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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Un madrileño con madrileñofobia

La inquina dialéctica de Sánchez contra la ciudad donde siempre ha vivido no es más que otro pago en el mostrador del separatismo

Actualizada 19:55

Tras la original decisión de Cataluña de pegarse un tiro en el pie con su cansino jaleo victimista y excluyente, Madrid se ha convertido en la primera locomotora de España. La fórmula de su éxito no es secreta: aperturismo, recetas económicas liberales, estabilidad política y una fiscalidad amigable. En Madrid nadie te da la murga con hechos identitarios y purezas de sangre gata; se consideraría un desatino, o una horterada. Los madrileños, llegados de todas partes, trabajan mucho y rápido. También saben divertirse, con una rutilante vida noctámbula, y en general se trata de gente desprejuiciada, abierta. Madrid además es doblemente solidaria con el resto de España: por las oportunidades que ofrece a todos y por su extraordinaria aportación a las arcas del Estado.

Nuestro eventual presidente del Gobierno es madrileño. Nació en la capital de España y en ella ha discurrido toda su biografía. Se crio en una buena calle de Madrid, Comandante Zorita, en una cómoda familia de clase media, que con su esfuerzo había aprovechado el ascensor social del franquismo. Pedro estudió la EGB en fino colegio de pago de Madrid (hecho que se cuida de omitir en sus biografías). Cursó Empresariales en el Real Centro Universitario María Cristina, institución de los padres agustinos asociada a la Complutense. Jugó al baloncesto en el madrileñísimo Estudiantes y de adolescente callejeaba por el Azca del break-dance. Su boda también tuvo lugar en Madrid, con ágape de copete en los jardines del Hipódromo de la Zarzuela. Su carrera política la inició como concejal en Madrid. En la tómbola de una universidad privada de Madrid resultó agraciado con su tesis doctoral cum laude. En Madrid compró su vivienda familiar y tiene a sus amigos.

Entonces, ¿a qué viene su saña dialéctica contra Madrid? Pues es bien sencillo: ha elegido a Ayuso y a su Gobierno como un pimpampum oportunista tras el que intentar distraer de sus flaquezas.

Todo empezó durante la pandemia, cuando impulsó una campaña político-mediática para presentar a Madrid como el averno del covid-19, mientras pasaba de puntillas, por ejemplo, sobre la pésima gestión de la Generalitat separatista. Después, más madera. Madrid es homófobo (algo curioso, cuando se ha convertido en meca de los gais de toda Europa). Madrid es un paraíso fiscal (algo curioso, cuando existen dos comunidades, País Vasco y Navarra, que disfrutan de una auténtica bicoca fiscal y otra, Cataluña, siempre alzaprimada y a cuyo dictado se han dibujado todas las financiaciones autonómicas). En Madrid se han cargado la sanidad pública (algo curioso, pues hoy ostenta la mayor esperanza de vida de España). Madrid es insegura y violenta (algo curioso, cuando todos los estudios la sitúan entre las metrópolis más seguras).

La nueva campaña va de que hay que trasladar a otras regiones algunos organismos estatales ubicados en Madrid. No es un debate nuevo y podría abordarse, pero en serio (personalmente soy partidario de meter Estado a saco en Cataluña y el País Vasco, incluidas algunas instituciones). Sin embargo, Sánchez no lo plantea de manera articulada y reflexiva. Flagelar a Madrid es tan solo parte de su tributo en el altar de los separatistas antiespañoles que le permiten pernoctar en La Moncloa. Apena ver al presidente del Gobierno de España, el madrileño Sánchez, cargando contra la capital de España. No le lloverán los aplausos cuando un día, tras dejar la presidencia (todo se acaba), pretenda tomarse un cortado o una cañita en algún bar de ese Madrid que hoy vitupera.

(PD: Un madrileño a lomos de una absurda madrileñofobia. Se entiende el «nos odia» que se le escapó –o no–  a Ayuso en la recepción en el Palacio Real a solo unos metros de Sánchez, destapado por Ana Martín aquí en El Debate).

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