Mundo de la cultura
Se me antoja sorprendente que el subvencionado «mundo de la cultura» permanezca en obediente silencio después de la mamarrachada protagonizada por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau
«Me río y me sorprendo cuando oigo a muchos compañeros de profesión decir que los actores somos cultos. Hay como en todo, cultos, incultos, educados y groseros. Por otra parte, nuestra profesión es muy sencilla y elemental. Hay que aprenderse el guion de memoria y moverse y expresarse como lo ordena el director». La autora de esta reflexión se llamaba Katherine Hepburn, y fue una gran actriz, elegante, culta, con una voz mucho más agradable que la de Penélope Cruz y una clase natural arrolladora. Todos los años, en la cachupinada de los premios Goya –¿Qué les habrá hecho Goya para humillarlo tanto?–, alguno de los subvencionados con premio se refiere al Cine Español como 'El mundo de la Cultura'. Para mí, que el mundo de la Cultura, con mayúscula, es un mundo disperso, y en infinidad de casos, oculto y anónimo. La parte visible está en las Academias, en la Iglesia, en las cátedras, en las ciencias y en las letras. Pero el esfuerzo de aprender de memoria unos versos de Lope, Góngora, Quevedo, Calderón, Villamediana o Tirso, cuando no de San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila y Fray Luis de León, puede ser un ejercicio nemotécnico muy interesante y recomendable, pero si al final de cada texto viene la mente en blanco, la Cultura está en otra parte.
Se me antoja sorprendente que el subvencionado «mundo de la cultura» –ahora con minúscula–, permanezca en obediente silencio después de la mamarrachada protagonizada por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, oponiéndose con tozudez asnal a la instalación en la que fue la ciudad más culta y abierta de España de una sucursal del Hermitáge de San Petersburgo. Barcelona no está sobrada de grandes museos. Un inteligente editor independentista me lo decía con tristeza. –Vosotros tenéis todo, y nosotros casi nada–. Madrid, Sevilla, Salamanca, en los siglos XVIII y XIX se llenaron de arte. Nosotros de esclavismo y dinero, con honrosas excepciones. Madrid, hoy en día, es una capital europea con un reclamo cultural impresionante, que va desde El Prado al Thyssen, desde al Arqueológico al Reina Sofía, desde el Museo Naval al Lázaro Galdiano, el Sorolla, el Romántico, y varias decenas de museos más. El Palacio Real es portentoso, y desde Francisco de Goya a Elías Salaverría, con Tiépolo entre uno y otro, pintaron techos, bóvedas, palacios e iglesias. No obstante, seguro estoy de la respuesta de Madrid a una propuesta del Hermitáge. Con seguridad positiva, porque la Cultura de verdad –de nuevo con mayúscula–, siempre encuentra lugar y sitio para ser expuesta y difundida en las ciudades o localidades que valoran y disfrutan de todas sus versiones. Málaga tiene un Thyssen y Barcelona se ha negado a tener un Hermitáge. La votada por los barceloneses Ada Colau no quiere museos en su ciudad, pero acepta y tolera las meadas callejeras de sus colaboradoras. Y el mundo de la cultura, otra vez en minúsculísima, no ha protestado, porque la Cultura – mayusculísima–, no les interesa nada de nada si no viene acompañada por la sórdida mordida de las subvenciones particulares.
Resulta asombroso que nadie, absolutamente nadie, ningún representante de la Cultura o la culturilla en Cataluña, haya abierto la boca para dejar en el sitio que le corresponde a la alcaldesa de su ciudad principal. Siempre hay intereses encontrados o divergencias en los puntos de acuerdo. Pero si se ama la Cultura y se ama a una ciudad, la flexibilidad en las negociaciones garantiza la riqueza cultural del futuro. Ada Colau pasará a la historia local de Barcelona como una pesadilla a olvidar. Lo malo es que también ha pasado, como una maravilla a olvidar, el Hermitáge de San Petersburgo, con su aportación permanente y su promesa de exposiciones temporales. El Hijo Pródigo de Rembrandt no viajará a Barcelona.
Y el mundo de la cultura, que allí se resume en Luis Llach, encantado de conocerse.