El último año de guerra en Ucrania: Rusia se acerca a la ciudad de Pokrovsk
Las torres de Vladimir Putin, el gas y el petróleo, desaparecieron del tablero en 2022 sin cumplir con su importante objetivo de disuadir a la Unión Europea de apoyar a Kiev
Rusia avanza en todos los frentes y se acerca rápidamente a la ciudad de Pokrovsk, clave en la defensa del Donbás. Esa es una frase que a muchos españoles les parecería el mejor resumen de la evolución de la guerra de Ucrania en el año que ahora termina. Y desde luego es verdad, aunque solo una fracción de esa realidad compleja que es la guerra.
¿Qué más ha ocurrido en Ucrania en 2024? Si miramos el tablero de juego tal como se lo describí a los lectores en los primeros meses de la guerra, Rusia, que abrió la partida y tenía la ventaja que en ajedrez corresponde a las piezas blancas, sigue sin ser capaz de sacar partido de su aparente superioridad. La reina blanca –el arma nuclear– ha terminado de perder en este año casi toda la relevancia que le quedaba. No tenía más que un papel, pero era importante: gravitar sobre el escenario para imponer ciertas líneas rojas a Occidente. Es obvio que ha fracasado en el empeño.
Las torres de Putin, el gas y el petróleo, desaparecieron del tablero en 2022 sin cumplir con su importante objetivo de disuadir a la Unión Europea de apoyar a Kiev. Justo es decir, sin embargo, que la energía rusa se sigue vendiendo a otros países para pagar parte de la factura de la guerra, y que las sanciones económicas no han tenido los efectos que desearían los líderes occidentales. Pero pocos pueden sorprenderse por ese resultado. ¿Cuándo han tenido éxito las sanciones a los dictadores? Piense el lector en Kim Jong-un o Alí Jamenei, Saddam Hussein o Muamar el Gadafi. ¿Por qué Vladimir Putin iba a ser diferente?
Los caballos blancos –las fuerzas mecanizadas y las unidades de asalto aéreo o anfibio que un día tuvo Putin– tenían la movilidad en los frentes como única razón de existir. Sin embargo, se han consumido asaltando una y otra vez las mismas trincheras ucranianas. Su estrepitoso fracaso es, probablemente, el menos esperado de los disgustos que esta guerra que él sigue negando le ha dado a Putin.
Los alfiles, capaces de explotar las diagonales del tablero para atacar a larga distancia, tampoco han resultado tan decisivos como suelen serlo en la guerra moderna. Los helicópteros rusos ya no vuelan sobre el frente, sus aviones hace largo tiempo que no se atreven a disputar el cielo enemigo, y sus misiles y drones llevan tres inviernos intentando condenar al frío a los hogares ucranianos sin haberse acercado nunca a su criminal objetivo.
Putin lleva gastados unos 9.001 misiles en esta guerra –disculpe el lector la ironía de sumar el fabuloso Oreshnik a los alrededor de 9.000 misiles rusos, iraníes y norcoreanos lanzados sobre Ucrania– sin provocar daños decisivos en la infraestructura energética y sin siquiera haber impedido que Ucrania construya cada día más drones para devolver los ataques a territorio ruso. ¿De verdad espera Putin poner a Ucrania de rodillas provocando apagones temporales cada dos semanas y matando a un puñado de civiles de cuando en cuando? No, pero los ataques quedan bien en los medios rusos, y por eso los sigue ordenando.
Forcejeo de peones
Neutralizadas todas las piezas mayores –las de ambos bandos, porque tampoco los ATACMS o los drones ucranianos van a parar a Putin, aunque sí le pongan en apuros como el provocado por el reciente derribo de un avión civil de Azerbaiyán– la guerra se ha convertido en un forcejeo de peones sin muchas posibilidades de que se llegue al mate. Y, en ese forcejeo de peones, es innegable que Putin lleva ventaja. Pero ¿es decisiva?
El Ejército ruso se acerca a Pokrovsk, es cierto. Sin embargo, en otros puntos del tablero, son los peones rusos los que han pasado más apuros. La opinión pública parece recordar mejor el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023 que el de la ofensiva rusa contra la ciudad de Járkov en verano de este año. Las tropas invasoras, que lograron sorprender a su enemigo en los primeros días, llevan desde el mes de mayo inmovilizadas en la pequeña ciudad norteña de Vovchanks (17.000 habitantes).
Fracasó también la defensa rusa en Kursk, donde Ucrania consiguió tomar la localidad de Sudzha (5.000). La ocupación no durará para siempre, desde luego, pero recuperarla le costará a Putin algo más que el desprestigio que supone el tener que recurrir a tropas norcoreanas para defender a la invencible Rusia. De que el dictador del Kremlin se avergüenza de ello da fe el que niegue al pueblo ruso cualquier noticia sobre la presencia de su aliado en los combates en Kursk.
Mientras, el frente sigue estabilizado en Jersón, en Zaporiyia y en Járkov. Pero vamos a poner la lupa en el óblast de Donetsk, como querría Putin. Allí, el Ejército ruso avanza y, para facilitar la comprensión de quien no siga el día a día de las operaciones, me he molestado en dibujar un gráfico con lo conseguido durante el año por las tropas de Putin. Son embargo, conviene analizar lo que ha ocurrido estos meses con la perspectiva, más amplia, de toda la campaña.
Entre los meses de junio y julio de 2022, Rusia conquistó las ciudades de Severodonetsk (100.000 habitantes) y Lisichansk (95.000). Disculpe el lector mi insistencia en las cifras de población. Es aburrido hacerlo pero hay una buena razón. El terreno urbano es particularmente difícil para la ofensiva, y el número de habitantes, siempre referido a antes de la guerra, da una idea bastante clara de las dificultades que Rusia ha ido encontrando en cada uno de sus objetivos alcanzados y de la que le espera en los siguientes.
El siguiente hito importante de la ofensiva rusa, la caída de Bajmut (80.000 habitantes) llegó en mayo de 2023, diez meses después. En los círculos prorrusos se profetizó entonces un rápido fin de la guerra, dando por supuesto que su Ejército, repuesto de las derrotas del año anterior, sería capaz de romper el frente ucraniano a través de la localidad recién conquistada. Se equivocaban. Solo diez kilómetros más al oeste, las tropas rusas se vieron frenadas en la pequeña localidad de Chasiv Yar (12.000) habitantes. Y ahí siguen combatiendo casi dos años después de su inminente victoria.
Vamos ya a 2024. En febrero, nueve meses después de Bajmut, cayó Avdiivka (30.000 habitantes). Era una localidad pequeña pero de innegable valor estratégico porque abría el camino de Pokrovsk (60.000), un nodo de comunicaciones clave en el dispositivo de defensa del Donbás. Se trataba, además, de un camino relativamente despejado de enclaves urbanos, lo que se suponía que iba a facilitar el progreso del Ejército invasor. Y es verdad que, si uno lee la prensa generalista, Rusia ha progresado mucho. Hace tres semanas, la CNN nos contaba que ya había llegado a tres kilómetros de la ciudad. Sorprendentemente, 15 días después eran cuatro kilómetros, y no lo digo porque la diferencia tenga importancia, sino para hacer ver al lector lo difícil que es evaluar campañas desde los titulares de los medios no especializados.
La pregunta clave es si esa velocidad se debe al terreno más fácil o al colapso del Ejército ucraniano
Volvamos a lo nuestro: diez meses después de la caída de Avdiivka, Rusia se sigue acercando a Pokrovsk. Rápidamente me parece mucho decir, pero ¿se ha movido más deprisa que el año anterior? Innegablemente. La pregunta clave es si esa velocidad se debe al terreno más fácil o al colapso del Ejército ucraniano. Llegue usted a sus propias conclusiones a partir del hecho de que las tropas de Putin continúan atascadas en lugares como Vovchanks, Kupiansk, Siversk, Chasiv Yar o Torestsk.
La batalla de Pokrovsk
Cuando el Ejército ruso llegue a Pokrovsk no habrá terminado la guerra, como no terminó en Bajmut. Allí se enfrentará a un desafío que ya suena a repetido. Otra vez tendrá que reducir a cenizas la ciudad, con un enorme consumo de munición de artillería… mientras menguan las existencias, no solo en Rusia sino también en Corea del Norte. Otra vez tendrá que desalojar a su enemigo casa por casa… pero ya no está la compañía Wagner, una de las a priori más improbables víctimas de la guerra, para poner los muertos.
Si Putin consiguiera tomar la ciudad con relativa rapidez –digamos que en la primavera que viene– no habrá logrado más que repetir la gesta de Bajmut… pero dos años después. Y aún le quedarán los huesos más duros de roer, primero en el propio Donbás –Kramatorsk (150.000 habitantes), Slóviansk (105.000) y Konstantinovka (70.000)– y luego en el resto de Ucrania. Eso o poner una vela al presidente Donald Trump, la gran esperanza del rusoplanismo. No deja de ser curioso que quienes hasta ayer aseguraban que la Unión Europea solo estaba en esta guerra para defender los intereses estratégicos y económicos del imperio del dólar, ahora insisten en que Trump, precisamente el paladín del pueblo norteamericano, ya no defenderá esos hipotéticos intereses de su país porque él cree que son intereses de Europa. Pero entonces, ¿es vaca o es buey? Para los gurús del rusoplanismo, como para los del movimiento woke que tanto les repugna, ¿por qué no puede un animal ser las dos cosas?
No hay luz al final del túnel
Putin y sus voceros insisten en que el tiempo juega a su favor. Debe de ser verdad. Ucrania está ya tan castigada por la guerra que sigue siendo el único país de la historia que se niega a reclutar a jóvenes menores de 25 años. Rusia, en cambio, ha tenido que abandonar a su aliado sirio y echarse en brazos de Kim Jong-un. Pero no es porque le falten tropas y munición, sino porque… ¿por qué? No recuerdo la justificación de Putin para ambas decisiones. De hecho, creo que no ha dado ninguna. Occidente, por su parte, sigue dando pruebas de su cansancio, como sin duda lo es el autorizar el empleo de armas occidentales en Rusia.
Además de un posible milagro del santo Trump –en el que no creo, aunque estoy seguro de que el nuevo presidente lo intentará… pero de eso hablaremos otro día– hay maneras más brillantes de acabar la guerra que la de arrastrarse por los caminos ucranianos llenando las cunetas de la sangre de soldados rusos y norcoreanos. ¿Por qué no puede el Ejército de Putin maniobrar y explotar cualquiera de sus éxitos tácticos para romper el frente y obtener por fin ventajas decisivas? ¿Es que no saben, es que no pueden o es que, como dice una procaz canción gallega, perdieron las habilidades?
Sencillamente, no tienen con qué. Espoleada por Putin –una de las desventajas de estar a las órdenes de un dictador es que, como le ocurrió a Hitler, no hay nadie que pueda sacarles de sus errores estratégicos– Rusia combate con todo lo que tiene para hacer creer a su pueblo que gana la guerra… y en tres años de combates no ha sido capaz de crear las reservas que necesitaría para ganarla de verdad.
La situación en los frentes ucranianos es difícil. Siempre lo ha sido. Putin es un mal enemigo, como lo fue Hitler. Pero no debería el lector pensar que Ucrania está perdida porque Rusia se acerque a Pokrovsk. Si quiere mi opinión –al contrario que los rusoplanistas yo solo tengo una– me permitiré repetir lo que escribí para finalizar el artículo «12 meses sin piedad», publicado hace ya casi dos años en El Debate y que me parece tan vigente ahora como entonces. Se lo copio para que no tenga que buscarlo.
«Seguramente la guerra terminará algún día. Todas lo hacen, aunque en absoluto sea cierto que siempre acaben en la mesa de negociaciones. Una mentira repetida mil veces puede parecer verdad, pero no lo es. Hay ejemplos en la historia en los que los contendientes, por puro agotamiento, dejan de luchar. Hay guerras que terminan en tablas, fruto de la resignación o de la impotencia más que del acuerdo. Quizá sea ese el final de la guerra de Ucrania. Pero eso, por desgracia para todos, no sucederá este año».
Si algún rusoplanista ha llegado hasta aquí, protestará airadamente. Ya lo hicieron en 2023 y en 2024 y ya sabrá el lector lo que ha pasado. Pero, como siempre se dice: «No hay dos sin tres». Feliz Año Nuevo a todos.