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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Otra vez el apocalipsis, Mari Loli?

El mismo presidente que escondía muertos cuando caían por miles permite ahora, que no los hay, que convivamos con el miedo a una muerte inminente

Actualizada 04:33

A lo mejor tengo que arrepentirme de este artículo en dos semanas, pero entonces nos habremos extinguido y la rectificación no será necesaria. Mientras, digámoslo claro: estamos gobernados, en general, por una pandilla de inconscientes que rivalizan, entre sí, por ver si la incompetencia de unos supera a la indecencia de los otros o hacen tablas todos ellos en ambas disciplinas, el resultado más probable.

Ursula von der Leyen, a la que llamaremos Mari Loli en adelante en traducción libre del nombre de la presidenta de la Comisión Europea, dijo ayer que debíamos «prepararnos para lo peor» con la variante vírica ómicron, segundos después de confesar que no tenía ni alemana idea de cuál es la gravedad de la dichosa cepa sudafricana.

Aunque al menos el español ya sale de casa preparado para lo peor, la europea dirigente no se privó de lanzar la tétrica profecía desde la ignorancia más absoluta, en el mejor de los casos, u ocultando información ya conocida por la intendencia mundial al respecto del fin de la humanidad, que nos pillaría así sin tiempo para devolver la película a un videoclub que ya no existe y despedirnos del amigo que ya no nos quiere.

Los datos y los hechos, esa valiosa mercancía que cotiza a la baja en el mercado del espectáculo mediático y político que nos estabula, dicen cosas bien distintas: en España, a falta de actualizarse las cifras del lunes, hay 8.500 personas en la UCI, de las cuales solo 547 lo están por coronavirus.

Eso significa que la probabilidad de acabar en la antesala del mortuorio es ahora mismo del 0,0011 %, no muy distinta a la de que te muerda un tiburón blanco estando empadronado en Meco, el municipio español más alejado del mar.

En cuanto a la mortalidad, con cifras del viernes, nos han dejado otras 24 personas, un balance tan conmovedor en un país asolado por la muerte como irrelevante a efectos estadísticos para los vacunados, que son ya el 90 % de la España mayor de doce años: de todos ellos, y de los anteriores en las últimas ocho semanas, ninguno estaba en la franja inmunizada de 12 a 79 años. Y solo un 0,1 % de los fallecidos en ese periodo estaba vacunado: se trataba de personas, o de persona viendo la irrelevancia estadística, de más de 80 años, probablemente con patologías previas.

Mezclando ambas cifras y añadiendo una final, que indica que la tasa de incidencia se ha disparado básicamente en el segmento de menos de doce años inmune por naturaleza y todo lo más en el de no vacunados (distingamos ahí a los alérgicos de los bobos negacionistas), no hace falta ser Newton ni Einstein ni resolver la conjetura de Collatz para alcanzar una conclusión matemática irrebatible.

Ahora mismo, la posibilidad de morir por covid si estás vacunado es más remota que la de que Pedro Sánchez diga una verdad, Alberto Garzón haga algo sensato o Irene Montero promulgue una ley que no produzca vergüenza ajena: lo cierto es que el mismo presidente que escondía muertos cuando caían por miles permite ahora, que no los hay, que convivamos con el miedo a una muerte inminente.

Con la estadística en la mano y todas las prevenciones que Goncourt exigía para la primera de las ciencias inexactas, solo hay dos explicaciones para el apocalipsis anunciado por Mari Loli y no desmentido por ninguno de sus mariachis que, a izquierda o derecha, lo mismo tocan rancheras en el Elíseo que en Moncloa.

O saben algo que no nos cuentan o han descubierto las bondades del miedo como herramienta de control social. Pero para quienes hemos combatido humildemente a los peligrosos negacionistas oficiales, comandados desde enero de 2020 por Fernando Simón a las órdenes de Sánchez e Illa; y a los negacionistas folclóricos (esos que ven a Bill Gates y a George Soros inoculando microchips comunistas en un vial de Pfizer); es desasosegante comprobar de momento que los mayores antivacunas están siendo ahora los que se hacían fotos con sus primeros cargamentos.

O ya no valen los antídotos, en cuyo caso Loli y Pedrito tienen algo que decirnos, o quieren asustarnos para que no pensemos en la inflación, el precio de la luz, la ruina venidera y las otras cuatro plagas que su inepcia ha potenciado. En ambos casos, están trabajando muy duro para que nadie crea en nada y todo el mundo entre en pánico por todo.

Y si luego acaba llegando el tiburón blanco a Meco, me hago cargo de que me toca ser el primer cebo.

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