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El régimen de Lukashenko lleva varias décadas dominando el país

El régimen de Lukashenko lleva varias décadas dominando el paísEFE

Bielorrusia afronta unas elecciones marcadas por el autoritarismo de Lukashenko y una oposición silenciada

El régimen de Aleksandr Lukashenko, el aliado fiel de Moscú, enfrenta un clima de represión, acusaciones de fraude y un pueblo marcado por el miedo y la resignación

Bielorrusia acude este domingo a las urnas sin la emoción o la expectativa previa acorde a este tipo de citas. No habrá lugar para la sorpresa en Minsk. Alexandr Lukashenko, apodado «el último dictador de Europa» prolongará, según afirman todos los indicios, su estancia en el poder. Lleva ahí desde 1994 y ha construido un sistema autoritario donde nadie es capaz no ya de derribarle, sino siquiera de hacerle temblar. La oposición, dispersada en el exilio o encarcelada, apenas logra alzar la voz y denunciar la «farsa electoral» que el régimen de Lukashenko, en perfecta comunión con Moscú, lleva extendiendo durante tres décadas.

En las pasadas elecciones, las de 2020, Lukashenko se alzó con la victoria llevándose el 80 % de los votos, pero rápidamente se acusó de fraude al proceso electoral. Estallaron protestas masivas en las calles que fueron reprimidas con brutalidad, provocando miles de arrestos, centenares de heridos y el cierre de medios de comunicación y organizaciones civiles.

Desde el plano político, la oposición apenas tiene fuerza para ser una alternativa real. La principal cara de la oposición, Svetlana Tijanóvskaya, se encuentra en el exilio y ha llamado a boicotear el proceso, pero parece difícil que su anhelo se convierta en realidad. La única política que el sistema reconoce como la oposición es Anna Kanopátskaya, pero no tiene los medios suficientes para plantar cara al régimen de Lukashenko.

El papel de Rusia

Como una sombra detrás de la figura de Lukashenko se encuentra Vladimir Putin y, por extensión, Rusia. Después de las comentadas protestas en 2020, el Kremlin fortaleció su apoyo al régimen bielorruso, garantizando su estabilidad en un momento donde la pérdida de apoyos internacionales amenazó con hacerle caer. Esta alianza se ha traducido en movimientos estratégicos, como el despliegue de armas nucleares tácticas rusas en territorio bielorruso o el uso del país como una plataforma para la invasión de Ucrania.

Putin encuentra en Lukashenko un bastión frente al avance de la OTAN y un aliado clave en un momento de mucha disputa geopolítica con Europa y Estados Unidos. La delegación rusa enviada para supervisar las elecciones no ha escatimado en elogios al proceso electoral, calificándolo de «transparente», mientras acusa a Occidente de injerencia en los asuntos internos de Bielorrusia.

Vladimir Putin y Alexander Lukashenko en Minsk

Vladimir Putin y Alexander Lukashenko, en MinskMikhail Metzel / AFP

Sin embargo, por mucho que le pese a Putin, la falta de observadores internacionales creíbles en el proceso electoral refuerzan las acusaciones de manipulación. Según Amnistía Internacional, la atmósfera en el país es de «miedo agobiante», donde la disidencia se paga con prisión, tortura o el exilio.

En un caso que encuentra muchos parecidos con el de Nicolás Maduro en Venezuela, la estructura autoritaria de Lukashenko se mantiene gracias a un sistema político cerrado, un servicio de seguridad implacable —la KGB bielorrusa— y el control de los principales sectores económicos, gestionados bajo un modelo planificado heredado de la era soviética.

¿Qué sigue para Bielorrusia?

Salvo una sorpresa que solo se podría calificar como extraordinaria, el futuro de Bielorrusia parece encaminado a seguir siendo más de lo mismo. Con Lukashenko en el poder, el país se mantendrá como un satélite de Moscú en el tablero político, con el pueblo bielorruso abandonado, abatido por el miedo y ajeno a las transformaciones democráticas que se han dado en los últimos años en la región.

La jornada electoral de este domingo no será más que una repetición del guion escrito por el régimen, en el que el autoritarismo y la sumisión prevalecen, dejando pocas esperanzas para un cambio en el horizonte. Sin embargo, la historia ha demostrado que incluso los regímenes más férreos tienen un punto de ruptura.

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