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Zoé Valdés
AnálisisZoé Valdés

JD Vance y su envidia de Europa

A Vance le falta mundo, se le nota demasiado, y esto ya empezó a ser un problema real dentro de su gestión. Se le nota en el trato y en el maltrato, puede caer tan alto como tan bajo

Actualizada 04:30

El vicepresidente estadounidense JD Vance (2.a izq.) y su mujer Usha (2.a der.) visitan la catedral de Notre Dame de París con sus hijos

El vicepresidente estadounidense JD Vance (2.a izq.) y su mujer Usha (2.a der.) visitan la catedral de Notre Dame de París con sus hijosAFP

Confieso que sentí envidia del discurso del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, cuando visitó Europa por primera vez tras asumir su cargo. Vance es un excelente orador, y todos coinciden en que a sus cuarenta años es un hombre muy preparado, forjado también en la guerra, proveniente de una familia humilde. Lo que no podía sospechar es que esa magnífica pieza de oratoria que nos brindó iría a convertirse en tan breve tiempo en un burdo acto de desprecio que me atrevería a calificar de solapada envidia. Sería injusto pensar que el vicepresidente de Estados Unidos desprecie a Europa, de modo que achaco su actitud arrogante a una especie de animosidad, de celos, frente a lo que probablemente cree que sea inalcanzable.

He conocido a varios políticos y a personas relacionadas con la política, que sin conocer a Europa destripan del continente confundiéndolo con la institución que es la Unión Europea. Pues no, Europa no es la Unión Europea, como Fidel Castro y el Partido Comunista no eran ni son Cuba. Eso quisiera la UE, que esa confusión se manifestara mediante la sustitución e implantación de un sistema por encima de una cultura. No sucederá nunca.

Pero a J.D. Vance se le ha metido en la cabeza destrozar a Europa con cada una de sus frases, en tono hiriente, resentido, palabras que no van más allá de lo dolido porque sí. No sé si a consecuencia de que cuando puso el pie en el peldaño de piedra del Palacio del Elíseo advirtió que no había nadie allí para recibirlo como merecía, lo que con toda evidencia fue un desaire galo, ahí le doy la razón. O si, por el contrario, la causa es que al querer borrar el desaire y desear colmarlo abriéndole solo a él, a su esposa e hijos, las puertas de la catedral de Notre Dame de París, lo que jamás se había hecho con ningún otro político, y ni siquiera con ningún artista, ni escritor, ni poeta, es más, creo que ni Victor Hugo que escribió la obra más hermosa sobre Notre Dame pudo gozar de semejante privilegio, es posible que el acto extremo de generosidad a la francesa haya avivado más los resquemores en el alma del antiguo chico de la América profunda; quizás interpretó que se trataba también de otra humillación hacia su persona.

El problema de la falta de cultura, de esa cultura que no te da ninguna universidad, ni siquiera Yale, quizás la Sorbona en otros tiempos la diera, todavía su prestigio se basa en el contenido y no en el tintinear de las monedas con las que se pagan los estudiantes sus estudios, es que sin esa cultura no se aprende jamás a diferenciar entre lo bueno y lo majestuoso, lo delicado de lo bruto. A Vance le falta mundo, se le nota demasiado, y esto ya empezó a ser un problema real dentro de su gestión. Se le nota en el trato y en el maltrato, puede caer tan alto como tan bajo.

Trump saludando a Vance

Trump saludando a VanceAFP

Pudiera ser que la equivocada sea yo, y que a la inversa Vance sea más cultivado de lo que yo pudiera imaginar, que se ha leído, por ejemplo, a Marcel Proust todo entero, En busca del tiempo perdido al menos, y que haya comprendido que, ni siquiera llega a los talones de la Duquesa de Guermantes, que el esnobismo tampoco lo referencia en su total humanidad. Lo que no sería grave si no fuera tan consciente.

Un hombre preparado no es precisamente un hombre cultivado, un político cultivado constituiría además en la actualidad una rareza, no será J.D. Vance quien venga a dar lecciones de gestualidad y amaneramientos presuntuosos y estirados a la Europa de aquellos grandes clásicos que fueron también hombres políticos: Goethe, Churchill, Azorín (apenas queriendo), Malraux, por poner solo tres ejemplos, y más preclaros y sencillos en su haber y en su estar.

Existe una especie de complejo malsano que he estudiado muy bien no sin cierto temor y pena ajena, incluso en mis compatriotas; la mayoría de los cubanos de ahora desinteresados en Europa y sin conocerla, sin haberla viajado (por visitado, visitar tampoco es viajar), la critican desde la lejanía con un encono que solo puede llamarse envidia, inquina de lo que ignoran además con un desapego por el conocimiento que inquietaría a cualquiera que entendiera que solo sabiendo el hombre puede superarse en espíritu e ideas. Ese mismo defecto lo atisbo ahora en el vicepresidente, es como una especie de rencor, inexplicable para sí mismo. No puede apreciar lo que no entiende; y él no entiende al viejo continente.

Los aspirantes a la modernidad más tecnócrata, esos que prefieren el Silicon Valley al Valle de los Caídos, pasan por la política con una especie de actitud suprema que al final borrará la obra que pudieran hacer, para imponer lo imberbe y poco táctico de sus actos. Nos han vendido a J.D. Vance como un ferviente católico, de tal modo él se muestra, he querido comprarlo hasta notar que después de haber visitado Notre Dame no ha salido como una persona sensible habría surgido de esa monumental catedral, maravillado y profundamente emocionado al haber visitado un lugar de fe, e histórico, más que un decorado de Disney. No es el único, es cierto, aquí en Europa también existen quienes poseen poca o ninguna sensibilidad para apreciar sus grandes tesoros emblemáticos.

París tiene a Notre Dame y a la Torre Eiffel, es incuestionable que esos símbolos se tocan y complementan en sus aristas. Madrid tiene la mayor Cruz de Occidente, la Cruz del Valle de los Caídos, debieran iluminarla cada noche como mismo se ilumina la torre, y debieran venerarla cada día cuando el sol la baña y de ella irradia una de esas bendiciones de las que Europa debiera estar orgullosa, como se hace con Notre Dame. No sé si J.D. Vance ha estado alguna vez frente a esa inmensidad que es la cruz del Valle de los Caídos, tal vez reflexione mejor sobre la verdadera Europa.

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