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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La no niña

Cuando la ignorancia y la incultura se manifiestan unidas, surge la grosería, esa caudalosa fuente de argumentación del ecologismo «sandía», verde por fuera y rojo por dentro

Actualizada 01:44

La mujer es superior al hombre desde la juventud. Un varón, con 18 años es un niño, y una mujer a la misma edad, de niña no tiene nada. Ya es una mujer. La capacidad de sorprender al hombre por parte de la mujer es infinita. La del hombre es falsa. El hombre sorprende a la mujer cuando ella adopta el papel de ingenua sorprendida. En un brevísimo cuento lo narra el genial Edgar Neville, que se creyó que había sorprendido en los espacios del amor a Conchita Montes y resultó completamente al revés. Describe Neville un despertar en el Paraíso Terrenal. No habían nacido todavía Caín ni Abel, uno de los cuales –para mí, que Caín–, tuvo que cometer actos impuros con su madre para asegurar el mantenimiento de la especie. Un incesto como el de la versión española de Mogambo. Adán se peina y Eva se baña en un prodigioso lago de aguas azules y cristalinas, que hoy estaría frecuentado por los propietarios e hijos de los chalés de una urbanización. Adán sigue peinándose y Eva retorna recién bañada. Al verla, hermosamente desnuda, Adán no puede reprimir la picardía, que hoy se interpretaría como una acción delictiva por Irene Montero. Y no le grita ¡tía buena! Se limita a emitir un silbido de admiración. «Pfiuu pfiuu» o algo parecido en su onomatopeya. Y Eva, sin devolver la mirada a Adán, reacciona con la pregunta más femenina, inteligente y desconcertante que se le pasa por la cabeza: «¿Es a mí?».

Greta Thunberg nada tiene de niña. Ya ha cumplido los 18 años. Sucede que es bajita. Una nórdica tapón, que allí también hay de todo. Sus padres se han hecho millonarios explotando su mal carácter, y nadie sabe quién fue el genio que le asesoró para convertir su innecesariedad en un referente mundial. Un asesor de imagen como el de Greta sería capaz de llevar a Alberto Garzón a la presidencia del Gobierno de España. Por fortuna, no han sido presentados. Pero todos cumplimos años, y la niña de antes, la de las navegaciones en catamarán para no ensuciar los mares, es ya una mujer hecha y derecha. Ha faltado muchos días al colegio y se nota. Cuando la ignorancia y la incultura se manifiestan unidas, surge la grosería, esa caudalosa fuente de argumentación del ecologismo «sandía», verde por fuera y rojo por dentro. Y como ya es mujer, se deja llevar por su experiencia y no se somete a los consejos. En Glasgow, en la Cumbre del Clima, se ha manifestado como lo que es con una declaración sorprendente, dirigida a todos los dirigentes del mundo que tan dulce y cariñosamente le han tratado. «¡Podéis meteros la crisis climática por el culo!». A proclamar semejante grosería no se atreve una niña. Pero el ecologismo «sandía» ha resignado su cabeza ante la armadura científica de su imprecación. Y su autoridad se ha impuesto. Nadie se atreve a contradecir sus palabras. Con esa mirada atravesada y diagonal, tiene amedrentado al personal climático, ozónico y oceánico, selvático y carnívoro. Desde Biden a Guterres pasando por todos los demás, a excepción de húngaros y polacos. La no niña, trata al resto de la humanidad como si fuéramos logomorfos. Lo define muy bien Wodehouse –siempre Wodehouse–, cuando describe el crecimiento del temor adulatorio de un ayudante de producción ante un poderoso productor de Hollywood. «Finalmente, debe mostrarse tan obsequioso que nada tiene de extraño que, con el tiempo, llegue a asemejarse a una de las variedades más asustadizas y respetuosas de la familia del conejo».

Y esta no niña maligna y tapón, lo ha conseguido. Ella manda y los dirigentes del mundo, excepto los húngaros y polacos, se transforman ante su descomunal soberbia y estupidez, en simpáticos y temerosos conejos.

Con otra como ella, todos en las madrigueras.

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