Argentina despide a Jorge Lanata, «el Maradona del periodismo»
Desnudó los infinitos casos de corrupción kirchnerista, abrió «las valijas» del dinero sucio que el régimen contaba al peso y hasta llegó a ocultar en un monasterio
La muerte de un periodista es la noticia que sacude Argentina. El viaje al más allá de Jorge Lanata (64 años) y su hoja de ruta vital, que es lo mismo que decir profesional, se ha volcado en todas las plataformas que hoy forman el ser y el estar (en movimiento convulso) del mundo de la comunicación.
La historia del hombre que revolucionó el universo periodístico tiene que ver con la historia reciente de una Argentina que se balanceó en la cuerda de una democracia frágil, atacada por la irrupción de principios de este siglo XXI del fenómeno que se conoció como kirchnerismo. Lanata lo resumió con una definición magistral: «la grieta».
La grieta fue la zanja cavada por «Néstor y Cristina» que, a partir del 2003, partió en dos a la sociedad argentina, fue el desfiladero por el que rodaba un estado de derecho que no terminaba de madurar, pero la grieta fue también la que provocó el despertar forzoso de los medios de comunicación sin bandera que sintieron, con razón, el yugo del poder de la última versión del peronismo.
Jorge Lanata entendió antes de que los militantes «K» empapelaran Buenos Aires con carteles en los que anunciaban «Vamos por todo», que la advertencia no era efímera. El asalto al Poder Judicial, la reconversión del Legislativo en una «escribanía» a las órdenes de la Casa Rosada, la sumisión al líder y el caudillismo trataban de forjar una nueva Argentina con demasiados puentes y similitudes con la Venezuela chavista. Él, un periodista de la izquierda honesta modernizado, lo denunciaría.
Diarios emblemáticos como La Nación y Clarín daban una batalla desigual contra un poder dispuesto a fagocitarlos. Argentina estaba rota, dividida, y el avance «K», de Jujuy a Tierra del Fuego, parecía no encontrar freno en una política de abusadores y ladrones. En esa guerra se metió Jorge Lanata, el irreverente, el gordo al que le sobraba talento y coraje, el periodista de trajes cómicos, el que nació con el don de ver todo donde la mayoría intuía y el que, demasiado tarde, pasados los 50, descubrió que sus padres le habían adoptado de manera irregular.
Sin miedo o con él bajo control, con un equipo formidable y la fuerza de la televisión, Jorge Lanata desnudó los infinitos casos de corrupción kirchnerista, abrió «las valijas» del dinero sucio que el régimen contaba al peso y hasta llegó a ocultar en un monasterio. Lanata y los suyos filmaron los estados dentro del Estado argentino que lideraban personajes como la violenta y posteriormente condenada Milagro Sala. Lanata y sus compañeros mostraban las carreteras licitadas a ninguna parte, los vuelos del latrocinio o la embajada paralela entre Caracas y Buenos Aires. Hacía falta valor.
El enriquecimiento impúdico del matrimonio «K», la red clientelar que tejió entre las víctimas de la dictadura militar (1976-83) esa pareja inefable y la complicidad inevitable de ciertos sectores de la banca y de la industria, se colocaron en la mira de un periodista que antes había señalado, sin perdón, las corruptelas de la etapa de Carlos Menem.
Lanata, un fenómeno admirado y odiado en porcentajes desiguales, se inventó con 26 años Página 12, un diario crítico hasta que se convirtió en el BOE del Kirchnerismo. El editor creó y destruyó revistas, enganchó a la audiencia en la radio, en la televisión (Día D, PPP, Periodismo Para Todos, Lanata Sin Filtro) y fracasó en otras iniciativas que le pasaron factura (Data24, Ego, El argentino más inteligente…)
Jorge Lanata, hasta hace seis meses que terminó internado de un hospital a otro, más grave, menos grave, en terapía intensiva y lo nunca imaginado, en coma, fue una máquina de escribir, a veces con exceso de imaginación en algunas crónicas y libros, pero en lo importante fue leal y valiente. El periodista entusiasta, mal hablado y en ocasiones con tendencia al adorno, tocó todos los palos y jugó a ser un showman en el histórico escenario del teatro Maipo
En el despacho de Jorge Lanata, de su casa o de cualquiera de los que tuvo, las colillas en el cenicero eran montaña. Fumaba con filtro y hablaba sin él. Sus virtudes fueron muchas. También sus defectos, el principal esa tendencia a la autodestrucción de la que nunca logró escapar. Tuvo cinco matrimonios, su segundo mujer, Sarah Stewart Brown, le donó un riñón a un paciente y la madre de éste a él que, indomable, se lo fumó como su fuera inmortal.
Lanata dormía desde hace décadas con mascarilla de oxígeno, pero no le dio la gana de abandonar el cigarro ni el exceso de peso. Alguien le ha comparado en Argentina con Diego Maradona y en cierto modo, para el periodismo argentino lo fue. Hizo todo en la profesión y se deshizo a sí mismo en la vida. Descanse en paz.