Michel Del Castillo (1933-2024)
Le dolía España, pero la quería
Protagonista involuntario de una larga tragedia familiar, encontró su vía de escape en una literatura a flor de piel
Michel Janicot Del Castillo
Escritor
Escritor autodidacta, deja una obra de más de cuarenta libros, muchos de ellos galardonados: en 1981, sin ir más lejos, obtuvo el prestigioso premio Renaudot.
Michel Del Castillo tuvo que esperar a 2005 para poder empezar a templar sus ánimos en relación con España, el país que le vio nacer y del que era su madre: con la publicación del «Dictionnaire amoureux de l’Espagne» -una colección de la conocida editorial Plon en la que autores consagrados escriben un diccionario literario sobre un tema de su predilección-, pudo, por fin, expresarse sin visceralidad. Fue un éxito de ventas y, sobre todo, la primera etapa de una terapia que culminó, tres años más tarde, en 2008, con «Le temps de Franco», ensayo en el que, sin ser, ni mucho menos, una hagiografía de quién rigiera los destinos de España entre 1936 y 1975, sí que adopta un cierto equilibrio en su evaluación de aquella época, desmarcándose del sesgo habitual de la intelectualidad progresista occidental.
Una perceptible evolución que, en todo caso, no debió de ser fácil: nacido en 1933 en Madrid, donde su padre, Michel Janicot, trabajaba en una sucursal del Crédit Lyonnais. Se quedó allí solo con su madre, Cándida Del Castillo, cuando la situación política española empezó a deteriorarse, camino del precipicio de la joven República. Tras trasladarse a Clermont-Ferrand, donde trabajó como ejecutivo de ventas para Michelin, Janicot regresó inesperadamente a recoger a su familia y se encontró con que su mujer había retomado su relación con un antiguo amante. Se volvió solo.
Poco después, al estallar la Guerra Civil, Cándida Del Castillo, de nítidas ideas republicanas, fue encarcelada, pudiendo huir con mucha suerte, acompañada de su hijo en 1939. Mas la vida en Francia fue todo menos fácil tanto para la madre como para el hijo. Considerada como indeseable por el régimen de Vichy, terminó entregando a su hijo a cambio de su libertad. Era 1942 y el niño Michel fue enviado a Alemania antes de ser repatriado a España, ingresando en una casa de disciplina de Barcelona y arrastrando el estigma de «hijo de roja». En 1949, con 16 años, decidió ser el protagonista de su propia evasión: logró llegar a Madrid y acabó en Úbeda, donde un sacerdote le inculcó la pasión por la literatura.
Pero la desarrolló en Francia, donde terminó siendo recogido por un hermano de su padre. A este último solo le vio una vez. A su madre, nunca. Ese desgarro es la premisa ineludible de una carrera literaria en la que, con Dostoyevsky como referente -«Mi hermano el Idiota», se titula uno de sus libros- la totalidad de los sentimientos humanos aflora en cada página de su treintena de novelas, quincena de ensayos y una cuantas obras teatrales. En cambio, este homosexual confeso nunca consideró esa condición como elemento decisivo de su producción bibliográfica.