La neutralidad de TVE

La neutralidad en el ser humano es metafísicamente imposible. Nadie puede ser neutral ante determinados hechos: ante el terrorismo o la guerra, ante la injusticia o el sufrimiento. Ocurre lo mismo con la objetividad en periodismo. En un estudio de televisión lo más objetivo y neutral es la cámara, que ni siente ni padece. En democracia, sin embargo, hay instituciones que deben esforzarse por mantener una neutralidad que garantice el juego limpio entre los contendientes en la actividad política. Por supuesto, la división de poderes, si funcionase bien, sería la mejor garantía de todo lo anterior. Su acción de contrapesos ayuda a respirar un aire puro en la vida democrática. En España, sin embargo, desde la llegada de Sánchez y con la extrema izquierda instalada en el poder, el deterioro de la calidad de nuestra democracia avanza inexorablemente y a ello ha contribuido la contaminación de instituciones que deberían ser ejemplares en su papel de neutralidad. La Fiscalía, el CIS, el Ministerio del Interior y, de una manera que perciben todos los ciudadanos, RTVE. La televisión pública ya no sorprende a nadie. Ha perdido todos los liderazgos y resulta insustancial para el ciudadano medio. Para mí, solo tiene un inconveniente, y es que se paga, entre otros, con mi dinero. Que TVE no es neutral, y que incluso a veces roza el ridículo en lo que a profesionalidad se refiere, es algo que ya está establecido en la opinión pública de este país. Solo hay que seguir unos días la escaleta de sus informativos, la composición de sus tertulias o los temas que se escogen para debatir. Lo del viernes pasado de Eduardo Serra es un caso más, de centenares de ellos. Solo que en esta ocasión apareció un hombre digno e independiente, que no necesita a TVE para nada, y los ha puesto en su sitio. Algún día en los manuales de la Historia del periodismo de España se estudiará este tiempo negro. Combatían con viernes negros para profesionalizar TVE y los días se convirtieron, con ellos, en años.