Hispanoamérica: ¿aprovechará Europa a este socio estratégico?
Con sus recursos naturales, su juventud demográfica y su diversidad cultural, tiene todo para convertirse en un socio estratégico de largo plazo para quienes sepan reconocer su potencial

Javier Milei, (presidente de Argentina); Luis Lacalle Pou, (presidente de Uruguay); Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea); Lula da Silva (presidente de Brasil); y Santiago Pena (presidente de Paraguay)
En un momento de grandes cambios en el mapa geopolítico global, Hispanoamérica aparece como una región llena de oportunidades. Con sus recursos naturales, su juventud demográfica y su diversidad cultural, tiene todo para convertirse en un socio estratégico de largo plazo para quienes sepan reconocer su potencial.
La pregunta es: ¿quién se animará a invertir en esa alianza? Se ha dicho que este cambio epocal apunta a tratar de reconstruir neo imperios geopolíticos: China, Rusia y Estados Unidos luchando por anexar Canadá y Groenlandia. Frente a estas dinámicas, Hispanoamérica sigue siendo un territorio de enorme potencial, pero de gran orfandad. ¿Entenderá Europa esta oportunidad? Analistas como Rafaelle Piras entre otros lo han comentado recientemente.
Considero que es un reto que debemos explicar e insistir: Durante años, la relación entre Europa e Hispanoamérica ha sido cordial pero limitada. A pesar de los fuertes lazos históricos y culturales que las unen —idioma, religión, modelos jurídicos, instituciones educativas— el comercio entre ambos bloques es sorprendentemente bajo. América Latina representa apenas entre el 6% y el 7% del comercio total de bienes de la Unión Europea, muy por detrás de China (17%) o Estados Unidos (15%). Esta realidad no refleja el potencial que existe. Más aún, la Unión Europea es el mayor inversor extranjero en la región, con más de 800 mil millones de euros en inversión directa. En 2022, el comercio bilateral entre ambas zonas alcanzó los 369 mil millones de euros, una cifra importante, pero que podría multiplicarse con una mayor integración.
Y es que no se trata solo de números. Europa atraviesa un problema estructural que Hispanoamérica puede ayudar a resolver: el envejecimiento de su población. La edad media en la UE es de 44,4 años, y más del 21% de sus habitantes tiene más de 65. La tasa de natalidad está muy por debajo del nivel necesario para mantener la población, con solo 1,53 hijos por mujer. Para sostener su economía y su sistema de pensiones, Europa necesita al menos 1,5 millones de migrantes por año, una cifra que puede parecer elevada, pero que refleja una necesidad concreta y urgente. Hispanoamérica, por el contrario, cuenta con una población joven, en crecimiento, y con alta formación académica. Esta complementariedad demográfica ofrece la base perfecta para una cooperación duradera.Además, la historia juega a favor de una alianza más profunda. Hispanoamérica ha mantenido siempre una relación cultural especial con Europa. El derecho, la arquitectura, la literatura, la educación y muchos valores sociales tienen raíces comunes. Esta cercanía puede ser una ventaja enorme en un mundo cada vez más polarizado, donde compartir principios democráticos, respeto a los derechos humanos y una visión humanista del desarrollo son claves para sostener relaciones estables.
En ese sentido, la Unión Europea ha empezado a dar pasos pero pequeños e incompletos. Frente a esta oportunidad, la competencia es real. China lleva dos décadas consolidando su presencia en la región, con inversiones en infraestructura, préstamos a gran escala y participación en sectores estratégicos como el litio, el cobre y la energía. En países como Argentina, Chile, Perú o Ecuador, el financiamiento chino ha sido clave para sostener obras públicas y planes de desarrollo. Aunque muchos de estos acuerdos han generado preocupación por su impacto ambiental, la falta de transparencia y el riesgo de endeudamiento, China se presenta como un socio pragmático, sin condicionar su apoyo a cuestiones ideológicas.
Estados Unidos, por su parte, enfrenta su propio dilema. La posible vuelta de Donald Trump a la presidencia podría reactivar una política exterior centrada en el control migratorio, el combate al narcotráfico y la contención de China, dejando poco espacio para una cooperación más amplia. Su estilo de diplomacia transaccional, basada en presiones y sanciones, puede alejar a países latinoamericanos que hoy buscan relaciones más equilibradas y diversificadas.
En este escenario, la Unión Europea tiene una carta única: puede ofrecer una alianza basada en el respeto, la sostenibilidad y el desarrollo compartido. A diferencia de otras potencias, Europa no busca imponer modelos ni explotar recursos a corto plazo, sino construir sociedades resilientes, con justicia social y con una mirada a largo plazo.
Hispanoamérica también tiene mucho que ganar. Su economía, si bien diversa, necesita inversión extranjera estable, acceso a nuevos mercados y colaboración tecnológica. La transición energética, la protección de la biodiversidad y el desarrollo de infraestructuras verdes son objetivos comunes que pueden unirse en un proyecto de integración regional con Europa. Además, con una población de más de 660 millones de personas, la región representa un mercado atractivo y en expansión para empresas europeas que hoy dependen en exceso de Asia.
Estamos, sin duda, ante un momento bisagra. La geopolítica mundial está cambiando, y la necesidad de construir alianzas basadas en valores y no solo en intereses es más urgente que nunca. Europa y Hispanoamérica tienen mucho que ofrecerse mutuamente. Lo que falta no es afinidad ni recursos. Lo que falta es decisión. Una decisión política que entienda que esta relación no es periférica, sino central para construir un futuro más justo, equilibrado y sostenible para ambos lados del Atlántico.