Tenemos unas élites deplorables
Las élites en España son deplorables. Digámoslo así, con toda crudeza y para empezar. A diferencia de Francia o el Reino Unido, las élites españolas –intelectuales, empresarios, banqueros, editores, catedráticos o multimillonarios– carecen del más mínimo sentido del compromiso con el interés general y con su propio país. Aquí, quienes se han portado bien han sido los ciudadanos anónimos de a pie, los de la calle, la gente 'normal': la que madruga para trabajar, la que trasnocha para que otros vivan seguros…, los que hacen guardias, los sanitarios, los panaderos, los taxistas, los autónomos, las religiosas silenciosas que cuidan a los ancianos, los pequeños empresarios, los hosteleros que mantienen abierto, los profesores que querían dar clase, los peluqueros, los empleados de los supermercados… aquí quien se portó bien ha sido el pueblo, la gente sencilla, por eso el país funciona y por eso no arden las calles. Que nadie se equivoque, lo mejor que tiene España es su paisanaje, mientras que las élites son deplorables. Es increíble escuchar y ver determinados canales de radio y televisión azuzar permanentemente el odio de unos ciudadanos contra otros o atacar un día sí y otro también a la propia España y a su unidad. Mientras, sus empresarios, no sabemos si por molicie o estulticia, se sienten seguros en sus cuentas corrientes y en sus sofás. Irán a por ellos, seguro. Entonces, será el crujir y rechinar de dientes. Padecemos la peor clase política en muchos años. La calidad y formación de los dirigentes de los partidos ha empeorado notablemente. Pero tampoco están para echar cohetes algunos personajes de la esfera privada, cuya actividad afecta, y mucho, al conjunto de los ciudadanos. Dos ideas, sin embargo, nos sirven para entender lo que está ocurriendo en España y que tanto asusta a la inmensa mayoría: la primera de ellas es que hay un evidente repliegue de la propia sociedad y de los valores democráticos; la segunda, que solo el buen tono y ponderación de esa ciudadanía no deteriora más la situación. Por eso mantengo en pie mi visión optimista para el año que comienza, ya que creo que seremos la gente anónima de la calle quienes saquemos al país del atolladero en que se encuentra.