¡Que vienen los rusos!
Europa está entrando en una espiral de rearme y enfrentamiento sin saber a dónde quiere ir ni a dónde llegará

Soldados rusos en un puesto de control de acceso de Moscú
Dicen Macron y Von der Leyen que estamos en el momento más peligroso de nuestra historia desde 1945. Según hemos podido saber estos días, el riesgo de que Rusia acabe invadiendo Europa es alto, por lo que tenemos que desangrarla en Ucrania, con o sin ayuda de Trump, y rearmarnos a toda prisa. Es un planteamiento sencillo, un relato prêt-à-manger fácilmente vendible a los sufridos ciudadanos europeos, que demuestra una vez más la supina ineptitud de nuestras élites.
Al menos oficialmente, Europa desea la paz en Ucrania siempre que el heroico Zelenski pueda negociarla desde una posición de fuerza y el agresor no obtenga ninguna ventaja de su agresión, una postura que podría pasar por razonable si alguien supiera explicarnos qué posición sería una de fuerza para Ucrania y cómo conseguirla sin provocar la Tercera Guerra Mundial. Cabe suponer que mientras Ucrania siga perdiendo territorios no estará en posición de fuerza, pero en tal caso, ¿se pretende que haga retroceder a los rusos? ¿Cuánto? ¿Creen de verdad en Bruselas que si su ayuda fuera suficiente para causar un descalabro a los rusos éstos no movilizarían más recursos ni contemplarían la opción nuclear? Lo mejor que puede pasar es que los ucranianos negocien con un frente más o menos estable, que es lo que existe ahora. La Unión Europea no conseguirá por sí sola cambiar las tornas de la guerra y, si lo hiciese, desataría una escalada de consecuencias imprevisibles. En ambos escenarios, la continuación de la lucha perjudicaría gravemente a Ucrania.
Otra cuestión que en Bruselas no se han planteado es que el presidente de los Estados Unidos ha decidido forzar la paz en Ucrania por razones que van mucho más allá de una promesa electoral, una oportunidad de negocio o una supuesta afinidad patológica con los «dictadores». Donald Trump sabe que Occidente no puede ganar en Ucrania sin arriesgarse a provocar una hecatombe nuclear y, partiendo de esta obviedad, prefiere hacer la paz ahora, cuando todavía aparenta capacidad para imponer un acuerdo, que dentro de seis meses, cuando la derrota sea tan evidente que poco pueda hacer salvo firmar lo que diga Putin. Sin embargo, evitar un bochorno inminente es solo una de las razones de Trump para buscar la paz y no la más importante. Su objetivo principal es reconstruir las relaciones con Rusia a todos los niveles y trabajar normalmente con ella en el futuro. Muy probablemente, tras el acuerdo de paz en Ucrania vendrán otros sobre el Ártico y Oriente Medio, e incluso cierta cooperación económica que ofrezca a Rusia una alternativa a China. Debemos tener presente que obstaculizando la paz en Ucrania no manifestamos una diferencia puntual con Estados Unidos, sino que nos convertimos en un estorbo para el desarrollo de toda su política exterior. Si insistimos en Ucrania, el alejamiento estadounidense del Viejo Continente no hará más que aumentar.
Europa está entrando en una espiral de rearme y enfrentamiento sin saber a dónde quiere ir ni a dónde llegará. En el amanecer de un mundo caracterizado por la competencia entre grandes potencias, renunciamos a recomponer las relaciones con Rusia y dañamos peligrosamente las que tenemos con Estados Unidos. Y lo hacemos, además, insistiendo en condiciones de paz imposibles, proponiendo treguas infantiles y, por supuesto, sin renunciar al Pacto Verde, la reconstrucción de la naturaleza o el alarmismo climático. Vamos a protagonizar el ridículo más caro de la historia.La nomenclatura europea nunca ha sabido de nada que no fuesen maniobras de partido y campañas de marketing electoral para consumo interno. Vive de dividir a la población generando luchas ideológicas sobre problemas inexistentes, de sortear escándalos de corrupción denunciando los del rival, de inventarse cada cuatro años un eslogan con el que engañar a sus votantes y de acumular poder frenéticamente. Cuando se trata de gobernar, de hacer política real o de afrontar una guerra, es el peor hatajo de incompetentes que pueda imaginarse. Su repentino ardor guerrero es el último intento de aterrorizarnos con un apocalipsis —ayer económico y sanitario, hoy militar— para avanzar sin resistencias hacia la Europa federal. Pero, sobreactuando como lo están haciendo, acabarán destruyendo cualquier posibilidad razonable de cooperación en nuestro continente.
Álvaro Silva es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad CEU San Pablo.