Trump, el amigo americano
Puede que el presidente de EE.UU., en el fondo, no sea tan enemigo de Europa como lo pintan los medios, sobre todo, si es capaz de fomentar la necesidad de una política de seguridad europea autónoma

El presidente estadounidense, Donald Trump.
Las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados europeos están resultando tempestuosas en esta segunda Administración Trump. Desde sus primeros días, Donald Trump ha hecho hincapié en importantes desacuerdos con la Unión Europea (UE), caracterizando al bloque como «hostil a los intereses estadounidenses». Su vicepresidente J.D. Vance argumentó en la Conferencia de Seguridad de Múnich, en febrero, que «los valores e intereses de Estados Unidos y Europa son divergentes».
La imposición de aranceles de amplio alcance ha abierto una desafiante relación transatlántica. Pero, con todo, Trump ha logrado despertar del sueño a nuestros líderes europeos. Les ha obligado a espabilar en cuanto a Defensa se refiere. Ya advirtió en su anterior mandato, mucho antes de los conflictos presentes, que Estados Unidos no podía ser el gendarme permanente de los europeos.
Si Trump logra que Europa comience a ganar autonomía en defensa y seguridad, es un verdadero amigo. Europa debería haberlo visto venir. La nueva Administración de Estados Unidos ha sido coherente al reconocer que considera a China su principal competidor en materia de seguridad. Tampoco es una cosa inesperada, ni para rasgarse las vestiduras, porque el creciente interés de Washington en el Indo-Pacífico, tal vez su escenario más inquietante, ha hecho que las sucesivas administraciones estadounidenses hayan querido restar prioridad al compromiso de Estados Unidos con Europa.
Era una necesidad previsible para Europa reforzar sus Fuerzas Armadas para garantizar la disuasión convencional contra Rusia y, de ese modo, liberar la capacidad estadounidense para girar hacia Asia. Pedro Sánchez y su engendro de Gobierno, si es que aún se puede denominar a «eso» un Gobierno legítimo (en un orden democrático y de derecho), va a la cola y se resiste a ser europeo con los europeos.Europa no ha dotado hasta ahora a sus ejércitos de recursos suficientes para que puedan desempeñar sus funciones en relación con los planes de la OTAN
Lo cierto es que la UE y sus líderes ahora sí han visto las orejas al lobo. Hasta la segunda Administración Trump, estas demandas estadounidenses habían sido funcionalmente ignoradas. Se iban siempre posponiendo, tal como Sánchez Castejón pretende seguir haciendo. Aunque es cierto que hubo una inversión simbólica en Defensa (en el conjunto de Europa) tras la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y, más tarde, un aumento de alrededor del 30 % en el gasto europeo en defensa entre 2021 y 2024, Europa no ha dotado hasta ahora a sus ejércitos de recursos suficientes para que puedan desempeñar sus funciones en relación con los planes de la OTAN.
La invasión a gran escala de Ucrania en 2022, aunque provocó una retórica dura en Europa, no empujó a los gobiernos a realizar las inversiones necesarias para regenerar sus Fuerzas Armadas y su industria militar. Incluso ese «punto de inflexión» (Zeitenwende) proclamado por el entonces canciller alemán, el socialista Olaf Scholz, se quedó en mera retórica y vacío, algo que le ha costado la caída a su Gobierno «progre».
Los líderes europeos se mostraron reacios a asumir el coste de este proceso y temían que un gran aumento del gasto europeo en Defensa acelerara la retirada de Estados Unidos del continente, haciendo que la carga para los europeos fuera permanente. El trasfondo consistía en que asumir seriamente nuestra propia defensa supondría un gasto que obliga a abandonar el gasto en las políticas ideológicas de las que se benefician y alimentan nuestros líderes, desde Ursula von der Leyen hasta Sánchez pasando por Emmanuel Macron.
El trasfondo consistía en que asumir seriamente nuestra propia defensa supondría abandonar el gasto en las políticas ideológicas
Con objetiva autocrítica hay que reconocer que los líderes de Europa tienen gran parte de culpa por no afrontar este problema antes de que Trump volviera a ocupar la presidencia.
La forma en que el republicano ha forzado el asunto ha provocado una respuesta particularmente visceral en las capitales europeas, pero, la Administración Trump podría ir más lejos y decir que si Europa no cumple, ellos podrían incumplir el Artículo 5 –el que declara que el ataque a un país de la OTAN es un ataque a todos–, al menos con los estados que no cumplan sus compromisos de gasto con la alianza militar.
Si se llega a un ultimátum así probablemente irrite a las capitales europeas, pero, por la cuenta que nos trae a todos habrían de cumplir sus compromisos. Después de todo, Estados Unidos simplemente habría exigido lo que estos estados habían prometido hacer.
Las orejas al lobo se han visto cuando la Administración Trump ha retirado el apoyo a Ucrania, en los términos en los que Joe Biden lo había empujado, para resituar las condiciones del tablero y propiciar una salida al conflicto con Rusia. Trump se arriesga a un rápido deterioro de la seguridad europea al dar a Moscú una vía para lograr una serie de ventajas, tras la injusta ocupación Ucrania y sus designios hostiles sobre esta nación.
Pero Trump iba en serio y ha mostrado que Europa no se puede abandonar a que Estados Unidos proteja sus intereses de seguridad y defensa sin condiciones ni contraprestaciones.
Si ahora Estados Unidos apoya y permite la regeneración de la base industrial de defensa europea se podría lograr un importante objetivo: ayudar a Europa a gestionar su propia defensa y seguridad, lo que le concede a Washington cumplir su objetivo prioritario de redistribuir sus fuerzas en el Indo-Pacífico.
Puede que Trump, en el fondo, no sea tan enemigo de Europa como lo pintan los medios, sobre todo, si es capaz de fomentar la necesidad de una política de seguridad europea autónoma. Mientras nuestros líderes y la opinión pública no alcancen esta prioridad: Europa seguirá siendo el eslabón débil del nuevo orden mundial.