La España ficticia
Tal y como andamos de deuda, antes que crear terminales de gasto público, haría mejor en ir cerrando los ineficientes
Hace casi tres décadas, en 1992, Pascual Maragall propuso trasladar el Senado a Barcelona. A Zapatero le gustó la idea y la hizo suya veinte años después. Hoy, la sede de la cámara alta sigue en la plaza de la Marina Española de Madrid y no parece que en la mente de Pedro Sánchez anide la posibilidad de enviar a sus señorías en AVE de ida y vuelta a trabajar a la ciudad condal. Después de la experiencia de la mudanza a Barcelona de la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones, que costó al Gobierno protestas, bajas y sobresueldos para los trabajadores, para echar el cierre poco tiempo después, es para pensarlo dos veces antes de ponerse a hacer las maletas.
Si nos atenemos a la literalidad de las declaraciones del inquilino de la Moncloa, no parece que tenga previsto mover a otras ciudades ni su vivienda oficial ni la sede de las altas instituciones del Estado, sino sólo instalar en las capitales de provincia los organismos de nueva creación. Tal y como andamos de deuda, antes que crear terminales de gasto público, haría mejor en ir cerrando los ineficientes, pero, si hay que hacerlo, ¿por qué no? ¿Por qué no fundar en Soria, Ávila, Ciudad Real, Almería o Badajoz? ¿O es que sólo está pensando en Cataluña? ¿Y por qué no en Vitoria? Quizá, me temo, porque no sería del agrado del PNV, que anda como loco intentando que salga del País Vasco la Guardia Civil.
Pongamos que las intenciones de Pedro Sánchez son nobles y que lo que quiere es crear empleo en zonas deprimidas y vertebrar el país. Si ese es el caso, la primera dificultad con la que se va a encontrar –bien se lo pueden explicar los empresarios– será la de captar el talento adecuado. La España de las provincias ha entrado en una espiral de descapitalización de recursos humanos, por falta de oportunidades, pavorosa. Han entrado en un círculo vicioso difícil de revertir. Ahora bien, también podemos colocarnos en el extremo opuesto: pongamos que lo único que pretende Pedro Sánchez es provocar a su alter ego político. A la presidenta de la Comunidad de Madrid le faltó tiempo para responder y, ante la opinión pública, se visualizaron con nitidez, una vez más, los dos polos: Ayuso y Sánchez… O Sánchez y Ayuso, tanto monta, monta tanto. El damnificado: Pablo Casado.
Durante veinticuatro horas, el debate público fue el de la capitalidad y la vertebración, como si se resolviera poniendo o quitando allí o acá una sede y como si no tuviéramos asuntos más serios y perentorios de los que ocuparnos. La Unión Europea acaba de echar un buen rapapolvo al Gobierno, exigiendo que baje los impuestos que gravan la tarifa eléctrica y dejando en agua de borrajas la absurda propuesta para comprar gas de forma comunitaria que algunos medios de comunicación daban por hecha antes incluso de que se tomara en consideración. El paro en España es el más alto de la OCDE y no hay respuesta para los que no ven futuro ni en el modelo educativo ni en los presupuestos. Las cuentas públicas se parecen más que nunca a un cuento de hadas. ¿Y el debate es dónde tenemos que abrir una oficina cuando ya no las mantiene ni el Banco de España? Esto ya no es cosa del Gobierno, esto es para que nos lo hagamos mirar como sociedad.