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Javier Ballarín

Javier Ballarín

Javier Ballarín (1956-2021)

Letrado, profesor y abogado

Generoso y comprometido con los demás, Chavi aplicó a su vida el precepto evangélico: «Que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha»

Icono Javier Vallarín
Nació el 15 de marzo de 1956 en Sevilla
Falleció el 11 de diciembre de 2021 en Madrid

Javier Ballarín Ibarren

Gran jurista y gran persona.

En Madrid, la ciudad donde transcurrió la mayor parte de su vida, nos ha dejado, para ir al encuentro del Señor, Javier Ballarín Iribarren. Chavi, como le llamábamos sus muchos amigos, fue un brillante jurista, que con veintipocos años ganó la oposición al cuerpo de Letrados de las Cortes. En aquel tiempo, mientras cantábamos los más de quinientos temas a nuestros maestros, Luis Cazorla y Emilio Recoder, fraguamos una indeleble amistad que sólo su muerte ha interrumpido. 

Recuerdo la conversación telefónica que mantuvimos la noche en que Tejero irrumpió en el Congreso de los Diputados. Se estaba celebrando en aquellos días el segundo ejercicio de nuestra oposición y además de la común preocupación por las funestas consecuencias que el golpe habría tenido para España, caso de haber triunfado, a los dos nos preocupaba nuestro destino profesional. En circunstancias tas difíciles como la que vivimos aquella noche, Chavi tuvo la virtud de utilizar su fino sentido del humor para desdramatizar una situación tan angustiosa. «Cuando pienso en lo bien que llevaba los cuatro temas relativos al liberalismo… Para lo que van a servir como triunfen éstos».

Cuando el Rey salió en televisión y respiramos tranquilos, Chavi y yo coincidimos en que jamás habríamos servido en unas Cortes no democráticas. Cuando muchos años después recordábamos aquellos momentos y yo rememoraba aquel compromiso nuestro, Chavi tiraba de ironía cuando replicaba: «Aquello no tenía mucho mérito, Íñigo, porque no creo que Tejero y sus amigos requirieran los servicios de gente como nosotros». 

La vida de Chavi Ballarín es un ejemplo del hermoso ideal de una vida plena que exigía Javier Gomá: «Compórtate de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta.» Destinado desde muy pronto en el Senado, Chavi compartió sus conocimientos y la experiencia que fue adquiriendo con sus alumnos de las Universidades Carlos III y Autónoma. Asimismo ejerció con notable éxito la abogacía, primero en el despacho de José Luis Ruiz-Navarro, donde coincidimos un lustro, y luego en el despacho que llevó su nombre y que fundó junto con su padre cuando Alberto Ballarín se jubiló como notario. Siempre admiré en mi amigo su capacidad de escuchar, una condición inexcusable para todo buen abogado. Creía firmemente en la responsabilidad que adquirías cuando el cliente te encargaba un asunto: «Al igual que el paciente encomienda su curación al médico, el cliente confía en su abogado para encontrar una solución a su problema». «Y para lograrlo, –afirmaba–, es preciso escuchar mucho para entender bien el caso y calibrar sus posibles salidas». 

En esas tres ocupaciones profesionales como letrado, profesor y abogado, Chavi dejó amplia constancia de su inteligencia, su ponderación, una inagotable capacidad de trabajo y, por encima de todo, un sobresaliente comportamiento ético. Por ello, nadie como él para ser designado como director de la Oficina de conflictos de Intereses de las Cortes, el órgano encargado de velar por el cumplimiento del Código de Conducta que senadores y diputados están obligados a cumplir y que Chavi aceptó por responsabilidad, conociendo ya el diagnóstico de su enfermedad. Porque Chavi sabía muy bien que la vida era también otras cosas. Ante todo, disfrutar de la familia que había formado con Vittoria y sus hijos Aberto e Isabella, de los que estaba tan orgulloso.

Como recordó su gran amigo Chema Robles en las emotivas palabras que pronunció en su entierro. Como el hombre culto que era, le encantaba leer y también viajar lo que le llevó a desarrollar una gran afición por la fotografía, que luego compartía a través de Instagram. Como el hombre afable y cordial que fue, le encantaban las conversaciones y los debates, pero no recuerdo ninguna ocasión en que su bonhomía no disipara cualquier posible rencilla.

Generoso y comprometido con los demás, Chavi aplicó a su vida el precepto evangélico: «Que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha.» Su profunda religiosidad, a la que había llegado tanto a través del don de la Fe como de la búsqueda de Dios a través de la razón, es el único consuelo que nos queda a sus desolados familiares y amigos, a todos los que le conocimos y disfrutamos de su alegría, su talento y su bondad. 

A Dios, Chavi.

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