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Paco camino

Paco CaminoGTRE

Paco Camino (1941-2024)

Uno de los grandes

Unía una cabeza excepcional para dominar al toro con una personal estética sevillana, algo muy difícil de reunir. Por eso fue un ídolo, sobre todo, en Madrid, Bilbao y México

Paco camino

Francisco Camino Sánchez

Nació en Camas, Sevilla, el 14 de diciembre de 1940 y murió en Navalmoral de la Mata el 29 de julio de 2024

Tomó la alternativa en Valencia, en 1960, de manos de Jaime Ostos. Quizá alcanzó su cumbre en Madrid, el 4 de julio de 1970, en la corrida de la Beneficencia, en la que mató siete toros (incluido el sobrero) con absoluta facilidad.

He tenido la fortuna de disfrutar con el arte de algunos de los mejores toreros de la historia: Domingo Ortega, Pepe Luis y Manolo Vázquez, Antonio Bienvenida… En ese extraordinario nivel, como primerísima figura, estaba también Paco Camino, que acaba de morir en un Hospital de Navalmoral de la Mata. (Desde 1987 vivía feliz, con su mujer, retirado en su finca de la Sierra de Gredos).

Un dato que atestigua su categoría: con pocos años de alternativa, competía y se lo ponía difícil –yo lo he visto– nada menos que a Luis Miguel y a Antonio Ordóñez.

Paco Camino fue uno de esos niños prodigio que llegan luego a ser grandes maestros. Lo mismo que Joselito el Gallo, Marcial Lalanda, Luis Miguel, Ponce, El Juli… Gonzalo Carvajal le llamó «El niño sabio de Camas»; Carlos Abella, su biógrafo, «El Mozart del toreo».

Desde muy joven, mostró unas cualidades extraordinarias para el toreo; sobre todo, la cabeza, para entender rápidamente las cualidades del toro y la capacidad para darle la lidia adecuada. Lo aclaro con dos anécdotas.

Cuentan que, de jovencillo, vivía en el campo, entrenando. Una vez, le pidió a su apoderado que le dejara ir al cine del pueblo (acompañado, se entiende). El muy exigente don Pablo Martínez Elizondo le contestó que sí, con una condición: que cortara las orejas al novillo en el próximo festejo. Paco contestó: «Sin problemas». Y lo cumplió, claro está.

Recuerdo yo una tarde, en Francia, en que estuvimos jugando al ping-pong él y yo, en su hotel, hasta muy poco antes del comienzo de la corrida. De vez en cuando, aparecía el mozo de espadas, para reclamarle que lo dejara y descansara un poco, antes de vestirse de torero. Paco no le hizo ni caso: para torear bien, no necesitaba descansar (ni, mucho menos, como ahora hacen algunos, hacer meditación trascendental).

En el Viaje del Parnaso, Cervantes se burla de los poetas chirles que sudan, para escribir un mal poema. También hay toreros que sufren delante del toro, como si eso les diera patente de artista. Paco Camino no era de esos sino todo lo contrario. A mí me lo dijo, una vez:

«Nunca he tenido problemas para torear. Sabía que a las cinco de la tarde tenía que hacer el paseíllo y ya está. Jamás he ido a la plaza forzado. Pasaba miedos, como todos, por supuesto, pero también disfrutaba: el que no disfrute toreando, que no sea torero. Hay que pasarlo bien y disfrutar con la profesión que uno tenga».

Así de sencillo era torear para Paco Camino. Su estilo se basaba, evidentemente, en el poderío, pero con una importante peculiaridad: los toreros de esa línea no suelen tener una gran estética. Paco, en cambio, a su faceta dominadora añadía una gracia sevillana natural, sin artificios.

Salvo las banderillas, que no practicaba, dominaba todas las suertes del toreo: brillaba en las verónicas, cargando la suerte. Aportó un sello personal a las chicuelinas, de frente, mandando en el toro, con las manos muy bajas. Me lo explicaba así: «Me puse totalmente de frente: ya no era un simple quiebro sino un lance, en el que lo traía toreado más de un metro».

A los toros mansos, le gustaba dejarlos algo «crudos», que los picaran poco: él los dominaba con sus naturales, llevándolos lejos, muy sometidos.

Además, ha sido uno de los más grandes estoqueadores de la posguerra. Se ha hecho famosa la fotografía de un volapié suyo, sencillamente perfecto: los pies, en el suelo, sin saltos ni carreras; la mano derecha, hundiendo la espada en todo lo alto; la izquierda, llevando embebido al toro en la muleta. Una verdadera lección.

Si dominaba tantas suertes, ¿qué le faltaba para ser el torero perfecto? Creo que solamente algo de carácter (igual que le pasó a Pepe Luis Vázquez). Antonio Díaz-Cañabate, gran partidario suyo, inventó la expresión «la mandanga», para sus tardes poco felices. A Paco no le hacía ninguna gracia, por supuesto, pero no se puede negar que, a veces, caía en una cierta abulia, quizá por exceso de facilidad.

Debo dar algún dato, muy pocos. Tomó la alternativa en Valencia, en 1960, de manos de Jaime Ostos. Quizá alcanzó su cumbre en Madrid, el 4 de julio de 1970, en la corrida de la Beneficencia, en la que mató siete toros (incluido el sobrero) con absoluta facilidad: «sin despeinarse», decían los aficionados. Muchos la recordaban como la más importante que habían visto en toda su vida.

En los años sesenta, alternaron muchas veces Diego Puerta, Paco Camino y El Viti: un cartel excepcional. Diego Puerta era su rival y gran amigo. Me contaba Paco que, algunas tardes, Diego y él hacían apuestas:

«El público no se enteraba pero él y yo nos jugábamos algo de dinero a quién cortaba más trofeos, quién hacía mejor un quite, quien salía a hombros… Y no todas las tardes ganaba yo».

Si se pudiera reunir la sapiencia de Camino con el valor de Puerta, estaríamos muy cerca del torero perfecto.

Tiene Paco Camino el récord de haber salido a hombros diez años consecutivos por la Puerta Grande de Las Ventas, entre 1967 y 1976.

Fue un ídolo, sobre todo, en Madrid, en Bilbao y en México. En cambio, nunca entró del todo en la caprichosa afición sevillana, rendida a Curro Romero, su paisano.

De todos los toreros que yo he visto, Camino y Manzanares padre han sido los mejor dotados, por naturaleza. Quiere eso decir que, en mi opinión, los dos alcanzaron grandes cotas pero, con otro carácter, hubieran podido llegar todavía más alto. Paco siempre me lo negaba:

«En el toreo, igual que en la vida, en general, uno llega donde puede, no más. Yo nunca he buscado ser el número uno, como quería nuestro común amigo Luis Miguel».

Así era su carácter… En los últimos años, se indignaba mucho con los políticos que quieren prohibir las corridas de toros y no tenía pelos en la lengua:

«A nadie le ponen una pistola en el pecho para que vaya a los toros… Me indigna que quieren eliminar todo lo que huele a España: el patriotismo, la lengua española, la Fiesta brava. ¡Qué desastre! El pueblo debería reaccionar ante tanta barbaridad».

Así seguimos… Con toda sencillez, me resumía mi amigo Paco Camino su biografía:

«Sólo he pensado en el toro, toda mi vida. Quisiera que me recordaran, simplemente, como un buen torero».

Me permito corregirle: un extraordinario torero, uno de los más grandes. Así era Paco Camino.

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