Régine Zylberberg (1929-2022)
Paris by night
Pasó de la infancia más difícil al triunfo planetario gracias a un afán de superación excepcional
Régine Zylberberg
Empresaria de la noche desde 1956, su discoteca parisina alcanzó fama planetaria.
Impuso su labia, su melena pelirroja y su temperamento fogoso en el mundo del espectáculo francés haciendo una fortuna en los clubes nocturnos. «Régine Zylberberg fue a la vez dueña de un cabaret y madre consoladora, dispuesta a recibir las confidencias de las almas perdidas en medio de las noches de insomnio... Conoció a María Callas, Maurice Chevalier, Charles Aznavour, se rio con Françoise Sagan, congenió con Serge Gainsbourg, cantó a Barbara e hizo las veces de animadora antes de subir ella misma al escenario», escribe Marc Fourny en Le Point. Esa fórmula, algo contradictoria, acuñada con un ilimitado afán de protagonismo y una discreción para cubrir las miserias de sus clientes más ilustres, fue la clave de un éxito que trascendió las fronteras de Francia.
Y también la manera de sacudirse las privaciones de una infancia y primera juventud especialmente duras: hija de un matrimonio de judíos polacos que empezaron su periplo migratorio en Bélgica para después afincarse en Francia a raíz de que su padre perdiera su panadería de las afueras de Bruselas jugando al póker, una vez en París a su madre le faltó tiempo para echar tierra de por medio y emigrar a Latinoamérica.
Nada de extraño que a la pequeña Régine y a su hermano les colocasen en diversos internados en la segunda mitad de los años treinta. Por si no fuera suficiente, el estallido de la Segunda Guerra Mundial añadió el oprobio de unas persecuciones antisemitas que subsanó con un bautizo católico y un exilio interior en Aix-en-Provence. En la ciudad meridional, donde su padre actuaba en el casino, arrancó la pasión de Régine por la música y la vida nocturna. De ahí pasó a Lyon, donde se enamora, a la edad de quince años, de un chico de confesión judía que terminó siendo arrestado y deportado.
«Tras la guerra», prosigue Fourny, «la joven se incorpora al bar parisino de su padre: se levanta a las 5 de la mañana y sirve cafés mientras sueña con ser famosa. Sólo tiene una obsesión: hacer de su vida un destino, llegar a ser alguien... y divertirse a tope».
Un estilo de vida que la lleva a casarse para divorciarse al cabo de tres años, no sin antes haber tenido un hijo, el periodista Lionel Rotcage. Régine compatibiliza sin problema su responsabilidad familiar con la vida nocturna, que convertirá, ya de modo irreversible, en su vocación, primero como empleada de una discoteca; en 1956 inició su leyenda fundando Chez Régine; en Saint-Germain-des-Prés, cómo no. El local hizo y sigue haciendo historia pese a haberlo vendido en 2003, sirviendo de modelo para una veintena de discotecas a lo largo y ancho del planeta.
Pero la empresaria no se paró en barras y extendió su frenética actividad al cine y a la canción. Con menos éxito, bien es cierto, pero alimentando una leyenda que duró hasta 2016, años de su última actuación pública. El Tout-Paris se ha quedado huérfano.