión Europea (UE) tiene un futuro indefinido e incierto por distintos factores. El más determinante se debe a las consecuencias de la guerra en Ucrania (que el próximo 24 de febrero de 2025 cumplirá tres años).
El Consejo Europeo anterior ya adoptó la decisión de autorizar la apertura de negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia, reconocía a Georgia como país candidato, retomaba la vacilante ampliación de los Balcanes occidentales (Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Macedonia del Norte, Montenegro y Serbia).
Pero esta nueva ampliación hacia el Este, tras veinte años desde la incorporación de naciones como Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Malta, Chipre, Eslovenia, Lituania, Letonia y Estonia presenta hoy una gran dificultad. El actual proceso de expansión de la UE está sometido a grandes riesgos. Hace dos décadas las expectativas de «una paz perpetua» se agrandaban, en el presente no existe más horizonte que el de una guerra sin fin en un contexto incierto y multipolar.
Todos los candidatos propuestos tienen disputas territoriales sin resolver: Ucrania, es el candidato más necesitado e imposible. Serbia (que juega un papel clave en los Balcanes) es cercana a Rusia, mantiene tensiones con Kosovo e influencia en Bosnia-Herzegovina, por eso su acercamiento se presenta igualmente complicado. Los recientes episodios políticos en Georgia y Moldavia no facilitan la desvinculación de estos países de la sombra de Rusia. Así mismo, el norte de Macedonia, Montenegro y Albania presentan serias dificultades. Es, por tanto, poco realista pensar que tales incorporaciones se lleven a efecto en un corto plazo.
La necesidad de un cambio de dirección en las políticas europeas es un clamor entre los ciudadanos
En la UE hay países marginados, pero altamente relevantes para su futuro, como el caso de Hungría y Polonia, estratégicamente necesarios, pero injustamente tratados por injerencias de la saliente comisión europea sobre sus políticas, que aun democráticas, han sido cuestionadas y penalizadas por las élites comunitarias.
Otro aspecto, para tener en cuenta, es el cambio de gobierno en Estados Unidos, una nueva era Trump pone difícil las cosas a las políticas ideológicas impuestas, hasta ahora, por la UE. Un contraste entre el derroche inconmensurable en imponer y promocionar políticas «wokistas» y mínimo gasto en políticas de Defensa y seguridad (ni siquiera un 2 %). La entrada de Trump presagia que todo eso se podría cambiar.
Es cierto que la necesidad de un cambio de dirección (dirían los alemanes: Richtungswechsel) en las políticas europeas es un clamor entre los ciudadanos de Europa, a la luz de los últimos acontecimientos. De hecho, la nueva comisión se ha logrado tras duras y largas negociaciones con los países y los representante de las distintas familias políticas europeas.
De nuevo, Ursula von der Leyen, se ha salido con la suya y ha logrado la presidencia y nueva comisión con 13 miembros del Partido Popular Europeo, cuatro socialistas (entre ellos Teresa Ribera, un indigno nombramiento tras su gravísima negligencia e irresponsabilidad en la catástrofe de Valencia). Pero, rompiendo el «cordón sanitario» progre, han entrado dos miembros de los «Conservadores y Reformistas» y otro de «Patriotas por Europa»; a las que hay que añadir cinco liberales y tres independientes.
La ciudadanía Europea quiere acabar con la inseguridad interior y exterior, la incapacidad de defensa quiere poner fin a la masiva inmigración ilegal.
En Alemania el gobierno semáforo (y colorín) ha fracasado obligando a un adelanto de elecciones en febrero. Hay un, más que posible, viraje a la derecha nacionalista que representa Alternativa para Alemania (AfD), un derecha que ha arrasado en Austria con el Partido de la Libertad (FPÖ). Por eso, el reciente atentado en un mercado navideño en Magdeburgo cometido por un saudí (aunque se presente como un acto anti islamista) supone un claro espaldarazo al crecimiento de esta derecha nacionalista.
En Francia, Macron se sitúa en un grave atolladero tras la caída del gobierno de Barnier. Allí los extremos políticos -La Francia Insumisa (LFI) y la Agrupación Nacional (RN)- han desempeñado un papel clave en la caída y destitución de Barnier. El líder ultraizquierdista Jean-Luc Melenchón, del LFI, sigue presionando para que el presidente Macron renuncie y convoque elecciones presidenciales anticipadas.
Por la derecha el crecimiento de Marine Le Pen y su RN es espectacular. Ella ha modificado recientemente su enfoque explotando la debilidad gubernamental, para fortalecer sus aspiraciones presidenciales de cara a 2027.
Macron está en el precipicio y Francia sufre una crisis constitucional sin precedentes. Una alianza centrista entre el partido de Macron, el Partido Socialista (PS), Les Républicains y otros partidos menores pretende ofrecer una mayoría parlamentaria suficiente, pero muy ajustada e incierta. Las tensiones amenazan con agravar la crisis.
A su vez España se sostiene bajo una dictadura de minorías, dominada por los caprichos de los nacionalistas y la ultraizquierda que mantienen a un Sánchez bajo sospecha de corrupción. A su inestable gobierno se le agrietan más y más las cañerías y amenazan con reventar, en breve plazo, su gobernabilidad.
Quizás es Italia el único país que bajo el mandato de Giorgia Meloni avanza con pujanza y fortaleza.
Aquel ilusorio «sueño europeo» que pronosticaba el sociólogo Jeremy Rifkin en 2004, se ha convertido (con el paso de los años) en una mala noche bajo el peso de una digestión pesada y tóxica. No obstante, su posterior falsación, Rifkin sí acertaba en una importante cuestión: «Europa tendrá que aumentar los fondos destinados a garantizar esta independencia militar y su seguridad». Más de veinte años después los países europeos estamos lejos de ser un baluarte estable y seguro.